por Walden Bello*
El fracaso de la Quinta conferencia ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Cancún, México, el pasado domingo 14 de septiembre fue un acontecimiento de proporciones históricas.
Cancún tiene varias consecuencias de gran importancia.
En primer lugar, este fracaso representó una victoria para los pueblos de todo el mundo, y no una “oportunidad perdida” de lograr un acuerdo mundial entre el Norte y el Sur. Doha nunca fue una “ronda de desarrollo”. Y lo poco que prometió en materia de desarrollo ya había sido traicionado mucho antes de Cancún. Ni siquiera el más optimista de los países en desarrollo llegó a Cancún esperando concesiones de los grandes países ricos en interés del desarrollo. La mayoría de los gobiernos de los países en desarrollo llegaron a Cancún con una postura defensiva. El gran desafío no fue lograr un histórico ‘Nuevo Acuerdo’ sino evitar que EE.UU. y la UE impusieran nuevas exigencias sobre los países en desarrollo, a la vez que evaden las disciplinas multilaterales en sus propios regímenes de comercio.
En este sentido, no fueron los países en desarrollo quienes provocaron el fracaso, como sugirió el Representante comercial de EE.UU. Robert Zoellick en su conferencia de prensa final. Esa responsabilidad recae directamente en EE.UU. y Europa. Cuando la segunda revisión del proyecto del texto ministerial se difundió el sábado 13 de septiembre, estaba claro que EE.UU. y la Unión Europea no estaban dispuestos a hacer ninguna rebaja sustancial en sus altos niveles de subsidio a la producción agrícola, aun cuando continuaban exigiendo intransigentemente que los países en desarrollo redujeran sus aranceles. También resultaba claro que la UE y EE.UU. estaban determinados a ignorar la estipulación de la Declaración de Doha donde se establece que se requiere el consenso explícito de todos los estados miembros para comenzar las negociaciones sobre los “temas de Singapur”.
O se negocia bajo nuestras condiciones o no hay negociación: ése fue el significado de la segunda revisión. No resulta sorprendente entonces que los países en desarrollo no hayan brindado su consenso para un marco de negociaciones tan perjudicial para sus intereses.
En segundo lugar, la OMC está muy malherida. Dos reuniones ministeriales fracasadas y una que apenas sobrevivió, la de Doha, no hablan muy bien de la institución. Para las superpotencias del comercio, la OMC ya no es un instrumento viable para imponer su voluntad sobre los demás. Para los países en desarrollo, la OMC no ha significado una protección contra los abusos de las economías poderosas, y mucho menos ha constituido un mecanismo de desarrollo. Esto no quiere decir que la OMC ha muerto. Se harán esfuerzos por salvarla de la ruina, como ya hicieron EE.UU. y la UE en Doha. Pero es muy probable que al carecer del impulso que genera una reunión ministerial exitosa, la maquinaria reducirá significativamente su funcionamiento. Zoellick tuvo razón al dudar que la Ronda de Doha finalizara en su fecha límite de enero de 2005 y el Comisario Comercial de la Unión Europea, Pascal Lamy simplemente trató de restar importancia a la situación al afirmar que la OMC había completado el 30% del programa de Doha.
Aparte de la pérdida de impulso y del deterioro del funcionamiento básico de la maquinaria de la organización, el proteccionismo creciente de los países ricos, una economía mundial asolada por el estancamiento a largo plazo y el desmembramiento de la Alianza Atlántica debido a las diferencias políticas, no constituyen un clima favorable para que la OMC funcione como mecanismo principal de la liberalización y la globalización. La OMC puede eventualmente sufrir la misma suerte que ésta le deparó a la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Desarrollo): sobrevivir, pero ser cada vez más ineficiente e irrelevante.
Esto plantea otra cuestión: aunque nos alegremos del fracaso de una reunión ministerial orientada contra los intereses de los países en desarrollo, ¿debemos saludar el debilitamiento de la OMC? Después de todo, hay quien ha argumentado que la OMC es un conjunto de reglamentaciones y maquinaria que, con un equilibrio de fuerzas adecuado, puede ser invocado para proteger los intereses de los países en desarrollo. Los defensores de esta postura afirman que es mejor convivir con la OMC que con los acuerdos de comercio bilaterales, que según afirmó el Representante de Comercio de EE.UU. Robert Zoellick en su conferencia de prensa final, serían ahora la prioridad de Washington después del fracaso de Cancún.
La verdad es que el planteamiento es una falsa oposición. La OMC no es un conjunto neutral de reglamentaciones, procedimientos e instituciones que se puede utilizar en forma defensiva para proteger los intereses de los actores débiles. Las propias reglas –entre las cuáles las principales son la supremacía del principio de libre comercio, la cláusula de nación más favorecida y el principio de trato nacional- son la institucionalización del actual sistema de desigualdad económica mundial. Las armas con las que eventualmente cuentan los países débiles son muy pocas y dispersas. El principio de trato especial y diferenciado para los países en desarrollo goza de un rango muy poco significativo en la OMC. En realidad, en Cancún, EE.UU. y la UE eliminaron de las negociaciones toda la agenda referente al trato especial y diferenciado que establecía la Declaración de Doha. La OMC no es una organización verdaderamente multilateral. Es un mecanismo para perpetuar el condominio de EE.UU. y la UE sobre la economía mundial.
