por Walden Bello*
(Resumen: Incluso antes de Thaksin, la democracia tailandesa ya atravesaba una severa crisis a causa de una sucesión de regímenes electos pero inútiles, o excesivamente corruptos, desde 1992. Su legitimidad se vio aún más erosionada por el FMI, que de hecho ha administrado el país sin transparencia alguna durante cuatro años, de 1997 a 2001, e impuesto un programa que generó sufrimiento a la mayoría de la población. Thaksin utilizó en su favor este descontento con el FMI y el sistema político, para crear una coalición mayoritaria que le permitió violar los límites constitucionales y vulnerar las libertades democráticas, al tiempo que le posibilitaba utilizar el estado como un mecanismo de acumulación privada de capital en un estilo sin precedentes. Esto condujo a una oposición de clase media, políticamente diversa, que trató de destituirlo apoyándose no en la democracia electoral, sino en el poder popular, la democracia de la calle. La corriente se volvió contra Thaksin, y en los últimos meses él no sólo perdió legitimidad moral, sino también una gran porción de poder político. La política tailandesa no estaba atascada, y el movimiento por la democracia estaba por lanzar la última fase de su campaña para destituir a Thaksin cuando los militares intervinieron. Aunque por el momento goce de popularidad entre los habitantes de Bangkok, eventualmente el golpe probará ser una cura peor que la enfermedad. La sociedad civil no puede tolerar el golpe, y se tiene que movilizar para hacer sentir su presencia en el actual vacío institucional para contrarrestar los movimientos de la Vieja Derecha, ahora fortalecida. Pero más que esto, debe elaborar un programa político alternativo que gane el apoyo de la masa crítica o hegemónica que podría colocar la democracia sobre bases firmes.)
El golpe militar en Tailandia marcó el segundo colapso de alto perfil de la democracia en el mundo en desarrollo en los últimos siete años. El primero fue el golpe en Paquistán en octubre de 1999 que llevó al poder al General Pervez Musharraf. Tal como sucedió con el golpe en Tailandia, ese golpe contó con apoyo de la clase media. Al igual que en Tailandia, se suponía que los militares dejarían el poder enseguida después de derrocar al Primer Ministro Nawaz Sharif, pero ya han transcurrido seis años y Musharaff y las fuerzas armadas continúan en el poder.
La democracia en la cuerda floja
Hoy en día se plantea en algunos círculos que Thaksin Shinawatra socavó el régimen democrático construido a partir del levantamiento popular de mayo de 1992. Esto es verdad, pero la democracia tailandesa ya estaba en malas condiciones antes de que Thaksin llegara al poder en enero de 2001. El primer gobierno de Chuan Leekpai, de 1992 a 1995, se caracterizó por la ausencia del más mínimo esfuerzo por llevar adelante una reforma social. El gobierno del ex empresario provincial Banharn Silipa-Archa, entre 1995 y 1996, fue descrito como "una administración semi-cleptocrática, que les pagó a los socios de la coalición para que no le retiraran su apoyo, de la misma manera que solía comprar los contratos de obra pública." Luego, entre 1996 y 1997, siguió el gobierno del ex general Chavalit Yongchaiyudh, que se apoyó en una alianza entre las grandes élites empresariales, los jefes provinciales y los padrinos locales. Se realizaron elecciones relativamente libres, pero las mismas sirvieron para determinar a qué coalición de la élite le tocaba el turno de utilizar al gobierno como un mecanismo de acumulación privada de capital.
No es de sorprender entonces, que la corrupción generalizada, especialmente bajo los mandatos de Banharn y Chavalit, haya generado rechazo en la clase media de Bangkok, y que los pobres del medio rural y urbano no hayan vislumbrado ningún cambio en sus vidas con el advenimiento de la democracia.
