por Steven Staples*

El 13 de septiembre de 2003, decenas de miles de personas responderán a una convocatoria mundial a actuar contra la “La militarización y la globalización” participando de manifestaciones, talleres y otras actividades en todo el mundo. Esto marca un hito importante en la trayectoria de las jornadas de acción mundial: por primera vez los temas de la guerra y del comercio se han juntado.

La convocatoria viene de los grupos de base reunidos en masa en Cancún, México, que planean poner a miles de agricultores y activistas en las calles para protestar fuera de la Quinta Conferencia Ministerial de la poderosa Organización Mundial del Comercio.

No sorprende que el primer gran llamado a la acción contra el militarismo y la globalización venga de grupos mayoritariamente con base en Latinoamérica. Esta es una región donde los militares han defendido los intereses corporativos empresariales de Estados Unidos por generaciones: la United Fruit en Guatemala, la ITT en Chile, Bechtel en Bolivia, Occidental Petroleum en Colombia y el mismo NAFTA en México.

Pero por primera vez, muchas organizaciones que han liderado el movimiento antiglobalización –quizás más certeramente llamado “movimiento de justicia global”- están refiriéndose ahora al militarismo en una forma programática. Por ejemplo, Global Exchange está organizando una presencia permanente en Iraq a través de su iniciativa Occupation Watch, el Institute for Policy Studies está generando valiosas investigaciones y trabajos mediáticos sobre la agenda de construcción imperial de la administración Bush, y United for a Fair Economy ha organizado a docenas de educadores para que se desplieguen en todo el país, dirigiendo talleres sobre militarismo y globalización.

Además de llevar a cabo sus propias campañas, Global Exchange y el Institute for Policy Studies han jugado un papel clave en el establecimiento de la coalición antibélica United for Peace and Justice (Unidos por la Paz y la Justicia). Tal como lo indica su nombre, la coalición reúne a organizaciones que luchan por la justicia social y nuevos grupos antibélicos surgidos luego de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.

United for Peace and Justice puede reclamar gran parte del crédito por las manifestaciones en Estados Unidos durante las históricas manifestaciones antibélicas mundiales del 15 de febrero de 2003. Muchos de los organizadores de la coalición son veteranos de las calles de Seattle y otras protestas contra la globalización. La coalición espera que más de 50 ciudades de los Estados Unidos sean escenario de eventos antibélicos y antiglobalización el 13 de septiembre de 2003, coincidiendo con las manifestaciones contra la OMC en Cancún.

El movimiento antiglobalización aporta al entendimiento de la economía mundial y ahora está aplicando de nuevas maneras su análisis centrado en el poder corporativo empresarial a los temas del militarismo. Corpwatch, U.S. Labor Against the War, Public Citizen, United for a Fair Economy, el World Policy Institute y otras organizaciones, están elaborando radiografías de empresas y documentando las profundas conexiones entre la administración Bush y los grandes beneficiarios de la guerra como Boeing, Bechtel, Haliburton y el grupo Carlyle.


También fuera de los Estados Unidos, reconocidos grupos antiglobalización han iniciado proyectos anti-militarismo. El Transnational Institute de Europa, el Polaris Institute de Canadá y Focus o­n the Global South del sudeste asiático están desarrollando nuevas investigaciones y organizando el apoyo a grupos de ciudadanos respecto a los vínculos entre la globalización y el militarismo.

El foco de atención en el militarismo llega en un momento clave para el movimiento antiglobalización. El movimiento ha decaído sensiblemente en los dos años que han pasado desde los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, y su visibilidad y su potencia política han mermado.

Luego de los ataques del 11 de septiembre el movimiento antiglobalización trastabilló y surgieron diferencias entre las facciones moderadas y las facciones radicales del movimiento en torno a si correspondía o no suspender las manifestaciones y asimismo sobre cómo responder a la guerra contra Afganistán.

Es más, la crítica económica y contra las empresas transnacionales sostenida hasta entonces por el movimiento no estaba preparada para la reafirmación del Estado de Seguridad Nacional cuando los gobiernos de Estados Unidos y el resto del mundo empezaron a reorganizarse en torno a los imperativos militares y de seguridad nacional. Los funcionarios del gobierno estadounidense lo han resumido con simplicidad: “La seguridad es amiga del comercio.”

Pero la propia Estrategia de Seguridad Nacional para los Estados Unidos de América, anunciada por la administración Bush a finales de 2002, le hace un gran favor al movimiento al vincular claramente el concepto de seguridad nacional al uso de la fuerza militar preventiva y a la expansión del libre comercio. Tal como señala Herbert Docena de Focus o­n the Global South, la Doctrina Bush “es explícita: el objetivo principal de la política exterior estadounidense debe ser la preservación de su predominio económico y militar en el mundo.”

Como afirma United for Peace and Justice en una carta a sus cientos de miembros llamando a la acción el 13 de septiembre: “La Doctrina Bush del ataque preventivo y la guerra permanente va de la mano con el programa de dominación económica a través del “libre comercio” y, no por accidente, enmascara la calamitosa situación económica de los Estados Unidos”. Si bien muchos grupos están adoptando este análisis antimilitarista, sería exagerado concluir que todos los grupos antiglobalización se están moviendo en esa dirección. Comprensiblemente, algunos grupos siguen viendo estos problemas como asuntos separados –especialmente aquellos con un enfoque monotemático en los temas de comercio.

Pero vincular estos dos problemas es importante al menos por dos razones estratégicas. Primero, porque incorporar un análisis de la globalización y el militarismo permitirá que la crítica del movimiento avance, abordando un tema que – según algunos- ha sido un agujero negro aún antes del 11 de septiembre de 2001. Segundo, porque le permite al movimiento antiglobalización capitalizar la tremenda movilización antibélica que ha recorrido el mundo, atrayendo nuevos activistas al –más amplio– movimiento por la paz mundial y la justicia económica.

Desde Seattle, el movimiento antiglobalización ha estado compuesto de varios movimientos sociales cuya diversidad abarca desde ambientalistas a sindicalistas. Esta convergencia de intereses fue resumida en una pancarta en Seattle que rezaba: “Tortugas marinas y camioneros: unidos al fin.”

La comprensión de los vínculos entre la globalización y el militarismo fortalecerá al movimiento antiglobalización. Está claro que la nueva agenda de seguridad está influyendo dramáticamente en las relaciones internacionales y, por ende, en la economía mundial; y continuará haciéndolo en las próximas décadas. Es esencial que esta agenda destructiva encuentre la oposición de un movimiento por la justicia social en crecimiento y efectivo.

* Steven Staples es el director del Proyecto sobre el Estado de Seguridad Corporativa del Polaris Institute. Polaris Institute es un grupo de investigación de interés público con sede en Ottawa, Canadá.