En tercer lugar, la sociedad civil mundial fue un actor importante en Cancún. Desde Seattle, la interacción entre la sociedad civil y los gobiernos en los temas de comercio se ha intensificado. Las organizaciones no gubernamentales han ayudado a los gobiernos de los países en desarrollo en los aspectos políticos y técnicos de las negociaciones. Han movilizado a la opinión pública internacional contra las posturas retrógradas de los gobiernos de los países ricos, como en el tema de las patentes de medicamentos y la salud pública. Han emergido como fuertes coaliciones nacionales que presionan a sus gobiernos para impedir que sigan haciendo concesiones a los países ricos. Si muchos gobiernos de países en desarrollo resistieron la presión de EE.UU. y la UE en Cancún fue porque temían la reacción política de los grupos de la sociedad civil en sus propios países.
Con los movimientos populares marchando por el centro de la ciudad y las onGs manifestando cada hora dentro y fuera del centro de convenciones desde la sesión inaugural en adelante, Cancún se convirtió en un microcosmos de la fuerza de la dinámica mundial entre los Estados y la sociedad civil. La autoinmolación del agricultor coreano Lee Kyung Hae en las barricadas policiales fue una advertencia para todos los que estaban en el centro de convenciones, de que ya no podrían ignorar la crisis económica de los pequeños agricultores del mundo, y el hecho fue reconocido por los gobiernos con el minuto de silencio que se realizó en su memoria. Verdaderamente, el fracaso de la reunión ministerial de Cancún fue otra confirmación de la observación del New York Times de que la sociedad civil mundial es la segunda superpotencia del mundo.
En cuarto lugar, el Grupo de los 21 es un acontecimiento nuevo e importante que podría contribuir a alterar la correlación de fuerzas a nivel mundial. Conducido por Brasil, India, China y Sudáfrica, esta nueva agrupación abortó la ofensiva de la UE y EE.UU. para convertir Cancún en otro episodio triste en la historia del subdesarrollo. El potencial de este grupo fue resaltado por Celso Amorin, el Ministro de Comercio brasileño, que surgió como su portavoz, al decir que representaba más de la mitad de la población del mundo y a más de dos tercios de sus agricultores. Los negociadores de comercio de EE.UU. no se equivocaron al afirmar que el Grupo de los 21 representa una reanudación de la ofensiva del Sur por un “nuevo orden económico internacional” inicialmente formulada en la década de 1970.
Sin embargo, gran parte de esto está todavía por verse, y no se debe sobreestimar el potencial de este nuevo grupo. Por ahora, es principalmente una alianza cuyo objetivo central es reducir radicalmente los subsidios de la agricultura del Norte. Y todavía le falta abordar en forma significativa la necesidad de una protección amplia para los agricultores más pequeños en los países más pequeños que centran principalmente su producción en el mercado nacional. Esto es comprensible, ya que los miembros más destacados del Grupo de los 21 son grandes agroexportadores, aunque también tienen producción orientada al mercado nacional, basada en pequeños agricultores.
No obstante, no existe ninguna razón por la cual una agenda positiva de agricultura sustentable orientada al sector de pequeños agricultores no pueda incluirse como reivindicación central del grupo. Tampoco hay ninguna razón por la cual el Grupo no pueda ampliar su mandato para incorporar también un programa común sobre industria y servicios. Todavía más alentadora es la posibilidad de que el Grupo de los 21 sirva como motor de la cooperación Sur-Sur, más allá del comercio en la coordinación de políticas de inversión, flujos de capitales, políticas industriales, sociales y ambientales. Este tipo de formaciones de cooperación Sur-Sur centradas en la prioridad del desarrollo por sobre el comercio y los mercados ofrecen una alternativa, tanto a la OMC como a los acuerdos bilaterales de libre comercio que buscan imponer ahora los EE.UU. y la UE.
Al articular su agenda, el Grupo de los 21 encontrará un aliado natural en la sociedad civil. Con EE.UU. y la UE determinados a defender el statu quo, esta alianza debe pasar de ser una posibilidad a ser una realidad lo antes posible. Claro que no será una tarea fácil. Los grupos progresistas de la sociedad civil pueden sentirse cómodos al negociar con el gobierno brasileño encabezado por el Partido de los Trabajadores, pero no se sentirán a sus anchas con el gobierno de la India, que es fundamentalista y neoliberal, ni con el gobierno chino que es autoritario y neoliberal. Sin embargo, las alianzas se forjan en la práctica y ningún gobierno debe ser clasificado automáticamente como imposible de alinear con la causa del desarrollo sustentable orientado hacia los pueblos.
Para concluir, poco después de la Reunión ministerial de Doha, varias organizaciones de la sociedad civil afirmaron que la mejor forma de contribuir con los intereses del mundo en desarrollo sería hacer fracasar la próxima reunión ministerial en Cancún en vez de intentar convertir la reunión en un foro para reformar la OMC. A medida que se aproximaba Cancún, la intransigencia de los países poderosos llevó a punto muerto las discusiones con el Sur en casi todos los frentes. Al momento de realizarse la reunión de Cancún, ya no se hablaba más de reforma. Las cosas estaban absolutamente claras. Con EE.UU. y la UE determinados a imponer sus objetivos, que no hubiera acuerdo era mejor alternativa que un mal acuerdo, una reunión ministerial fracasada mejor que una reunión exitosa que sirviera solamente para clavar un nuevo clavo en el ataúd de las aspiraciones de desarrollo de los países empobrecidos.
Después de Cancún, el desafío de la sociedad civil mundial es redoblar sus esfuerzos para desmantelar las estructuras de desigualdad y presionar para lograr acuerdos alternativos de cooperación económica mundial que permitan favorecer verdaderamente los intereses de los pobres, los marginados y los desempoderados.
* Profesor de sociología y administración pública de la Universidad de Filipinas y director ejecutivo de Focus on the Global South, un grupo de investigación y acción con sede en Bangkok.