por Herbert Docena*

ESTA SEMANA, MIEMBROS DEL EQUIPO DE 1400 EFECTIVOS que ha estado peinando las ciudades y desiertos de Iraq desde mayo deberán informar oficialmente lo que ya todos sabemos: no hay armas de destrucción masiva en Iraq. A esta altura, el motivo real de la invasión a Iraq se ha tornado incontestable. Las fuerzas de ocupación no custodiaron los museos que albergaban las riquezas de la civilización mesopotámica, pero protegieron vigilantemente los pozos de petróleo. Simplemente como demostración de qué es lo que está en juego, nombraron al ex-Director Ejecutivo de la Shell para que supervisara la transferencia de la industria nacional del petróleo a las empresas petroleras privadas estadounidenses. Con un valor de miles de millones de dólares en ingresos futuros, el petróleo iraquí es bien barato: solamente cuesta la vida de más de 6000 civiles iraquíes y algo más de 200 soldados aliados que han muerto hasta el momento. Pero no es sólo sangre por petróleo. Luego de la lluvia de bombas, Iraq se ha convertido en campo fértil para el florecimiento de los negocios estadounidenses. Se distribuirán contratos directos por más de cien mil millones de dólares entre corporaciones norteamericanas: parar reconstruir lo que los soldados estadounidenses destruyeron. La mayoría de ellas, como Haliburton y Bechtel, estrechamente relacionadas con la administración Bush. El vicepresidente Dick Cheney, por ejemplo, sigue recibiendo dinero de Haliburton. Es el tipo de corrupción que puede avergonzar a Estrada. Es el más violento “capitalismo compinche”. Como se prometió, los iraquíes fueron liberados de las garras de Saddam Hussein, sólo para ser entregados y dejados a merced de algunas de las mayores corporaciones empresariales del mundo. Gracias a los libertadores, lo que anteriormente pertenecía al pueblo iraquí será transferido ahora a unos pocos accionistas. Tal como van los planes, las empresas estadounidenses se apoderarán de las escuelas, los servicios de agua y de electricidad anteriormente estatales, así como de los sistemas de transporte y comunicación; todo como parte de lo que el Wall Street Journal presentó a la opinión pública como “planes arrasadores para rehacer la economía de Iraq a imagen de los Estados Unidos”.

Y en caso que esas empresas necesiten dinero para iniciar su aventura iraquí, tendrán acceso al Fondo para el Desarrollo de Iraq –aprobado por la o­nU pero controlado por el FMI y el Banco Mundial- : el depositario de todo el dinero de las ventas de petróleo iraquí cuyas sumas serán destinadas a préstamos para las empresas estadounidenses que deseen hacer negocios en Iraq. En otras palabras, el propio dinero de los iraquíes será utilizado para financiar la apropiación de sus recursos estatales por parte de las empresas estadounidenses. Para asegurarse de que los iraquíes no se pierdan los fabulosos beneficios del “libre comercio”, las fuerzas de ocupación también han lanzado planes para la Zona de Libre Comercio del Medio Oriente (MEFTA, por su sigla en inglés). Esto facilitará a las compañías estadounidenses la venta de sus productos fuertemente subsidiados y protegidos en un mercado grande y virgen.

A la luz de todos estos procesos palpablemente evidentes – reforzados por la impactante ausencia de armas de destrucción masiva- se ha hecho demasiado obvio a esta altura el verdadero propósito de esta guerra. Tal como lo sostuviera todo el tiempo el movimiento contra la guerra, esta es una guerra por poder, recursos y mercados. Es lo que la destacada crítica social Naomi Klein describe como “privatización disfrazada”. Es el Consenso de Washington impuesto con bombas. Es la globalización conducida por las transnacionales en su presentación más sangrienta.

Y sin embargo, aún cuando la guerra en Bagdad continúa, otra guerra se enciende en Cancún. Esta semana, los Ministros de Comercio de 146 países se reunirán en la Quinta Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Puede que no sea tan sangrienta, pero en modo alguno será menos violenta. Después de todo, el éxito o no de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en su intentó de imponer una nueva ronda de negociaciones, es una cuestión de vida o muerte para millones de agricultores, trabajadores y personas enfermas en todo el mundo.

En los últimos años, los saqueos de la globalización conducida por las transnacionales –empujada a través de fachadas multilaterales como la OMC- no han sido muy diferentes del impacto de la guerra. La globalización empresarial ha arrasado el empleo y los medios de vida en muchos países, ha profundizado las desigualdades, conducido al deterioro del nivel de vida de grandes masas de población en todo el mundo y ha cerrado el poco espacio que quedaba para el desarrollo. Filipinas, por ejemplo, ha sido citada por el New York Times para demostrar la destrucción desatada por los acuerdos de la OMC. La coalición local Stop the New Round! ha resaltado como –al contrario de lo prometido- los empleos y las exportaciones de la agricultura filipina, en realidad, han descendido. El premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz comparó los métodos del Consenso de Washington con los de la guerra antiséptica de la alta tecnología. De hecho ¿qué tan diferentes son los economistas que deciden las políticas económicas de un país desde sus hoteles de cinco estrellas de los pilotos de guerra que arrojan bombas desde una altura de 50.000 pies [15.240 metros]?.

