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por
Naomi Klein*

En
menos de dos años expira el contrato de arrendamiento para la
base militar más grande y más importante de Estados
Unidos en América Latina. Se trata de la base de Manta, en
Ecuador, y el presidente de izquierda de ese país, Rafael
Correa, ya anunció bajo qué condiciones está
dispuesto a renovarlo: "Lo renovamos con una condición: que
nos permita poner una base militar en Miami, una base ecuatoriana. Si
no hay ningún problema en tener soldados extranjeros en suelo
patrio, seguramente nos dejan tener una base ecuatoriana en Estados
Unidos".

Como
la idea de un puesto militar ecuatoriano en South Beach es
inverosímil, es muy probable que la base de Manta, que sirve
como área de maniobras para la "guerra a las drogas",
pronto deba cerrar. Esta postura desafiante de Correa no responde,
como algunos han sostenido, a una actitud "anti-estadounidense".
Es parte, más bien, de una serie de medidas más
generales que están adoptando los gobiernos latinoamericanos
para que el continente sea menos vulnerable a las crisis e impactos
provocados desde el exterior.


Esas
medidas son un acontecimiento crucial, ya que en los pasados treinta
y cinco años, estos impactos desde el exterior han servido
para crear las condiciones políticas necesarias en América
Latina que justificaron la imposición de "terapias de
choque" -una constelación de medidas económicas de
"emergencia" pro empresariales, tales como las mega
privatizaciones y la reducción drástica de los gastos
sociales que debilitan el Estado en nombre de la libertad del
mercado. En uno de sus ensayos más influyentes, el economista
Milton Friedman, ya fallecido, expresaba lo que constituye la táctica
medular del capitalismo contemporáneo, que yo denomino como
‘doctrina del shock'.
Friedman señalaba que solamente una crisis -efectiva o
percibida- produce cambios reales. Cuando esa crisis ocurre, las
acciones que se adopten dependerán de las ideas que anden
flotando por ahí".

América
Latina siempre ha sido el laboratorio principal de esta doctrina.
Friedman aprendió cómo explotar una crisis de gran
escala por primera vez a mediados de 1970 cuando fue asesor del
dictador chileno General Augusto Pinochet. Los chilenos no sólo
estaban en estado de shock
tras el violento golpe de Estado que derrocó al Presidente
socialista Salvador Allende; el país además atravesaba
una gravísima hiperinflación. Friedman asesoró a
Pinochet para que éste impusiera una rápida
transformación de la economía: reducción de
impuestos, libre comercio, privatización de los servicios,
recortes del gasto social y desregulación. Fue la
transformación capitalista más extrema que se haya
intentado nunca, y se la conoció como la revolución de
la Escuela de Chicago, ya que muchos de los principales asesores y
ministros de Pinochet habían estudiado con Friedman en la
Universidad de Chicago. En Uruguay y Brasil también se dieron
procesos similares, nuevamente con la ayuda de egresados y profesores
de la Universidad de Chicago, y asimismo en Argentina pocos años
más tarde. Estos programas de terapia de choque económico
fueron facilitados por mucho menos metafóricos choques
eléctricos -llevados a cabo en las celdas de tortura de toda
la región, a menudo con militares entrenados por militares y
policías estadounidenses, y dirigidos contra los militantes
que se presuponía muy probablemente fueran a interponerse a la
revolución económica.

En
las décadas de 1980 y 1990, a medida que las dictaduras
dejaban paso a democracias frágiles, América Latina no
escapó a la ‘doctrina del shock'.
Por el contrario, nuevas conmociones prepararon el terreno para una
nueva terapia de choque -el "shock
de la deuda" de comienzos de la década de 1980, al que
siguió una ola hiperinflacionaria y súbitas caídas
en los precios de las materias primas de las cuales dependían
sus economías.

En
la América Latina de hoy, no obstante, están rechazando
las nuevas crisis y las viejas terapias de choque se están
desgastando. Esta combinación de tendencias le está
dando al continente no sólo mayor capacidad de adaptación
a los cambios sino que además lo está transformando en
un modelo para un futuro de mucha mayor resistencia frente a la
‘doctrina del shock'.