Tailandia bajo el poder del FMI
La democracia sufrió otra afrenta entre 1997-2001 luego de la crisis financiera en Asia. Esta vez, la responsabilidad no fue de las élites locales, sino del Fondo Monetario Internacional (FMI), que presionó al gobierno de Chavalit, y luego al segundo gobierno de Chuan, para que adoptaran un programa de reformas muy severo que consistía en el recorte radical de gastos, declarar a muchas corporaciones en bancarrota, liberalizar las leyes de inversiones extranjeras, y privatizar las empresas estatales. El FMI armó un fondo de rescate de 72.000 millones de dólares, pero el dinero no se utilizó para salvar la economía local, sino para que el gobierno le pagara a los acreedores extranjeros. Cuando el gobierno de Chavalit dudó si adoptar estas medidas, el FMI presionó para que hubiera un cambio de gobierno. El segundo gobierno de Chuan cumplió cabalmente con el Fondo, y durante tres años Tailandia tuvo un gobierno que rendía cuentas no a su pueblo, sino a una institución extranjera. No es de sorprender que el gobierno perdiera su credibilidad a medida que el país caía en una recesión profunda, y que un millón de tailandeses pasaban a vivir bajo la línea de pobreza. Mientras tanto el Representante Comercial de EE.UU. manifestó ante el Congreso de su país que era de esperar que "el compromiso (del gobierno de Tailandia) de reestructurar las empresas públicas y acelerar la privatización de ciertos sectores clave -incluyendo energía, transporte, servicios y comunicaciones- generara nuevas oportunidades de negocios para las empresas estadounidenses."
En breve, el FMI contribuyó en gran medida a quitar legitimidad a la democracia en ciernes de Tailandia, y en ese sentido, esta no fue la única instancia en la que el Fondo contribuyó a erosionar la credibilidad de un gobierno, especialmente entre los pobres. Si hoy en día hay un proceso de retroceso de la denominada "Tercera Ola" de democratización que se inició como una tendencia en el mundo en desarrollo desde mediados de los setenta, al FMI le cabe sin dudas parte de la responsabilidad, apoyado por supuesto por el gobierno de Estados Unidos. Un programa del FMI que exigía un aumento exponencial de los costos de transporte destruyó la última pizca de legitimidad de la democracia venezolana en 1989, y condujo al país al levantamiento espontáneo conocido como el "Caracazo". Anteriormente, en 1987, el FMI forzó al recientemente electo gobierno de Aquino en Filipinas, a adoptar un programa económico nacional que anteponía el pago de la deuda al desarrollo, empujando al país a un período de recesión, incremento de la pobreza, y creciente desigualdad, que llevó entre otras cosas a un agotamiento de gran parte de la legitimidad de la democracia que sucedió a Marcos. De igual forma, los programas de ajuste estructural que el FMI y el Banco Mundial lograron imponer en Paquistán a través de los gobiernos de Benazir Bhutto y su rival Nawaz Sharif, contribuyeron claramente al desmoronamiento de la democracia de este país. En la medida en que la democracia parlamentaria comenzó a estar asociada al incremento de la pobreza y la recesión económica, no es de sorprender que el golpe de Musahrraf haya sido percibido como un alivio para la mayoría de los paquistaníes, tanto de la clase media como de las masas trabajadoras.
Los años de Thaksin: capitalismo monopólico y populismo a la vez
Regresando a Tailandia, la democracia que llevó al poder a Thaksin en 2001 -luego de realizar su campaña y ganar las elecciones sobre la base de una plataforma anti-FMI- ya estaba severamente comprometida. En su primer año en el gobierno, Thaksin inauguró tres fuertes programas de gastos que contradecían directamente al FMI: una moratoria a las deudas que tenían los agricultores, además de facilitarles nuevos créditos; tratamiento médico para todos por sólo 30 baht, lo que equivale a menos de un dólar, por enfermedad; y un fondo de un millón de baht para cada uno de los distritos para que invirtieran en lo que les pareciera más oportuno. Estas políticas no condujeron a la crisis inflacionaria que el FMI y los economistas conservadores locales habían pronosticado. En lugar de eso, mantuvo la economía a flote y consolidó el apoyo masivo a Thaksin entre los pobres del medio rural y urbano.
