El negocio de la reconstrucción en Irak, liderado por EEUU, está fallando porque se trata menos de una reconstrucción que de un gran negocio.

 

Nueve meses después de la invasión, el deterioro de las condiciones de vida, marcado por la falta constante de electricidad, una severa escasez de combustible y un desempleo masivo subrayan el fracaso de la reconstrucción de Irak dirigida por EEUU. La inseguridad y la incompetencia tienen parte de la culpa, pero puede encontrarse una explicación más adecuada para estos problemas en la determinación de EEUU y sus contratistas de quedarse con una porción del botín de posguerra tan grande como les sea posible.

 

por Herbert Docena*

 

Bagdad – Incluso si la ocupación estuviera funcionando perfectamente bien, seguiría estando mal. Este es el trillado comentario de los iraquíes que con amargura desean que la ocupación fracase pero, al mismo tiempo, esperan que la reconstrucción de su país tenga éxito. Sin embargo, sin importar cuánto se esfuercen los ocupantes para que la reconstrucción sea exitosa, EEUU y sus corporaciones no tienen derecho a quedarse allí.

 

Lo que parece exasperar más a los iraquíes, sin embargo, es que ni siquiera lo están intentando.

 

Sin luz, sin gas, sin sueldos

De noche, la mayor parte del centro de Bagdad continúa sumida en la oscuridad, con apenas las sirenas azules y rojas de la policía iluminando las calles y el sonido de disparos intermitentes perforando el silencio: definitivamente, no es la imagen de una festiva capital liberada recientemente. Con la mayor parte de Irak sufriendo cortes de energía que duran un promedio de 16 horas diarias, resulta un poco difícil festejar en la oscuridad. ¿Cuántos soldados estadounidenses se necesitan para cambiar una lamparita? Hasta ahora, unos 130.000, pero no paren todavía de contar.

 

Al sur de la ciudad, una fila doble de automóviles, que se extiende unos tres kilómetros, serpentea por las calles y cruza un puente sobre el Tigris antes de terminar en una estación de servicio rodeada de alambre de púas y protegida por un Humvee y un tanque blindado. Al llegar la hora de cerrar, y para no abandonar la fila y tener que empezarla de nuevo al día siguiente, la mayoría de los propietarios de los vehículos decide dejarlos estacionados allí toda la noche: una vigilia nocturna por combustible en el país que tiene la segunda mayor reserva de petróleo del mundo.

 

Durante el día, algunos de los 12 millones de desempleados iraquíes esperan frente al puesto de control 3 de la Zona Verde, el cuartel general altamente fortificado de la Autoridad Provisoria de la Coalición (CPA, por su sigla en inglés). Las probabilidades de que un funcionario salga de esa versión estadounidense de la cueva de Saddam y acepte sus hojas de vida son cercanas a cero, pero aun así vienen todos los días. Otros prueban su suerte dando vueltas por las recepciones de los hoteles, acosando a periodistas y trabajadores de o­nG que necesitan choferes y traductores.

 

Muchos antiguos profesores universitarios, ingenieros y funcionarios públicos desempleados prefieren convertirse en taxistas, con lo que Bagdad tiene hoy probablemente los conductores de taxi con mejor educación por kilómetro cuadrado. Si iniciamos una conversación, lo más seguro es que los taxistas nos digan lo que parece haberse convertido en la sabiduría convencional de hoy: ni siquiera Saddam podría haberlo hecho tan mal.

 

Frustrados más allá de lo creíble

No es que lo quieran de vuelta, pero tampoco podían haber anticipado que las fuerzas de ocupación fracasarían tan rotundamente en tareas tan simples como volver a encender la luz. Para la mayoría de los iraquíes, la falta de electricidad es la principal queja, pero la lista es larga: líneas telefónicas sin instalar, escuelas mal reparadas, caminos embarrados, basura sin recoger, saneamiento defectuoso, burocracia inexistente, desempleo masivo y pobreza generalizada: el inesperado caos general que es hoy Irak.

 

Los iraquíes están de acuerdo en que la vida se está deteriorando en lugar de mejorar. El sentimiento predominante es una mezcla compleja de resentimiento y resignación, frustración e incredulidad. Por un lado, los iraquíes sienten amargura ante la ocupación, y sin embargo muchos se resignan a confiar a los estadounidenses su supervivencia diaria. Por el otro, no se pueden convencer de cómo la única superpotencia del mundo no consigue, a pesar de todo el tiempo y dinero, hacer que el proceso de reconstrucción salga bien.