Cuando
murió Milton Friedman el año pasado, la cruzada mundial
en pro del capitalismo irrestricto que él ayudó a
iniciar en Chile tres décadas atrás atravesaba graves
problemas. Los obituarios apilaron elogios, pero muchos estaban
imbuidos de una sensación de temor de que la muerte de
Friedman marcara el fin de una era. En el National
Post
de Canadá,
Terence Corcoran, uno de los discípulos más devotos de
Friedman, se preguntaba si el movimiento mundial que el economista
había inspirado podría seguir adelante. "Como último
gran león de la economía del libre mercado, Friedman
deja un vacío… No hay nadie hoy entre los vivos que iguale
su estatura. ¿Sin una nueva generación de dirigentes
sólida, carismática e intelectualmente capaz,
sobrevivirán a la larga los principios que creó y por
los que luchó Friedman? No lo sabría decir."

Ciertamente
parecía improbable. Los herederos de Friedman en los Estados
Unidos -el conjunto de pensadores neoconservadores que utilizó
la crisis del 11 de septiembre para inaugurar una economía
floreciente de guerras privatizadas y "seguridad interna"-se
encontraban en el punto más bajo de su historia. El pináculo
político del movimiento fue el dominio alcanzado por los
Republicanos en el Congreso estadounidense en 1994; solo nueve días
antes de la muerte de Friedman, habían perdido nuevamente la
mayoría a manos de los Demócratas. Los tres temas clave
que contribuyeron a la derrota Republicana en la elección
parlamentaria de 2006 fueron la corrupción política y
la mala administración de la Guerra de Irak, además de
la percepción -muy bien articulada por Jim Webb, un
candidato Demócrata al Senado-de que el país había
sido arrastrado "hacia un sistema de clases, de un tipo que no
hemos visto desde el siglo XIX".

Sin
embargo fue en América Latina, justamente allí donde
había dado sus primeros pasos, que ese proyecto económico
estaba experimentando su crisis más profunda. Washington
siempre consideró al socialismo democrático como un
desafío mayor que el comunismo totalitario, al que resultaba
fácil vilipendiar y convertir en enemigo útil. En las
décadas de 1960 y 1970, la táctica preferida para
lidiar con la inconveniente popularidad del nacionalismo económico
y el socialismo democrático era tratar de equipararlos con el
estalinismo, borrando deliberadamente las claras diferencias que
existen entre las visiones del mundo de ambos. Un ejemplo de esta
estrategia se aprecia en los primeros días de la cruzada de
Chicago, cuando se analizan los documentos desclasificados sobre la
experiencia chilena. A pesar de la campaña propagandística
financiada por la CIA que pintaba a Allende como un dictador de tipo
soviético, la verdadera preocupación de Washington por
la victoria de Allende queda revelada en un memorando de Henry
Kissinger a Nixon en 1970, que dice: "El ejemplo de un gobierno
marxista electo en Chile seguramente tendrá un impacto -e
incluso sentará precedente- en otras partes del mundo,
especialmente en Italia; la propagación de fenómenos
similares en otros lugares por la vía de la imitación,
afectaría a su vez significativamente el equilibrio mundial y
nuestra propia posición en él". En otras palabras,
había que derrocar a Allende antes de que su tercera vía
democrática se extendiera.

Pero
el sueño que representó Allende nunca fue derrotado.
Fue transitoriamente silenciado, empujado a la clandestinidad por el
miedo. Y ésta es la razón por la cual ahora, a medida
que América Latina va saliendo de su estado de shock
tras varias décadas, las viejas ideas burbujean nuevamente en
la superficie – junto con la "diseminación por imitación"
que tanto temía Kissinger.