"Este fue el lado 'bueno' de Thaksin. El problema fue que luego de haberse asegurado el apoyo de las mayorías con estos programas y prácticas, que los analistas Chanida Chanyapate y Alec Bamford denominaron "padrinazgo neofeudal", él comenzó a suprimir la libertad de prensa, a utilizar el control del gobierno para alimentar su riqueza o disminuir las restricciones a sus negocios y los de sus compinches, y comprar aliados y sobornar a sus oponentes. Su guerra contra las drogas para la que utilizó a su agencia favorita, la policía, resultó en la muerte unas 2.500 personas; si bien esto molestó a los activistas de derechos humanos, su campaña contó con el apoyo de la mayoría de la población. Él además asumió una política de línea dura, puramente punitiva, contra la insurgencia musulmana en tres provincias del sur del país, lo que empeoró la situación en esos lugares. Su defensa del tratado de libre comercio con EE.UU. condujo a la creación de una coalición de oposición conformada por activistas e intereses agrícolas e industriales amenazados. Despótico, arrogante, poco dispuesto a escuchar y vengativo, él mismo fue su peor enemigo."
Thaksin parecía haber creado la fórmula para una larga estancia en el poder con el apoyo de una mayoría de electores, hasta que se extralimitó. En enero, su familia vendió su paquete accionario mayoritario en el conglomerado de las telecomunicaciones Shin Corp, a un testaferro del gobierno de Singapur denominado Temasek Holdings, por 1.870 millones. Antes de que se efectuara la venta, Thaksin se había asegurado de que el Departamento Impositivo interpretaría o modificaría las normas para eximirlo del pago de impuestos. Esto llevó a la clase media de Bangkok a las calles para exigir su deposición, en un movimiento que tenía una semejanza sorprendente al denominado "Levantamiento del Poder Popular" que derrocara a Joseph Estrada en Filipinas en enero de 2001.
Para resolver el problema de la polarización, Thaksin disolvió el parlamento e hizo un llamado a elecciones, sabiendo que él ganaría las ganaría por amplio margen, tal como lo hiciera su coalición en 2001 y 2005. Las elecciones del 2 de abril se realizaron, y la coalición de Thaksin obtuvo el 57 por ciento de los votos, pero las mismas fueron boicoteadas por la oposición, lo que llevó a que se conformara un Parlamento sin Oposición. Luego de una sugerencia no demasiado encubierta del venerado Rey Bhumibol, la Suprema Corte determinó que las elecciones violaban la Constitución y ordenó que se realizaran una vez más. Thaksin renunció como Primer Ministro y dijo que sería un Primer Ministro interino hasta que se realizaran nuevas elecciones.
Ahora sería bueno hacer una pausa y resaltar algunas dimensiones del conflicto tailandés:
El mismo enfrentó en términos generales a las clases urbanas y rurales -la mayoría- contra las clases medias, lo que significa principalmente la clase media de Bangkok.
Fue testigo, como un principio de sucesión, de un conflicto entre la democracia representativa vía elecciones y la democracia directa en las calles.
Involucró una división entre los dos principios que están unidos en el sistema de la democracia liberal -el liberalismo y la democracia. Invocando el legado del liberalismo, la gente en las calles buscó derrocar a Thaksin por sus violaciones a los derechos humanos y civiles, y su forma de gobierno arbitrario, al tiempo que los partidarios de Thaksin intentaron mantenerlo en el poder apelando al principio básico de una democracia – o sea, el gobierno de la mayoría. Las fuerzas anti-Thaksin, sin embargo, alegaron que el gobierno de la mayoría de Thaksin, se adecuaba al fenómeno que John Stuart Mill describiera como la "tiranía de la mayoría", que se basaba en gran medida en sobornar a la gente.