 

Por su parte, EEUU dice que los iraquíes esperan demasiado, y demasiado pronto. “El embotellamiento es una cuestión de tiempo”, explicó Ted Morse, coordinador de la CPA para la región de Bagdad. “Siempre que ha habido una verdadera situación de conflicto, hay impaciencia en la gente, que piensa que puede hacerse de inmediato. Pero no se puede”.

 

Pero los mismos iraquíes han demostrado que sí se puede. En 1991, luego de la primera guerra del Golfo y a pesar de las sanciones impuestas por la o­nU, a los burócratas e ingenieros de Irak les llevó apenas tres meses restaurar la electricidad a la capacidad de antes de la guerra, se jactó Janan Behman, a cargo de la central eléctrica Daura de Bagdad. Ahora, después de casi nueve meses y a pesar de la participación de Bechtel, la empresa constructora de la represa de Hoover y de algunas de las obras de ingeniería más grandes del mundo, el sector de la electricidad de Irak todavía está produciendo menos del 20%, o sea apenas 3.600 MW de los 20.000 MW que se necesitan.

 

Es la estupidez, estúpido

Por supuesto que las fuerzas de ocupación no admitirían esto, pero gran parte del problema podría atribuirse a los exitosos intentos de la resistencia de garantizar que nada funcione mientras haya una ocupación ilegal. La resistencia ha mantenido a las autoridades demasiado ocupadas esquivando bombas como para que les sobre tiempo para asuntos tan banales como dar empleos a los iraquíes. Los blancos escogidos por la resistencia no son sólo los combatientes sino también aquellos que están lucrando con la ocupación, por lo que es un poco excesivo pretender que los contratistas salgan de sus bien vigiladas campanas de cristal y anden por ahí. Los empleados de Bechtel, por ejemplo, sólo se desplazan en helicópteros militares o caravanas armadas con al menos un “francotirador” designado en cada vehículo. [1]

 

Gran parte del desorden puede atribuirse también a la incompetencia y la falta de experiencia de las personas que administran Irak. Mucho se ha dicho sobre la poca o ninguna experiencia en administración pública de los administradores alojados en la Zona Verde. También ha habido varios informes relativos a la confusión y falta de coordinación entre los distintos organismos involucrados. Además, como ocurrió con anteriores administraciones coloniales, es difícil convencer a los mejores y más brillantes de hacer las maletas, dejar todo atrás a cambio de un empleo lleno de penurias y en un lugar remoto, sólo para ser recibido a balazos.

 

Esconder la luna

Pero la inseguridad y la incompetencia, aun cuando hacen parte del complejo panoraman general, no van tan lejos como para explicar por qué el esfuerzo de reconstrucción ha sido hasta ahora un fracaso evidente.

 

En primer lugar, aunque sólo un 1% de los encuestados recientemente por la empresa Gallup cree que EEUU vino a restablecer la democracia, la mayoría de los iraquíes no está combatiendo activamente la ocupación. La resistencia está aumentando, pero esto no es una intifada – todavía. Aunque un escaso 6% de los encuestados piensa que EEUU está aquí para ayudar [2], los iraquíes que están dispuestos a colaborar en el esfuerzo de reconstrucción realmente quieren hacerla funcionar, no tanto para respaldar a las fuerzas de ocupación, dicen, sino para garantizar el suministro de electricidad y combustible. Puede que a los iraquíes no les gusten los estadounidenses, pero es seguro que este invierno les gustaría tener un poco de agua caliente por las mañanas.

 

“Si este es el sistema, tengo que seguirlo”, dijo Dathar al-Khshab, director general de la refinería de petróleo de Daura. Es el único modo de que las cosas sigan andando, que así sea entonces, dijo, al igual que otros directores de empresas públicas. Los obreros de la industria petrolera también dudan en cerrar las refinerías como modo de tener algo para poder negociar y como táctica para erosionar la ocupación. Por una parte, saben que esto podría paralizar a los estadounidenses. Pero por la otra, tienen miedo de su efecto sobre el pueblo iraquí. Pero al preguntarle si apoya a las fuerzas de la coalición, Hassan Jum’a, dirigente del sindicato de la Southern Oil Company, fue firme: “No se puede esconder la luna. Cada iraquí honesto debería negarse a la ocupación”.