En
2001 ya no era posible ignorar esa transformación. A mediados
de la década de 1970, el legendario periodista investigador
argentino Rodolfo Walsh había calificado la ascendencia de la
economía de la Escuela de Chicago bajo el gobierno de la junta
militar como un retroceso para la izquierda, no como una derrota
duradera. Las tácticas terroristas utilizadas por los
militares llevaron a ese país a un estado de shock
o conmoción, pero Walsh sabía que el shock, por su
propia naturaleza, es un estado transitorio. Antes de ser derribado
de un tiro por agentes de seguridad argentina en las calles de Buenos
Aires en 1977, Walsh estimaba que llevaría entre veinte y
treinta años para que los efectos del terror impuesto
cedieran, y los argentinos y argentinas volvieran a ponerse en pie y
recuperaran su coraje y confianza, y estuviera nuevamente en
condiciones de luchar una vez más por la igualdad social y
económica. Fue en 2001, veinticuatro años después
del golpe militar, que el país despertó en una eclosión
de protestas contra las medidas de austeridad prescritas por el FMI,
provocando enseguida la caída de cinco presidentes en
solamente tres semanas.

"La
dictadura recién terminó" declaraba la gente en ese
momento. Querían decir que había llevado diecisiete
años de democracia lograr que se desvaneciera el legado del
terror, justo como lo había pronosticado Walsh.

En
los años que han transcurrido desde entonces, ese coraje
renovado se ha extendido a otros países que fueron
laboratorios de la doctrina del shock
en la región. Y a medida que la gente va dejando atrás
el miedo colectivo, que primero fue inculcado con tanques y espuelas
y luego con súbitas evasiones de capital y brutales recortes,
muchos están exigiendo más democracia y más
control sobre los mercados. Estas demandas representan la mayor
amenaza para el legado de Friedman, ya que ponen en cuestión
su principal precepto: que el capitalismo y la libertad son parte
indivisible de un mismo proyecto.

Los
más firmes opositores de la economía neoliberal en
América Latina han venido ganando elección tras
elección. El presidente venezolano Hugo Chávez, con su
plataforma del "Socialismo del Siglo XXI", fue reelecto en 2006
para un tercer período con el 63 por ciento de los votos. A
pesar de los intentos de la administración Bush de presentar a
Venezuela como una seudo democracia, una encuesta realizada ese año
mostró que el 57 por ciento de los venezolanos están
contentos con el estado de su democracia, una tasa de aprobación
que es la segunda del continente, sólo superada por Uruguay,
donde la coalición de izquierdas conocida como Frente Amplio
asumió el gobierno tras las últimas elecciones y donde
las mega privatizaciones habían sido anteriormente bloqueadas
mediante una serie de referendos. En otras palabras, en los dos
países de América Latina donde las elecciones habían
resultado en cuestionamientos reales al Consenso de Washington, los
ciudadanos habían renovado su confianza en el poder de la
democracia para mejorar sus vidas.

Desde
el colapso de Argentina en 2001, la oposición a las
privatizaciones se transformó en un tema definitorio para el
continente, capaz de llevar gobiernos al poder y también de
hacerlos caer; a fines de 2006 se había generado prácticamente
un efecto de dominó. Luís Ignacio Lula da Silva fue
reelecto Presidente de Brasil, en buena medida porque transformó
las elecciones en un referendo sobre las privatizaciones. Su
oponente, miembro del partido responsable de las ventas más
importantes de empresas públicas de Brasil en la década
de 1990, recurrió a presentarse como piloto socialista de
carreras de la NASCAR vestido con una chaqueta y gorro de baseball
con los logotipos de las empresas públicas que aún
permanecían en manos del Estado. No convenció a los
votantes y Lula ganó con el 61 por ciento de los votos. Poco
después en Nicaragua, Daniel Ortega, ex comandante de los
Sandinistas, transformó los frecuentes apagones que afectaban
al país en el centro de su campaña ganadora; denunció
que la venta de la compañía eléctrica nacional a
la empresa española Unión Fenosa después del
Huracán Mitch, era la causante: "¿Quién trajo
a Unión Fenosa al país?, preguntaba a gritos: "Fue el
gobierno de los ricos, ésos que están al servicio de la
barbarie capitalista".