Polarizado pero no atascado y sin salida
Resulta muy importante señalar que previo al golpe el país no estaba atascado y sin salida. Ciertamente se encontraba muy lejos de caer en una guerra civil. Lo más importante es que la moral colectiva se había vuelto contra Thaksin, y su renuncia como primer ministro fue un reconocimiento de este hecho. Él había perdido el control, las críticas hacia él se habían difundido ampliamente en los medios que antes fueran dóciles, y existía gran presión sobre él para que renunciara antes de las próximas elecciones inicialmente previstas para el 15 de octubre pero luego agendadas para noviembre. El jueves, el día después del golpe, la Alianza Popular por la Democracia había planificado realizar una manifestación de masas para comenzar a dar un empuje final contra Thaksin desde las calles.
Esta era una democracia en acción, con todos sus avatares y los bulliciosos esfuerzos por resolver principios conflictivos. Por supuesto, el resultado no estaba garantizado, ni la violencia estaba descartada, pero la incertidumbre y la prolongada resolución de las disputas son parte de los riesgos que van unidos a la democracia. Los tailandeses estaban luchando para resolver la cuestión de la sucesión política mediante métodos democráticos y civiles. El aparente caos generalizado hacía parte de los crecientes dolores de una democracia. Y parecía que el "poder popular" o la democracia de las calles podría, como en el levantamiento popular de mayo de 1992, definir con éxito la sucesión política, creando un importante precedente en la práctica democrática. La democracia directa no sólo tenía relevancia para la sucesión política, sino que era revitalizante y renovadora de la práctica y el espíritu democrático.
Ese es el vibrante proceso democrático al que el golpe militar puso fin rápidamente. Todo el mundo está de acuerdo en que esta movida fue inconstitucional, ilegal y anti-democrática. Muchos dicen sin embargo, que si bien es todo eso, al mismo tiempo cuenta con gran apoyo y que es válida porque puso fin a una crisis.
La cura peor que la enfermedad
Sin embargo eso es cuestionable. Este golpe momentáneamente puede haber puesto fin a la crisis, pero al costo de provocar una mucho más profunda por varias razones:
Las masas que constituían la base de Thaksin, o sea lo pobres y los menos privilegiados estarán profundamente marginados de los regímenes sucesores, y percibirán a los regímenes post golpe como faltos de legitimidad democrática.
Las fuerza armadas han reafirmado su tradicional papel autoadjudicado de "árbitro" de la política tailandesa, y este golpe tiene tanto que ver con la reafirmación de ese rol -que ha sido definido como ilegítimo durante los últimos 14 años- como con la crisis política actual.
Ha emergido un peligroso eje institucional informal que podría subvertir futuros arreglos democráticos entre los militares y el Consejo de Asesores del Palacio, una de las pocas instituciones políticas nacionales que no fue eliminada por el decreto militar. Esto no resulta sorprendente dado el hecho de que el Consejo está presidido por un militar retirado con fuerte personalidad, el General Prem Tinsulanonda. En efecto, existen fuertes sospechas que el General Prem no jugó tan sólo un papel neutral en el asunto, en la medida en que días antes del golpe le dijo a los militares que ellos le debían lealtad principalmente "a la Nación y al Rey."
La constitución de carácter realmente popular, la Constitución de 1997, ha sido abolida por autorización militar. Esta constitución, aprobada luego de una consulta con la sociedad civil, instauró muchos controles al ejercicio del poder parlamentario y ejecutivo, y al comportamiento de políticos y burócratas. Irónicamente, los líderes golpistas anti-Thaksin, con toda su retórica acerca de la "restauración de la democracia", simplemente le dieron su golpe de gracia a un documento muy democrático que Thaksin había violado sistemáticamente.