 

Como perros

Sin embargo, la acusación de incompetencia no es del todo convincente porque, a pesar de todo lo que se alega sobre competencia desleal y vinculaciones oscuras, sería difícil acusar a Bechtel o a Halliburton de no saber lo que están haciendo.

 

Con proyectos desparramados por todo el globo, Bechtel es una de las mayores empresas constructoras del mundo y ha logrado algunas de las más impresionantes hazañas de la ingeniería de la historia. Por su parte, Halliburton ha estado durante décadas reparando pozos y refinerías de petróleo en todo el mundo. Incluso los funcionarios iraquíes admiten de buena gana que, técnicamente, tendrían que estar en buenas manos con estos contratistas estadounidenses. Este resentido respeto va dando lugar, gradualmente, a la desilusión, y los iraquíes están cada vez más desconcertados en cuanto a cómo estas corporaciones han podido fallar a sus expectativas.

 

Otra de las explicaciones populares que circulan entre la gente alega que sabotear la reconstrucción es un esfuerzo consciente y deliberado de manos de las fuerzas de ocupación, que pretenden así volver a los iraquíes completamente dependientes y serviles. Hacer pasar hambre a un perro no sólo evita que ladre, sino que hace que el perro siga a su amo a todas partes.

 

El problema con esta teoría es que, debido al proceso de reconstrucción relativamente descentralizado en el que participan docenas de contratistas y subcontratistas, sería prácticamente imposible hacer cumplir secretamente una orden explícita de fracaso deliberado. Además, enfrentada con una resistencia creciente, esta táctica podría ser sumamente riesgosa porque erosiona el esfuerzo de “ganar las mentes y corazones”. Hacer pasar hambre a un perro puede también volverlo desesperado y rabioso.

 

Made in the USA

Una pista sobre los motivos por los que hasta ahora la reconstrucción ha sido desastrosa se encuentra en la central eléctrica de Najibiya en Basrah, la segunda ciudad más importante de Irak, situada al sur de Bagdad. Entre dos decrépitas turbinas hay unos enormes aparatos de aire acondicionado, flamantes, sin instalar, que hicieron todo el camino desde la York Corporation, en Oklahoma. Pegado en un costado de cada unidad había un autoadhesivo brillante exhibiendo con orgullo el signo de “Made in USA”, con barras y estrellas y todo.

 

Es justo lo que los iraquíes no necesitan en este momento. Desde el mes de mayo Yaarub Jasim, el director general de la región sur del ministerio iraquí de electricidad, ha estado rogando a Bechtel que le envíe los repuestos que sus anticuadas turbinas necesitan con urgencia. “Le pedimos muchas veces a Bechtel que por favor nos ayude porque la demanda de energía es muy alta y tendríamos que cubrirla”, dijo Jasim. “Les pedimos muchas veces, muchas veces”.

 

Hace dos semanas, Bechtel finalmente vino. Antes de entregar nada de lo que Jasim había pedido, sin embargo, Bechtel trasportó los aparatos de aire acondicionado, inútiles hasta que empiece el verano, dentro de seis meses.

 

Pero incluso si estos aparatos terminan siendo útiles, destacó el gerente de planta Hamad Salem, otros repuestos habrían sido mucho más importantes. Los aparatos de aire acondicionado, indicó Salem, ni siquiera estaban en la lista de equipos y componentes que habían presentado a Bechtel.

 

Sin barras ni estrellas

Lo ideal, dijo Jasim, sería obtener los repuestos de las empresas que originalmente construyeron las turbinas, pues estos serían más fáciles de obtener y más apropiados para su tecnología. Desgraciadamente, señaló Jasim, resulta que los generadores de Irak fueron suministrados por empresas de Francia, Rusia y Alemania, justo los países a los que el Pentágono prohibió obtener contratos en Irak la semana pasada, así como Japón. Tras una inspección quedó claro que las turbinas no llevan el logotipo con barras y estrellas. Las dilapidadas turbinas de Najibiya, por ejemplo, todavía llevaban con orgullo chapas con la inscripción “hecho en la URSS”.

 

¿Por qué, entonces, no se han entregado los componentes solicitados? Jasim respondió desdeñosamente, como si la respuesta fuera evidente: “Porque ninguna otra empresa ha sido autorizada por el gobierno de EEUU, sólo Bechtel”.