En
noviembre de 2006, las elecciones presidenciales en Ecuador se
convirtieron en un campo de batalla ideológica similar. Rafael
Correa, un economista de izquierda de 43 años, le ganó
las elecciones a Álvaro Noboa, un magnate bananero y uno de
los hombres más ricos del país. Con el tema del grupo
de rock Twisted Sister
como melodía oficial de campaña, Correa convocó
al país a "superar todas las falacias del neoliberalismo".
Cuando ganó, el nuevo presidente de Ecuador se declaró
"no admirador de Milton Friedman". Para ese entonces, el
Presidente de Bolivia Evo Morales ya estaba llegando al primer año
de su mandato. Después de enviar al ejército para
retomar el control de los yacimientos de gas que estaban sometidos al
"saqueo" de las multinacionales, dio un paso más y
nacionalizó parte del sector de minería. Ese año
en Chile, bajo la presidencia de Michelle Bachelet -que estuvo
presa bajo la dictadura de Pinochet- los estudiantes de secundaria
comenzaron una ola de protestas contra el sistema de educación
de dos niveles introducido por los Chicago Boys. Los mineros del
cobre del país les siguieron luego con sus propias huelgas.

En
diciembre de 2006, un mes después de la muerte de Friedman,
los presidentes de América Latina se reunieron en una cumbre
histórica en Bolivia, en la ciudad de Cochabamba, donde un
levantamiento popular contra la privatización del agua había
obligado a Bechtel a salir del país unos años antes.
Morales inauguró la Cumbre con un llamado a cerrar "las
venas abiertas de América Latina", en una referencia al
libro "Las venas abiertas de América Latina" de Eduardo
Galeano -un recuento lírico del violento saqueo que
transformó a un continente rico en pobre. El libro se publicó
en 1971, dos años antes que fuera derrocado Allende por
animarse a cerrar las venas abiertas al nacionalizar las minas de
cobre de su país. Ese evento trajo aparejada una nueva era de
pillaje rabioso, en el transcurso de la cual las estructuras
levantadas por los movimientos desarrollistas del continente fueran
saqueadas, destripadas y malvendidas.

Hoy
los latinoamericanos están retomando el proyecto que fuera tan
brutalmente interrumpido todos esos años. Muchas de las
políticas que retoñan son familiares: la
nacionalización de sectores claves de la economía, la
reforma agraria, grandes inversiones en educación,
alfabetización y salud. No son ideas revolucionarias, pero en
su visión no apologética de un gobierno que contribuye
a lograr la equidad, ciertamente son una respuesta a la afirmación
de Friedman de 1975 cuando en una carta a Pinochet decía que
"el mayor error en mi opinión fue… creer que es posible
hacer el bien con el dinero de otros".

Aunque
se inspiran claramente en una larga historia de lucha, los
movimientos latinoamericanos contemporáneos no son réplicas
directas de sus antecesores. De todas las diferencias la más
asombrosa es la perspicaz conciencia de la necesidad de protección
contra los choques que demostraron eficacia en el pasado -los
golpes militares, las terapias de choque extranjeras, los
torturadores entrenados en Estados Unidos, así como los
choques de la deuda y los derrumbes de la moneda. Los movimientos de
masas de América Latina, que han sido los motores de la ola de
victorias electorales de los candidatos de izquierda, están
aprendiendo a incorporar amortiguadores de choques en sus formas
organizativas.

Son
por ejemplo menos centralizados que en la década de 1960, lo
que hace que sea más difícil desmovilizar el conjunto
del movimiento solo eliminando algunos dirigentes. A pesar del
abrumador culto a la personalidad que se teje en torno a Chávez
y de sus polémicos intentos por centralizar el poder en el
nivel estatal, las redes progresistas en Venezuela están a la
vez muy descentralizadas, mostrando una dispersión del poder a
nivel de base y de las comunidades. En Bolivia, los movimientos de
pueblos indígenas que llevaron al poder a Morales funcionan de
manera similar y han dejado claro que Morales no cuenta con su apoyo
incondicional: los barrios lo respaldarán en tanto sea
consecuente con su mandato democrático y ni un momento más.
Fue este tipo de enfoque de red lo que le permitió a Chávez
superar el intento de golpe de 2002: cuando su revolución fue
amenazada, sus seguidores se volcaron al centro de Caracas desde los
asentamientos periféricos de la ciudad exigiendo su
restitución, en un tipo de movilización popular que no
tuvo precedentes durante los golpes de la década de 1970.

