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por Alec Bamford & Chanida Chanyapate*

La sociedad civil progresista y democrática de Tailandia se ha sumado a los llamamientos para lograr el derrocamiento del Primer Ministro. No hay nada nuevo en este hecho hasta que nos damos cuenta que al lado de las ONG, los intelectuales y las organizaciones de base se encuentran un ex-amigote en quiebra, un soldado reconvertido a político y a gurú y su marginada secta budista, uno de los monjes tradicionales más devotos, acéticos y nacionalistas, y hasta un ex dictador militar depuesto hace 14 años.
Y el asediado Primer Ministro puede alegar que contó con mayorías aplastantes en dos elecciones nacionales tan libres y justas como es posible en Tailandia, y que ha sido absuelto de delito por la justicia.

Mientras tanto, uno de los miembros más peligrosos de los militares en servicio está haciendo ruidos amenazantes, y el palacio está ocupado enviando señales no demasiado encubiertas de que a Su Majestad no le Causa Gracia.
En esta precaria situación con manifestaciones y contra manifestaciones de masas todos los días, ¿cómo puede ser que las ONG que conocemos y queremos estén del mismo lado de las barricadas que las fuerzas de la oscuridad? Bienvenidos al mundo bizantino de la política tailandesa. Comencemos con algo de …

Contexto
No es posible entender la política tailandesa si no se comprenden algunos de sus principios básicos. Quizá el más importante es que las políticas muy rara vez importan (en realidad, se debe dar crédito al Primer Ministro Thaksin Shinawatra por haber introducido en la política tailandesa la idea de hacer campaña por un conjunto de políticas, e incluso, más notoriamente, por tratar de implementarlas después de electo), lo que sí es crucial son las personalidades, o mejor dicho, las relaciones personales.  

La sociedad civil
Los componentes de la "sociedad civil" en Tailandia son muy particulares ya que en realidad se oponen a Thaksin por principio. Deploran que haya pisoteado los derechos humanos en la guerra contra las drogas en 2004 (2500 muertos y ningún responsable) y en la represión desatada en la región sur del país. Se manifiestan contra el control rastrero que ejerce sobre los medios, especialmente cuando decidió demandar a uno de sus propios seguidores por 400 millones de baht por decir lo que todo el mundo sabía –que su imperio comercial ha florecido como nunca durante su ejercicio en el cargo de primer ministro. Y están exasperados por la arrogancia de las simplonas recetas que usa Thaksin para encarar cuestiones como la pobreza, y autovanagloriarse por ello. En parte porque las ONG trabajan fundamentalmente con temas, no con personas, y en parte por su decisión –tomada desde hace ya mucho tiempo- de mantenerse alejadas de los partidos políticos, su influencia ha sido preciosamente escasa, y por sí mismas no constituirían más que una molestia menor.
 
Son los otros actores quienes protagonizan la pelea.

El ex amigote
La crisis actual se inició con un programa televisivo, y cuando lo sacaron abruptamente del aire, siguió con una serie de manifestaciones organizadas por Sondhi Limthongkul. Sondhi y Thaksin provienen de moldes parecidos, y mientras duró el boom de los 90 los dos jugaban de compadres a apañarse mutuamente, a la manera habitual de la élite capitalista Sino-Tailandesa. Pero mientras Thaksin y su imperio de telecomunicaciones lograron sortear relativamente indemnes el colapso económico de 1997, el grupo publicitario de Sondhi fue fagocitado por las deudas. Pero esto le pasó a muchos otros. Todo lo que se necesitaba era contar con un banquero de confianza que le saliera de fianza a uno. Desafortunadamente, cuando Sondhi intentó mover los hilos de sus influencias descubrió que Thaksin los había cortado.
Furioso y herido Sondhi parece estar decidido a jugarse el todo por el todo. Cualquiera que esté en el tema del periodismo se dará de bruces con las artimañas empresariales aunque no las esté buscando, y de esta forma Sondhi ha sido capaz de sacar a la luz pública una gotera permanente de escándalos de corrupción que involucran a Thaksin, su familia y su círculo empresarial.
Los manifestantes pro democracia de 1992 eran conocidos como la “barra” del teléfono celular. Los seguidores de Sondhi son una “barra de correo electrónico”, mayoritariamente conformada por población urbana, de clase media, y en su mayoría con alto nivel educacional. Aunque son capaces de hacer trampa con sus propios impuestos a la renta, igual se pueden sentir indignados cuando se descubre que los hijitos de Thaksin, a través de un complejo manojo de compañías fantasmas, vendieron los viejos activos de Papá por la suma de 73 mil millones de baht (unos US$ 1.840 millones) libres de impuestos.
Los participantes de las manifestaciones de Sondhi tienden a tener una muy buena opinión de sí mismos, y más que nada aman "saber" cosas que no han aparecido en los medios. Podría ser información genuina que ha sido censurada, pero en gran parte se trata de tonterías sin sentido generadas por la industria del rumor, y nadie es capaz de distinguir entre una cosa y otra. En resumen, no son gente que vaya a tomarse a la ligera que alguien los trate de “estúpidos”, que es exactamente la forma en que los describe Thaksin.