 

A diferencia de los componentes de las otras corporaciones prohibidas, los de Bechtel llevan la marca exigida. Desde su fundación, los funcionarios de Bechtel han tenido una larga y muy cálida relación con y dentro del Estado que ahora desembolsa los contratos de miles de millones de dólares. Por ejemplo George Schultz, miembro del directorio de Bechtel, fue secretario del Tesoro de Nixon, secretario de Estado de Reagan y, coincidentemente, presidente de la junta asesora del Comité para la Liberación de Irak. También estuvieron alguna vez incluidos en la nómina de Bechtel el ex jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) John McCone, el ex secretario de Defensa Casper Weinberger y el ex comandante aliado supremo de la OTAN Jack Sheehan.

 

Grandes planes de negocios

A la espera de rehabilitación urgente, la infraestructura energética iraquí de origen francés, ruso, alemán y japones se desintegra lentamente. En la central, los trabajadores intentan usar al máximo las turbinas cocinando arroz en ollas colocadas sobre la superficie de los oxidados caños calientes. Si las centrales no se rehabilitan pronto, las reparaciones ya no alcanzarán para hacerla funcionar, advirtió Jasim.

 

Para terminar con la paralizante escasez energética de Irak y para garantizar que las turbinas no se degraden por completo, Bechtel tendría que fabricar rápidamente los repuestos necesarios (un proceso muy largo y muy costoso), o bien comprar los repuestos directamente a la empresa rusa, o subcontratar a la empresa rusa. Eso, o dejar que las deterioradas turbinas se vuelvan completamente inútiles. Entonces, ellos licitarán para construir ellos mismos nuevos generadores de mil millones de dólares.

 

A propósito, parte del contrato de Bechtel incluye la elaboración de “mapas carreteros para futuras necesidades e inversiones a largo plazo”. En otras palabras, a Bechtel se le está pagando actualmente para que determine qué es lo que los iraquíes “necesitarán” comprar en el futuro, con el dinero de los contribuyentes iraquíes y estadounidenses. Según estimaciones independientes, Bechtel puede llegar a obtener hasta $20 mil millones en contratos de reconstrucción en los próximos años. [3]

 

Sin embargo, si Bechtel tiene planes más grandes para el sector energético de Irak no se lo está diciendo a los iraquíes. Los administradores de las empresas públicas entrevistados dijeron que no se los está consultando para nada en relación con los planes estratégicos de energía de Irak. Los funcionarios de Bechtel ni siquiera se molestan en explicar por qué están demorando tanto para entregar los repuestos necesarios. “Lo único que hacen es juntar papeles”, dijo Jasim.

 

Un incentivo para fracasar

El problema del sector energético de Irak es ilustrativo del patrón general.

 

Los iraquíes pasan hasta cinco horas haciendo cola para el combustible no sólo a causa del sabotaje a los oleoductos sino por la electricidad limitada para hacer funcionar las refinerías de petróleo que piden a gritos una acción más rápida de parte de Kellog, Brown, and Root (KBR), la subsidiaria y contratista de Halliburton para la rehabilitación de la infraestructura petrolera. Según los trabajadores de la South Oil Company en Basrah, que KBR tiene la obligación de rehabilitar, no están al tanto de ninguna reparación iniciada por KBR.

 

Con sus refinerías de petróleo esperando todavía la rehabilitación, Irak no puede refinar suficiente crudo para satisfacer el consumo interno. En su lugar, EEUU está exportando el crudo iraquí y empleando a KBR para importar gasolina de los vecinos Turquía y Kuwait en virtud de un contrato sin licitación del tipo cost-plus-fixed fee (costo más tarifa fija).

 

A fines de diciembre, una investigación oficial del Pentágono reveló que KBR está cobrando al gobierno de EEUU más del doble de lo que otros están pagando por gasolina importada. Lo que no se dijo, sin embargo, es el conflicto de intereses inherente a la contratación de KBR para ambos fines: la reconstrucción de la infraestructura petrolera y la importación de petróleo. Si los oleoductos y las refinerías de Irak funcionasen de repente a capacidad plena e Irak fuese capaz de producir todo el petróleo que necesita, sería el fin del lucrativo negocio de importación de petróleo para KBR.

 

No ha habido evidencia de que KBR esté retrasando deliberadamente la reparación de las refinerías, apenas existe una obvia falta de incentivos para apurar las cosas. Hay un choque de incentivos fuerte aunque pasado por alto cuando la misma empresa a cargo de revivir la industria petrolera está simultáneamente obteniendo jugosas ganancias de una situación en la que esa industria permanece hecha jirones.

 

¿Nada de dinero?