Los
nuevos mandatarios de América Latina también están
adoptando medidas para bloquear en el futuro cualquier tipo de golpe
de Estado apoyado por Estados Unidos que pueda intentar socavar sus
victorias democráticas. Chávez ha hecho saber que si en
la provincia de Santa Cruz en Bolivia algún elemento de
extrema derecha concreta sus amenazas contra el gobierno de Morales,
las tropas venezolanas ayudarán a defender la democracia
boliviana. Entre tanto, los gobiernos de Venezuela, Costa Rica,
Argentina, Uruguay y Bolivia anunciaron que no enviarán más
estudiantes a la Escuela de las Américas (ahora llamada
Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en
Seguridad), el infame centro de capacitación militar y
policial en Fort Benning, Georgia, donde tantos asesinos famosos del
continente aprendieron las últimas técnicas en
"contra-terrorismo", que prontamente dirigieron contra los
campesinos de El Salvador o los trabajadores de la industria
automotriz en Argentina. Ecuador, además de cerrar la base
militar estadounidense, también parece estar dispuesto a
cortar sus lazos con dicha escuela. Es difícil exagerar la
importancia de estos eventos. Si el ejército estadounidense
pierde sus bases y sus programas de entrenamiento, su capacidad para
infligir choques en el continente se verá muy disminuida

Los
nuevos líderes de América Latina también se
están preparando cada vez mejor para los tipos de conmoción
que generan los mercados volátiles. Una de las fuerzas más
desestabilizadoras en las últimas décadas ha sido la
velocidad con la que el capital ha podido empacar sus maletas y se ha
fugado, o cómo una caída repentina de los precios de
los productos básicos (commodities)
puede devastar todo un sector agrícola. Pero en buena parte de
América Latina ya se han sufrido estos choques, dejando atrás
suburbios industriales fantasmales y grandes extensiones de tierras
baldías. Por eso, la tarea de la nueva izquierda en la región
ha sido tomar los detritos de la globalización y ponerlos a
funcionar de vuelta. En Brasil, el fenómeno es más
fácilmente apreciable en el millón y medio de
campesinos del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), que
han conformado cientos de cooperativas para recuperar las tierras
inutilizadas. En Argentina, el exponente más claro es el
movimiento de "empresas recuperadas": 200 empresas que quebraron
y han sido resucitadas por los trabajadores, que las han convertido
en cooperativas administradas democráticamente. Estas
cooperativas no temen tener que enfrentar un shock
económico si los inversionistas se fueran, sencillamente
porque los inversionistas ya se fueron.

Chávez
hizo de las cooperativas una prioridad política de primer
orden para Venezuela, dándoles la primera opción en los
contratos gubernamentales y ofreciéndoles incentivos
económicos para comerciar entre sí. En 2006,
aproximadamente 100.000 cooperativas en el país daban empleo a
más de 700.000 trabajadores. Muchas son componentes de la
infraestructura estatal -casetas de peaje, mantenimiento de
carreteras, clínicas de salud- que han sido entregados a las
comunidades para que los gestionen. Es una lógica inversa a la
tercerización del Estado: en vez de desmantelar el Estado y
subastar los distintos componentes a las grandes empresas privadas y
perder el control democrático, se le da a la gente que utiliza
los recursos el poder de administrarlos, creando, al menos en teoría,
fuentes de trabajo a la vez que servicios públicos más
responsables frente a los usuarios. Por supuesto, muchos críticos
de Chávez se han mofado de estas iniciativas limosnas y
subsidios injustos. Sin embargo, en esta época en que
Halliburton trata al gobierno estadounidense como su cajero
automático personal durante seis años -haciendo
retiros por más de US$20.000 millones solamente por concepto
de contratos en Irak, negándose a contratar trabajadores
locales tanto en la costa del Golfo como en Irak, y expresando su
gratitud a los contribuyentes estadounidenses trasladando su sede
principal a Dubai (donde consigue todos los beneficios impositivos y
legales)-los subsidios directos de Chávez a gente común
parecen significativamente menos radicales.