El asceta
Sondhi adquirió un aura de rectitud que nunca podría haberse ganado por sí mismo en el momento en que se unió a Maha Boowa y sus seguidores.
Maha Boowa pertenece a una tradición de monjes de los bosques del norte y noreste de Tailandia, muy estrictos, muy limpios, y en su caso muy nacionalista.
Si bien Thaksin puede argumentar que Sondhi está motivado por la envidia, y muchos no tendrán dificultades en creer que los dos son igualmente malos cuando de negocios turbios se trata, Maha Boowa le presta legitimidad moral a las fuerzas anti-Thaksin.

El mentor de los viejos tiempos
El movimiento anti Thaksin comenzó a aparecer como una fuerza irresistible cuando Chamlong Srimuan se sumó a la lucha contra su anterior protegido. Chamlong, un ex militar ahora reconvertido al budismo, creó en la década de 1980 un movimiento político (movimiento no partido) que introdujo la moral budista en la política tailandesa. Chamlong fue elegido gobernador de Bangkok en medio de una ola de fervor anti-política, y finalmente decidió transformar su movimiento en un partido. Se lanzó a buscar apoyo y lo encontró en un magnate en rápido ascenso. Ésta fue la primera participación pública de Thaksin en política, que en realidad  no fue completamente feliz. Prometer irreflexivamente solucionar en 6 meses el desastre del tránsito en Bangkok, es un ejemplo típico del estilo de Thaksin. Grandes metas en titulares, plazos absolutamente irreales, relaciones públicas en cantidades industriales, pero al final, el resultado está muy lejos de lo prometido.

El “establishment” con conciencia
Uno de los puntos de inflexión que ayudó a demarcar una línea de separación entre los dos bandos intransigentes fue la declaración de un grupo de decanos de ciencias políticas que cuestionaba la legitimidad de Thaksin como primer ministro. No se trataba de la virulencia predecible de los antagonistas conocidos, esto provenía de la élite del establishment (uno de ellos el supervisor de la educación de la hija de Thaksin). A esta iniciativa le siguieron peticiones, cartas y declaraciones similares firmadas por los grandes y los buenos.

El blanco
Thaksin demuestra una y otra vez un desprecio irritante ante cualquiera que ose cruzarse en su camino, desde los soldados muertos en una revuelta en un arsenal militar donde se disparó la última insurrección en el sur ("merecían morir" por fracasar en su deber, según Thaksin), a los llamados internacionales a investigar las graves violaciones de los derechos humanos (a los cuales respondió “las Naciones Unidas no son mi padre”). Esto ha provocado expresiones de odio cerrado entre sus opositores que sencillamente no son comunes en la política tailandesa.
Ahora bien, los motivos de muchas de las fuerzas anti-Thaksin son bastante transparentes. Sondhi quiere venganza; Chamlong quiere arrepentimiento; la clase media quiere menos corrupción, y hay una serie de candidatos al puesto de primer ministro que quieren tener su oportunidad en el ruedo.
Pero la sociedad civil quiere algo más que una simple corrección de los males que se perciben. La clave está en la cuestión de la legitimidad y todo se remonta a la constitución de 1997, y a lo que Thaksin podía hacer con ella.*

La perversión de la reforma política
La mejor constitución de Tailandia sin lugar a dudas (y hemos tenido unas cuantas en los últimos años) fue aprobada tras las consecuencias del desastre económico de 1997, cuando la confianza en el establishment político estaba muy debilitada. Esto permitió que del vacío provisorio surgiera un documento sorprendentemente liberal.
 