Gracias al régimen de “libre comercio” de la OMC, millones de agricultores y trabajadores han perdido su medio de sustento y sus empleos, y hasta 14 millones de personas mueren cada año de enfermedades fácilmente prevenibles. Debido a los acuerdos de la OMC que protegen los derechos de las gigantes compañías farmacéuticas y no a los pobres, por ejemplo, millones de enfermos se ven privados del acceso a medicamentos baratos. ¿Qué tan diferentes son sus muertes de las de aquellos asesinados por erráticas bombas inteligentes”?.

Tal como la guerra de Iraq, la OMC es un asunto de poder geopolítico, control de recursos y acceso a los mercados vía privatización, desregulación y liberalización del comercio. Las razones detrás de la guerra en Bagdad son las mismas que las de Cancún: asegurar la continuidad de la prosperidad económica de Estados Unidos y su superioridad estratégica.

El ex Secretario de Estado Warren Christopher declaró “Hemos pasado el punto en el que podemos sostener la prosperidad con las ventas únicamente dentro de los Estados Unidos”. La anterior Secretaria de Estado, Madeleine Allbright, admitió que “Nuestra prosperidad depende de tener socios que estén abiertos a nuestras exportaciones, inversiones e ideas.” Sin el acceso a mercados extranjeros, dice el ex Secretario de Comercio y decano de la Facultad de Administración de la Universidad de Yale, Jeffrey Garten, “El país no puede seguir generando suficiente crecimiento, empleos, ganancias y ahorros de origen doméstico.”

Estados Unidos utiliza dos vías para abrir los mercados de otros países. Cuando puede, actúa a través de la OMC. Sin embargo, como queda demostrado en el libro de Aileen Kwa y Fatournata Jawara recientemente publicado, titulado “Behind the Scenes in the WTO: the real world of international trade negotiations” [Detrás del escenario en la OMC: el mundo real de las negociaciones del comercio internacional], en la persecución de sus objetivos unilaterales Estados Unidos simplemente usa el manto de legitimidad que le proporciona la OMC como organización multilateral para sobornar, amenazar e intimidar a los países débiles. C. Fred Bergsten, director del Institute of International Economics en Washington y destacado promotor del “libre” comercio, sintetizó mejor la verdadera razón de existencia de la OMC cuando dijo al senado estadounidense: “Ahora podemos usar todo el peso de la maquinaria internacional para perseguir esas barreras al comercio, reducirlas, eliminarlas.”

Pero cuando la OMC no es suficiente, existen otros medios. Cuando las necesita, Estados Unidos siempre cuenta con sus bombas, muchísimas bombas. Tal como lo expone Klein, Iraq es una prueba de cómo Estados Unidos puede fácilmente cambiar de la modalidad de Libre Comercio Suave, mediante la cual disputa el acceso a los mercados a través del amedrantamiento solapado, a la modalidad de Libre Comercio Recargado, que utiliza para capturar nuevos mercados en el campo de batalla de las guerras preventivas”. En otras palabras, Estados Unidos esgrime a la OMC por la misma razón que utiliza sus aviones invisibles. La OMC es tan útil para Estados Unidos como sus bombas.

Esta semana, el mundo es testigo de los asaltos de la globalización empresarial corporativa en dos frentes: la guerra en Bagdad en poco se diferencia de la de Cancún. Los medios son diferentes pero los objetivos y los efectos son los mismos. Pero en Cancún, como en Bagdad: esperen resistencia.

* Herbert Docena es investigador de Focus o­n the Global South.

 

Notas

(1) Andy McSmith, Raymond Whitaker y Geoffrey Lean, “Britain and US will back down over WMDs”, The Independent, septiembre 7 de 2003.

(2) Nell Banners, “Shell Veteran in Line for Iraq Oil Post”, New York Times, abril 3 de 2003.

(3) Philip Matter, “Postwar Iraq: A Showcase for Privatization?” Corporate Research E-Letter EXTRA, abril 3 de 2003.

(4) Por ejemplo, Halliburton –la empresa anteriormente presidida por el vice Presidente Richard Cheney– ganó casi US$ 2,000 millones con la guerra y se prepara para ganar varios cientos de millones más con la ocupación. (“Halliburton’s Deals Greater than Thought”, Washington Post, agosto 28 de 2003).

(5) Robert Bryce y Julian Borger, “Cheney is Still Paid by Pentagon Contractor”, The Guardian, marzo 12 de 2003

(5) Neil King, Jr., “Bush Officials Devise a Broad Plan for Free-Market Economy in Iraq”, Wall Street Journal, mayo 1 de 2003.

(6) Steve Kretzmann y Jim Vallette, “Operation Oily Immunity”, Commondreams.org, julio 23 de 2003.

(7) Emad Mekay, “US Maps Out Ambitious Middle East Deal”, Inter-Press Service, junio 23 de 2003.

(8) Joseph Stiglitz, Globalization and its Discontents (W.W. Norton and Co, 2002).

(9) David E. Sanger, “On Global Stage, Clinton’s Pragmatic Turn”, New York Times, julio 29 de 1996; Jeffrey Garten, “Business and Foreign Policy” Foreign Affairs 76 (mayo/junio de 1997); Madeleine K. Albright, Confirmation Hearing, Comisión de Relaciones Internacionales del Senado, enero 8 de 1997; citado en Bacevich.

(10) Aileen Kwa y Fatoumata Jawara, Behind the Scenes in the WTO (Londres: Zed Books, 2003).

(11) Testimonio ante el Senado de EEUU, Washington DC, octubre 13 de 1994.

(12) Klein, “Privatization in Disguise,” The Nation, abril 28 de 2003.