Justo enfrente del cuartel general de la CPA, un pequeño grupo no organizado de empleados del antiguo régimen se reunió y desplegó su pancarta: “Necesitamos Nuestros Salarios Ahora”. Exigían el pago de diez meses de sueldos atrasados. “Les agradecemos por habernos salvado de Saddam. Pero queremos vivir, entonces tienen que ayudarnos”, dijo con indignación el portavoz no oficial, Karim Hassin, dirigiéndose al insensible muro de diez pies de alto que protege el complejo. “Paul Bremer nos prometió salarios. Lo oímos con nuestros propios oídos. ¿Qué sucedió con esas promesas?”

 

Un día después de haberse hecho pública la investigación del Pentágono sobre KBR, 300 de los 700 soldados del Nuevo Ejército Iraquí creado por EEUU lo abandonaron denunciando sueldos irrazonablemente bajos. La mayoría de los desertores, que había sido reclutada del antiguo ejército de Saddam pero solamente por US$50 al mes, habían decidido transferir su lealtad a las fuerzas de ocupación. Entrenados por la contratista militar Vinnell Corporation, el único reclamo que le hacían a sus nuevos amos fue un aumento de sueldo a US$120 por mes. Eso hubiera significado en total un mero aumento del gasto mensual de solamente US$49.000 –un cambio ínfimo en contraste con los US$ 4 mil millones de gasto militar mensual en Irak, y una suma minúscula comparada con los US$61 millones de sobreprecio cobrados por KBR.

 

Al oír todo esto, parecería que las fuerzas de ocupación hubieran venido a liberar a Irak con un presupuesto realmente limitado. El estribillo común de los iraquíes que han optado por trabajar con la burocracia instalada por EEUU es que no hay dinero. Presionado para explicar el fracaso de su ministerio en el aumento significativo de la energía, por ejemplo, el jefe de la electricidad de Irak, Ayhem Al-Samaraie, admitió a regañadientes: “No tengo nada de dinero en mi ministerio”.

 

De hecho, una rápida inspección visual de Bagdad –desde las calles descuidadas, las máquinas envejecidas y los trabajadores furiosos, hasta las increíblemente largas filas para la gasolina—hace que esta explicación de los problemas de reconstrucción de Irak suene casi convincente. Que el esfuerzo de reconstrucción esté en ruinas porque no hay dinero casi que parece plausible.

 

Nada para irak, miles de millones para Bechtel

Pero no lo es. En noviembre pasado, el Congreso de EEUU terminó aprobando la solicitud de Bush de US$87 mil millones para Irak con apenas un voto en contra. Antes de eso, EEUU ya había gastado US$79 mil millones para sus campañas en Irak y Afganistán. Además de todo esto, EEUU también tiene control total sobre el Fondo de Desarrollo para Irak (DFI, por su sigla en inglés) autorizado por la o­nU, que contiene la totalidad del activo del gobierno anterior así como ingresos pasados y futuros de las exportaciones de petróleo de Irak, incluidos los remanentes del programa de la o­nU de alimentos por petróleo.

 

Hacia fin de año, el DFI tendría que haber dado a las fuerzas de ocupación acceso a un total de US$10 mil millones en fondos “disponibles”. [4] Aunque el control sería menos directo, las fuerzas de ocupación pueden hacerse también de algunos miles de millones más con las donaciones y préstamos, estimados en $13 mil millones, recolectados durante la conferencia de donantes para Irak realizada en Madrid en octubre pasado.

 

En los papeles, la suma que se pagará a los contratistas Bechtel saldrá de los contribuyentes de EEUU. En la práctica, sin embargo, todo lo que se está gastando en la reconstrucción de Irak se mezcla en una marmita que contiene las donaciones de EEUU y otros países miembros de la coalición más los fondos de los mismos iraquíes.

 

Entonces si hay dinero; lo que ocurre es que no circula. Y quizá sea aquí que se encuentre la solución al misterio de cómo la superpotencia del mundo y las corporaciones más grandes del mundo ni siquiera pueden empezar a juntar los pedazos de Irak luego de casi nueve meses. La reconstrucción tiene menos que ver con la reconstrucción que con hacer la mayor cantidad de dinero posible.