Los redactores de la constitución buscaban dos cosas. Una, establecer algunos derechos básicos y los mecanismos para su aplicación. Existen es cierto algunas fallas. No es posible por ejemplo, ser candidato al Parlamento a menos que uno tenga un grado universitario, lo que en los hechos significa una barrera para la vasta mayoría de la población. Pero en lo central, se hizo un buen trabajo.
El segundo objetivo era corregir algunos de los defectos que se apreciaban en la estructura política anterior. El sistema de elección por circunscripción de tres miembros que parecía estar al servicio exclusivo de la compra de votos, que podía calcularse hasta en dos lugares decimales, fue a parar a la basura. La introducción de reglas más estrictas en la membresía de los partidos dificultó el salto de los políticos de un partido a otro (el escándalo de la compra de votos resultaba empequeñecido por otra práctica mucho más negativa y cara: la compra del escaño parlamentario). La creación de un sistema de listas de partido introdujo cierto grado de representación proporcional.
 
En resumen, la presencia de partidos fuertes y de gobiernos de un solo partido al estilo de Westminster se volvió algo mucho más probable, y con ello las coaliciones tambaleantes basadas solamente en el interés de preservar el autoenriquecimiento pasaron a ser cosa del pasado.
Para impedir que un partido fuerte se transforme en una dictadura parlamentaria la constitución creó una serie de agencias independientes elegidas, y en gran parte supervisadas, por el Senado. Y el Senado, por primera vez, pasó a ser un cuerpo conformado por elección y apolítico. Se prohibió la participación de miembros de los partidos y se restringió la campaña electoral exclusivamente al nombre, la profesión y las calificaciones educativas de los candidatos.
Las primeras elecciones del Senado en 2000 debieron haber servido como advertencia de cómo los planes mejor pensados pueden resultar mal. Ningún político pudo presentarse, pero sí pudieron hacerlo sus esposas, hermanos y esbirros, y fueron electos. La nueva Comisión Nacional Electoral hizo lo mejor que pudo y una provincia tuvo que votar cinco veces antes de que el resultado fuera legitimado. Pero cuando Thaksin ganaba su primera elección parlamentaria en el marco de la nueva constitución al año siguiente, la corrupción ya se había instalado.
Los controles y balances que se supone proporcionarían las nuevas agencias independientes fueron bloqueados todo el tiempo. La legislación que las habilitaba se demoró y desvirtuó; y los procedimientos utilizados para la elección de sus miembros fueron altamente cuestionables, y una vez en sus puestos muchos de ellos se caracterizaron por la inercia y la incompetencia.
Cuando la primera y pujante Comisión Nacional Electoral llegó al fin de su mandato, uno de sus integrantes vio como su solicitud de renombramiento fue rechazada con el argumento de que había cometido errores al llenar el formulario. El presidente de la nueva Comisión que se caracterizó por su inacción, era un oficial militar retirado al que se le mostró la tarjeta amarilla cuando quiso intervenir en la elección del Senado. La Comisión Nacional Anti-Corrupción fue destituida en masa por darse a sí misma un aumento de salario en forma corrupta. El nombramiento de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones fue suspendido en reiteradas oportunidades por procedimientos impropios, y hace ya más de seis años que caducó su mandato. La primera persona a cargo de la legislación sobre Libertad de Información fue sacada del cargo porque ordenó a una facultad de la universidad hacer pública más información que la aceptable para la reputación de sus poderosos clientes.
Cuando de alguna forma se nombró la gente adecuada, igual se le impidió realizar su tarea. La Comisión de Derechos Humanos, probablemente la única agencia a la que se le dejó hacer su trabajo como quería, tiene la obligación de presentar informes al gobierno todos los años, pero Thaksin simplemente se negó a aceptarlos. Cuando la Auditora General llegó muy a fondo en algunos casos de corrupción que involucraban al Nuevo aeropuerto de Bankgok, repentinamente se descubrió un error técnico en su nombramiento realizado dos años antes. Se la suspendió, pero igual siguió con la investigación. Se le retuvo la paga, igual siguió. Finalmente, cambiaron las cerraduras de su oficina.