Alguna gente dice que el líder del golpe, el General en Jefe del Ejército Sondhi Boonyaratkalin, es optimista respecto a hacerse a un lado. Pero las predilecciones personales no se corresponden con los intereses institucionales. Más que cualquier otra fuerza militar en el Sudeste Asiático, las fuerzas armadas de Tailandia tienen una propensión a intervenir en los procesos políticos, habiendo llevado a cabo 18 golpes militares desde 1932. Los hombres militares de Tailandia tienen un desprecio profundamente arraigado hacia los políticos civiles, y los consideran tontos torpes. A menudo, después de un golpe los generarles han prometido retornar al gobierno civil, pero continuaron gobernando directa o indirectamente a través de civiles nombrados por los militares. Las palabras del General Sondhi deben ser tomadas con la misma seriedad con que aseguró días antes del golpe, que los golpes militares "eran cosa
del pasado".
Los generales ya han redactado una constitución interina que los convierte en "asesores" de un gobierno civil interino. En efecto, a su círculo se han sumado figuras autoritarias clave que detentan poder independientemente de ellos. Se dice que son los dos principales candidatos para el puesto de primer ministro, y uno de ellos, Surayud Chulanont, es un ex Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas. El otro es un civil. Eso no es necesariamente una virtud, ya que la mayoría de los primer ministros civiles nombrados por los militares han sido políticos débiles, cuyos mandatos se caracterizaron por responder a sus supervisores militares o autoritarios. Anand Panyarachun, quien fuera nombrado primer ministro después del golpe militar de 1991, fue una excepción notable en ese sentido. El civil que está en la mira de los generales seguramente se ajustará más al modelo de una herramienta dócil, que al de un líder independiente como Anand. Supachai Panitchpakdi fue percibido como un débil Director General de la Organización Mundial de Comercio, y uno demasiado leal a la agenda de los países desarrollados en lugar de responder a los intereses de los países en desarrollo. Más directamente relevante es el hecho que fue vice-Primer Ministro durante el segundo gobierno de Chuan, entre 1997-98, que cumplió con lujo de detalle el programa del FMI que probó ser sumamente devastador para el país. En esa época, él admitió en una entrevista que "Nosotros hemos perdido nuestra autonomía, nuestra habilidad de definir nuestra política macroeconómica. Esto es desafortunado." Un historial de ese tipo no inspira mucha confianza en que se trate de una persona que pueda plantarse frente a los militares y otros centros de poder del país.
¿Hacia dónde ir?
Hoy en día hay en Tailandia un vacío institucional que está siendo llenado por la vieja derecha conservadora (en oposición a la populista). Pero el resultado final no está definido aún. En gran medida depende de la sociedad civil crecientemente movilizada de Tailandia. Para el movimiento popular de masas al que se le privó de la oportunidad de reemplazar a Thaksin por métodos propios de la democracia directa, resulta esencial, antes que nada, defender los principios y condenar el golpe como una vuelta a un pasado Jurásico que no puede ser admitida. No puede haber peros en esta cuestión. Algunos activistas dicen que más allá de eso, el movimiento debe insistir en que la Constitución de 1997 continúa vigente. Ellos proponen además establecer un Consejo Popular Interino, cuyos miembros provengan de la Alianza Popular por la Democracia, que entre otras cosas debería organizar nuevas elecciones muy rápidamente, en otras palabras, un sistema de "poder paralelo". Si bien son importantes, estas serían medidas de corto o mediano plazo. Lo más importante ahora es si los líderes populares serán capaces de formular un programa político verdaderamente transformador que cierre la brecha entre el movimiento de poder popular con base en la clase media, y las clases más bajas alienadas que constituían la base electoral del régimen depuesto. Una alianza de ese tipo asentaría la democracia tailandesa sobre bases verdaderamente firmes. La pregunta es: ¿la sociedad civil tailandesa asumirá este desafío histórico?
* Walden Bello es director ejecutivo de Focus on the Global South y Profesor de Sociología en la Universidad de Filipinas (Diliman). Él es el autor de "Una Tragedia Siamesa: Desarrollo y Desintegración en Tailandia Moderna" ("A Siamese Tragedy: Development and Disintegration in Modern Thailand") (London: Zed, 1998).