 

Firmas como Raytheon, Boeing y Northrop Gruman obtendrán su buena tajada de los US$4 mil millones que EEUU está gastando mensualmente en expensas militares en Irak, pero no habrá ni un céntimo más para los reclutas del Nuevo Ejército Iraquí. Los inútiles aparatos de aire acondicionado fabricados en Oklahoma traídos por Bechtel serán pagados a un costo de US$680 millones en virtud del contrato sin licitación pública, pero no habrá dinero para los componentes fabricados en Rusia que las turbinas de Najibiya necesitan desesperadamente. Halliburton y sus subcontratistas se quedaron con US$61 millones de dólares importando petróleo desde Kuwait, pero no habrá aumento de sueldo para los trabajadores de las refinerías de petróleo iraquíes.

 

Mientras EEUU encuentra cada vez más difícil recaudar fondos para la ocupación, aún queda suficiente dinero para los aspectos más críticos de la reconstrucción. Aquellos que lucran con ella, sin embargo, están determinados a quedarse con la mayor parte posible. La reconstrucción está tocando fondo en lo que constituye su verdadero fondo.

 

El negocio es hacer dinero

“El afán de lucro es lo que atrae a las empresas a los lugares peligrosos. Pero de eso se trata el capitalismo”, explicó Richard Dowling, portavoz del cuerpo de ingenieros del Ejército de EEUU, la agencia que contrató a KBR. “Si hace falta el lucro para motivar a una organización a que acepte un trabajo difícil, podemos aceptarlo. Sí, el motivo es el lucro, pero el resultado es que el trabajo se hace”.

 

El problema es, tal como se percibe con mayor claridad en los casos de Bechtel y KBR, que el trabajo ni siquiera se está haciendo a medias. Maximizar el lucro no ha resultado en la restauración más eficiente posible de los servicios de energía eléctrica y la producción de petróleo. Por el contrario, entorpece el camino para hacer las cosas bien. Las centrales de energía eléctrica terminarán por ser construidas y las refinerías de petróleo volverán a funcionar, pero no antes de que los iraquíes hayan pasado privaciones innecesarias ni de que Bechtel haya aprovechado al máximo esta oportunidad.

 

Esta guerra para liberar a Irak nunca tuvo que ver con liberar a los iraquíes. No sorprende, entonces, que el esfuerzo de reconstrucción tampoco tenga que ver con la reconstrucción. En esta ocupación, el objetivo principal de EEUU y sus aliados no es reconstruir lo que han destruido, sino conseguir plata dulce. Los contratistas como Bechtel y KBR tienen el pago garantizado pase lo que pase; que las centrales de energía eléctrica al fin terminen construyéndose no es más que un hecho casi casual. Se construirán para justificar el afán de lucro: había que librar una guerra y hay que reconstruir todo lo que se destruyó.

 

Como dejó alguna vez en claro Stephen Bechtel, fundador de la empresa, “Nuestro negocio no es la construcción y la ingeniería. Nuestro negocio es hacer dinero”. Se espera que la reconstrucción de Irak, catalogada como el mayor esfuerzo de reconstrucción desde la segunda Guerra Mundial, cueste US$100 mil millones, y algunos dicen incluso que ascenderá a US$200 mil millones, dependiendo de cuánto tiempo se queden. Para los contratistas de posguerra, este no es un negocio de construcción, es una bonanza de cien mil millones de dólares.

 

Al mismo tiempo que el proceso de reconstrucción sigue desilusionando a los iraquíes, el mito de que EEUU está aquí para ayudar también se está desplomando sistemáticamente. Sin luz, sin gasolina y sin salarios, son cada vez más los iraquíes que ya no se quedan simplemente maldiciendo a la oscuridad. “Si quieren vivir en paz, estadounidenses, dennos nuestro salario”, advirtió Hassim, el iraquí que protestaba frente a las puertas de la CPA. “Si no lo hacen, la próxima vez volveremos con armas”.

 

* Herbert Docena es un investigador asociado a Focus o­n the Global South. Estuvo en Irak en diciembre de 2003. Correo electrónico: [email protected]

 

Notas:

[1] Steve Schifferes, “The challenge of rebuilding Iraq,” BBC News, octubre 21, 2003

[2] Walter Pincus, “Skepticism About U.S. Seek Deep, Iraq Poll Shows,” Washington Post, noviembre 12, 2003

[3] Elizabeth Becker, “Companies From All Over a Piece of Action Rebuilding Iraq,” New York Times, mayo 21, 2003

[4]Christian Aid, “Iraq: The Missing Billions: Transition and Transparency in Post-War Iraq”. Documento informativo para la Conferencia de Donantes de Madrid , octubre 23-24, 2003