La suprema institución
En este caso (y en el intento de re designar a la Comisión Anti-Corrupción) las artimañas fueron detenidas por la acción del palacio, o más precisamente por la inacción del palacio. Cuando se nombró al Nuevo Auditor General elegido por un Senado complaciente con Thaksin, el Rey simplemente no firmó la designación.
Los manifestantes de ambos bandos en disputa levantan una marea de banderas nacionales. Thaksin siempre ha sido rápido para ponerse la camiseta nacional, incluso aunque gran parte de su imperio opera actualmente fuera del país. Pero se ha visto privado de la efectividad de esta poderosa herramienta al conocerse que él (técnicamente sus hijos) vendió su paquete accionario mayoritario en el buque insignia Shin Corp a Temasek, una corporación controlada por el Gobierno de Singapur. Esto se presenta inmediatamente como la "venta de la nación", y no importa cuántas cartas envíen a la prensa los capitalistas señalando que la globalización funciona en dos sentidos, no modificarán esta percepción.
Muchos de los manifestantes anti-Thaksin hacen llamamientos, a menudo revestidos de un lenguaje indirecto, para que el monarca intervenga. Esto ya ha pasado antes en momentos de crisis nacional y el Rey es visto por todos como una figura más allá del bien y del mal, como alguien comprometido personalmente con el bienestar de la nación, y por ende como la institución de último recurso.
También se sabe que no es muy fanático de Thaksin. Incluso antes del colapso económico, proponía una “economía de suficiencia”, que obviamente difiere de la globalización que el imperio de Thaksin abraza con tanto fervor. Y su Majestad se ha quejado reiteradamente de que sus ideas no han sido correctamente entendidas, y en dos oportunidades ha regañado públicamente al Primer Ministro en su discurso anual a la nación en el día de su aniversario.
 
Como ningún actor político se anima a hacer un movimiento directo al trono, es necesario tantear delicadamente a algunos miembros del Concejo Privado del Rey, en particular dos ex comandantes militares (uno de ellos ex PM). La prensa puede informar que estas reuniones tuvieron lugar, pero no sale a luz ni una sola palabra sobre el contenido de las mismas.
 
¿Entonces, qué salió mal?
En cierto sentido es muy fácil anticipar como actuarán los primeros ministros tailandeses. Simplemente hay que ver cuál era su ocupación, y uno sabrá cómo gobernarán. Chuan Leekpai era abogado, nunca pudo ir más allá más de las normas y reglamentos y vivía horrorizado por la barra “extra-legal”. Banharn Silpa-acha era un empresario provincial y dirigió la administración en forma semi cleptocrática pagándole a los socios de la coalición para mantenerlos de su lado, de igual forma acostumbraba comprar contratos públicos. Y toda una pléyade de primeros ministros militares, algunos incluso fueron electos, trataron de dirigir el show ladrando sus órdenes y esperando la obediencia propia de un cuartel militar.
Thaksin es el “director ejecutivo” por excelencia. Su gabinete es un equipo de administradores y el parlamento apenas algo más que una Junta de Directores engorrosa. Las tareas del gobierno deben desarrollarse estableciendo metas y plazos (no importa que tan irreales sean), despidiendo ministros gerentes que no tiene un desempeño adecuado, y declarando éxitos, independientemente que tan cuestionables sean los resultados. No tiene interés en contar con una prensa libre ni con el derecho a saber de la ciudadanía; espera que los medios funcionen como una máquina nacional de relaciones públicas. Las leyes se ven a través de la lente corporativa. Si no gustan, entonces se tuercen todo lo que se pueda, y cuando eso no alcanza para hacer lo que uno quiere, se cambian las reglas de juego.
 