La
protección más importante de América Latina
contra posibles choques futuros (y por ende contra la ‘doctrina del
shock')
deriva de la emergente independencia del continente frente a las
instituciones financieras de Washington, que es a su vez el resultado
de una mayor integración entre los gobiernos de la región.
La Alternativa Bolivariana para América Latina (ALBA) es la
respuesta del sub-continente al Área de Libre Comercio de las
Américas, el sueño hoy enterrado de las trasnacionales
de lograr una zona de libre comercio que abarcara desde Alaska hasta
la Tierra del Fuego. Aunque el ALBA todavía está en sus
primeras etapas, Emir Sader, un sociólogo que trabaja en
Brasil, afirma que promete ser "un ejemplo perfecto de comercio
genuinamente justo: cada país proporciona aquello que está
en mejores condiciones de producir, a cambio de lo que más
necesita, independientemente de los precios del mercado mundial".
De modo que Bolivia suministra gas a precios estables y más
baratos; Venezuela ofrece petróleo con grandes subsidios a los
países más pobres y comparte su experticia en el
desarrollo de las reservas; y Cuba envía miles de médicos
que atienden gratuitamente en todo el continente, a la vez que
capacita a estudiantes de otros países en sus escuelas de
medicina.

Este
modelo es muy distinto al tipo de intercambio académico que
comenzó en la Universidad de Chicago a mediados de la década
de 1950, cuando cientos de estudiantes latinoamericanos aprendieron
una ideología única y rígida, y fueron enviados
a sus países de origen para imponerla uniformemente en todo el
continente. El beneficio más importante es que el ALBA es
esencialmente un sistema de canje en el cual los países
deciden por sí mismos cuánto vale cada servicio o
producto, en vez de dejar que sean los comerciantes de Nueva York,
Chicago o Londres los que fijen los precios por ellos. Esto hace que
el comercio sea menos vulnerable al tipo de fluctuaciones de precios
que afectó tan negativamente a las economías
latinoamericanas en el pasado. En medio de las turbulencias
financieras que la rodean, América Latina está creando
una zona de relativa calma y previsibilidad económica, una
hazaña que se presumía imposible en la era de la
globalización.

Si un
país enfrenta un problema financiero, esta integración
creciente hace posible que no necesariamente deba recurrir al FMI o
al Tesoro estadounidense para sortear la situación.
Afortunadamente, ya que la Estrategia de Seguridad Nacional de
Estados Unidos de 2006 deja en claro que para Washington, la
‘doctrina del shock'
sigue muy vigente: "Si se produce una crisis, la respuesta del FMI
debe reforzar la responsabilidad de cada país por sus propias
decisiones económicas", destaca el documento. "Un FMI
reformulado en sus prioridades fortalecerá las instituciones
del mercado y la disciplina de mercado en las decisiones
financieras". Este tipo de "disciplina de mercado" sólo
se puede aplicar si los gobiernos efectivamente recurren a Washington
por ayuda. Tal y como explicó el ex subdirector general del
IMF Stanley Fischer durante la crisis financiera asiática, el
prestamista sólo puede ayudar si se le pide que lo haga, "pero
cuando [un país] se queda sin dinero, no tiene muchos lugares
a donde recurrir". Eso ya no es más así. Gracias a
los altos precios del petróleo, Venezuela se ha transformado
en un prestamista importante para los demás países en
desarrollo, y esto les permite eludir a Washington. Incluso más
significativo resulta que este mes de diciembre marcará el
lanzamiento de una alternativa regional a las instituciones
financieras de Washington, un "Banco del Sur" que otorgará
préstamos a los países miembros y promoverá la
integración entre ellos.

Ahora
que pueden recurrir a otra fuente para obtener ayuda, los gobiernos
de la región están abandonando al FMI, con
consecuencias dramáticas para la institución. Brasil,
tan atado a Washington por las cadenas de su gigantesca deuda, se
niega a ingresar en ningún acuerdo nuevo con el Fondo.
Venezuela está considerando retirarse del FMI y del Banco
Mundial, e incluso Argentina, que fue el "alumno modelo" de
Washington, también se ha sumado a esta tendencia. En su
discurso a la nación en 2007, el Presidente Néstor
Kirchner (hoy sucedido por su esposa Cristina) declaró que los
acreedores extranjeros del país le habían dicho:
"'Usted tiene que llegar a un acuerdo con el Fondo para poder
pagar la deuda'. Y nosotros les decimos: ‘señores,
nosotros somos soberanos; nosotros queremos pagar la deuda del país,
pero "de acá" que vamos a volver a hacer un acuerdo con el
Fondo Monetario Internacional; bajo ningún sentido, bajo
ningún aspecto". Como consecuencia, el FMI todopoderoso en
las décadas de 1980 y 1990, ya no cuenta como fuerza en el
continente. En 2005, América Latina computaba el 80 por ciento
del total de la cartera de préstamos del FMI; hoy representa
apenas el 1 por ciento -un cambio colosal en solamente dos años.