Los votantes no son ciudadanos con derechos, especialmente el derecho a pensar por sí mismos, sino clientes a ser engatusados, burlados y coimeados para que el partido Thai Rak Thai (Los tailandeses aman a los tailandeses) pueda obtener la máxima participación en el mercado electoral. Cuando Thaksin se lanzó a obtener su puesto con su partido, primero hizo una investigación de mercado. Realizó extensas consultas, incluso entre las ONGs, buscando averiguar qué encontraría más atractivo el tailandés promedio, y se concentró en dos temas que, sin dudas, resultaron ser un éxito para ganar votantes.
Uno es el acceso a la salud. Todos los tailandeses pueden ahora obtener tratamiento médico a un costo de no más de 30 baht por enfermedad (aproximadamente 75 centavos de dólar estadounidense). Esto significa un avance enorme en seguridad humana que ha contribuido genuinamente al bienestar de la sociedad. Lamentablemente, el sistema está muy sub-financiado y en inminente riesgo de colapsar para volver a algo similar al sistema anterior de dos escalones, pero para la mayoría de la gente, éste es un plus gigantesco a favor de Thaksin.
El segundo tema es el endeudamiento. Es la plaga moderna de la Tailandia rural que rápidamente se extiende a las ciudades. Para Thaksin, endeudarse es una forma perfectamente normal de hacer negocios. Al comienzo de su carrera tuvo graves problemas con sus acreedores. Cree honestamente que facilitando el crédito está ayudando a los tailandeses a que sean más prósperos. Por eso su respuesta al problema del endeudamiento funciona en ambos sentidos. Si bien se intentó aliviar la deuda, nunca tuvo realmente efectos, ya que la peor deuda se encuentra en manos de privados. En cambio, la expansión de la deuda ha sido un éxito desenfrenado, independientemente de cuántos banqueros se vayan a dormir cada noche con sus entrecejos fruncidos por la preocupación.
Estos logros y su historia personal neo-feudal juegan un papel muy favorable en una sociedad que tiene muy poca fe en el sistema de derechos y libertades democráticas. Es muy conmovedor que tantos comentaristas esperen que los tailandeses confíen en la democracia cuando ninguna otra institución tailandesa se maneja con principios democráticos. No lo hacen las empresas privadas, tampoco la monstruosa burocracia estatal, ni las escuelas, ni los militares, tampoco los monasterios, ni la mayoría de las familias. Para muchos tailandeses el ejemplo más claro de las dudosas “libertades" de la democracia es el caos del tránsito en Bangkok.
Muchísimo mejor es seguir fervorosamente detrás de las idealizadas reminiscencias de los antiguos dictadores de mano dura que violaban las reglas pero hacían funcionar las cosas. Si Thaksin puede hacer miles de millones para engrosar su fortuna personal, no importa cómo lo haga, obviamente tiene algo y es sabio colgarse de sus solapas, ganar algunos cientos de baht apareciendo en sus manifestaciones usando un sombrero ridículo y esperar más beneficios a lo largo del camino.
Hay sectores de la sociedad descontentos que nunca votarán a favor de Thai Rak Thai: las familias de los asesinados por sospechas de vinculación con las drogas, los granjeros avícolas cuyas aves fueron eliminadas en el mal manejo deshonesto que hizo Thaksin del brote de gripe aviar en el país. Pero se trata de problemas aislados que pueden ser ignorados sin riesgos en una campaña de propaganda política diseñada para las masas que prefieren que "la gente importante" tome las decisiones, mientras ellos se dedican a su lucha diaria por la felicidad, la paz y la seguridad.
La legitimidad plutocrática de Thaksin no tiene relación con ninguna estatura moral. Su estatus profesional se basa en su irreprochable talento natural para amasar su fortuna personal. Su éxito político se mide en 19 millones de votos, tal como les ha recordado reiteradamente a todos. Cree que tiene derecho a gobernar, no porque sea moralmente bueno o sabio (aunque sin duda se considera a sí mismo ejemplar en ambos aspectos), sino porque es un triunfador. Por ejemplo, aunque de vez en cuando “cumple” con las prácticas del budismo, ni remotamente muestra interés en las enseñanzas de esta religión.
Éste es el motivo por el cual la élite intelectual de Tailandia se ha vuelto en su contra. El hombre ha reducido la nación a la condición de una empresa que puede tener una declaración de misión ilusoria pero cuya meta principal es hacer dinero.
¿Y que nos espera después de Thaksin? Casi todos aceptan como algo inevitable la reforma política a través de enmiendas constitucionales. Sin embargo, incluso si esto fuera posible y se pudiera hacer bien, simplemente aumentaría la posibilidad de que exista un buen gobierno. Nunca podrá cerrarle el paso a los malos gobernantes, y éstos abundan en el ambiente de Thaksin.


 

Enfoque Sobre Comercio es editado por Nicola Bullard ([email protected]) .

Traducción: Alicia Porrini y Alberto Villarreal ([email protected]) para

REDES-Amigos de la Tierra Uruguay (http://www.redes.org.uy/)

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* Alec Bamford es maestro y escritor. Vive en Tailandia desde hace más de 30 años, trabaja en lingüística, desarrollo comunitario y derechos humanos. Chanida Bamford integra Focus on the Global South.