La
transformación se extiende más allá de América
Latina. En sólo tres años, la cartera de préstamos
del FMI en todo el mundo se redujo de US$81.000 millones a US$11.800
millones, casi todos ellos destinados a Turquía. El FMI -un
paria en los países donde trató las crisis como
oportunidades de lucro-se está marchitando.

El
Banco Mundial enfrenta un futuro igualmente precario. En abril,
Correa reveló que había suspendido todos los préstamos
del Banco y declaró persona no grata al representante de la
institución en Ecuador -un paso extraordinario. Dos años
antes, explicó Correa, el Banco Mundial había utilizado
un préstamo de US$100 millones para bloquear una legislación
económica que habría servido para redistribuir las
ganancias del petróleo entre la población pobre del
país. "Ecuador es un país soberano, y no soportaremos
la extorsión de la burocracia internacional" dijo. Entre
tanto, Evo Morales anunció que Bolivia renunciará al
tribunal de arbitraje del Banco Mundial, el organismo que permite a
las empresas multinacionales enjuiciar a los gobiernos nacionales por
medidas que afecten sus ganancias. "Los gobiernos de América
Latina, y yo creo que del mundo, nunca ganan los casos. Siempre ganan
las multinacionales", declaró Morales.

Cuando
Paul Wolfowitz fue obligado a renunciar como Presidente del Banco
Mundial en mayo, estaba claro que era urgente que la institución
tomara medidas para poder superar una profunda crisis de
credibilidad. En medio del problema Wolfowitz, el Financial Times
informó que cuando los gerentes del Banco Mundial dispensaban
su asesoramiento en el mundo en desarrollo, "son hoy objeto de
risa". Si a esto le agreguemos el fracaso de las negociaciones de
la Organización Mundial del Comercio en 2006 (que ameritó
declaraciones de que la "globalización está muerta"),
todo parecería indicar que las tres principales instituciones
responsables de imponer la ideología de la Escuela de Chicago
bajo el argumento de la inevitabilidad económica, están
en peligro de extinción.

Parece
lógico que la revuelta contra el neoliberalismo se encuentre
más avanzada en América Latina que en otros lugares.
Como habitantes del primer laboratorio de la ‘doctrina del shock',
los latinoamericanos han tenido más tiempo que ningún
otro pueblo para recuperarse y para entender cómo funcionan
las políticas de choque. Esta comprensión es de
importancia crucial para poder generar una nueva política
adaptada a nuestros conmocionados tiempos. Cualquier estrategia
basada en el aprovechamiento de las oportunidades que abre un shock
traumático -el presupuesto central de la ‘doctrina del
shock'-
descansa fuertemente en el elemento sorpresa. Un estado de shock
es, por definición, un momento en el que existe una brecha
entre los acontecimientos que se suceden con gran rapidez, y la
información que existe para explicarlos. Sin embargo, cuando
disponemos de una nueva narrativa que nos permite entender los
eventos conmocionantes, nos reorientamos y el mundo comienza a tener
sentido nuevamente.

Una
vez que los mecanismos de la ‘doctrina del shock'
son entendidos en su profundidad y de manera colectiva, es mucho más
difícil que comunidades enteras puedan ser tomadas por
sorpresa, o que se las pueda confundir -se hacen resistentes al
shock.

*
Naomi Klein es autora de muchos libros. Este ensayo es una adaptación
de su libro más reciente, "The Shock Doctrine: The Rise of
Disaster
Capitalism" (Nueva York: Metropolitan Books, 2007) y
apareció originalmente en The Nation. Visite el sitio web de
Naomi Klein en nologo.org.