por Raúl Zibechi*

El presidente argentino Néstor Kirchner fue el encargado de instalar el tema en el
escenario político: la necesidad de una burguesía nacional para hacer posible un proyecto de país. No, no estamos en los sesenta; mucho peor, medio siglo parece haber pasado en vano.

“Es fundamental que el capital nacional participe de un proceso de reconstrucción de la sociedad. Es imposible un proyecto de país si no consolidamos una burguesía nacional.” La frase pertenece a Kirchner; la pronunció el lunes 29 de setiembre durante un acto con los banqueros “nacionales”, quienes firmaron un préstamo al gobierno por unos 150 millones de dólares para financiar obras públicas.

Tres meses atrás, el presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Alberto Alvarez Gaiani, pareció marchar en la misma dirección: “Hay una necesidad de burguesía nacional. Un país queda parado con más fuerza cuando en la mesa donde se toman decisiones hay dueños de las empresas más importantes del país. Acá nadie nos va a poner un peso y por mucho tiempo”. Sin embargo, el titutal de la UIA no se hizo ilusiones acerca de un supuesto despegue económico del país. “Con la gravísima crisis que hemos sufrido y la inserción global de la estructura de negocios de Argentina, hoy no hay posibilidad de volver a un modelo económico como el de los años setenta”.(1)


Cuarenta años después de los debates políticos y teóricos que atravesaron América Latina acerca del papel que podrían jugar las burguesías nacionales en el desarrollo y la superación de la dependencia, el tema vuelve a instalarse gracias a los triunfos electorales de Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva. Pero esta vez la cuestión de las burguesías nacionales se presenta más bien como la comedia de aquella inconclusa polémica.

Agonía sin vuelta atrás
El economista egipcio Samir Amin, consultado en Argentina acerca del “proyecto” de Kirchner, señaló que no creía que esa perspectiva fuera realista. “Ya no hay más burguesía nacional”, exclamó. Como sistema mundial, el capitalismo, dijo, es “polarizante por naturaleza”. Criticó una visión simplista que consiste en creer que “los centros, las periferias y las distintas formaciones sociales que participan del sistema mundial no son
simplemente 'formaciones desigualmente desarrolladas' sino que son formaciones interdependientes en esta desigualdad”. Fue más lejos. Dijo que el último proyecto de burguesía nacional en Argentina fue el de Perón, y que quizá hoy en los únicos países donde pueda existir una burguesía nacional sea en los ex socialistas, en
particular Rusia y, sobre todo, China.(2)


Línea más, línea menos, es el mismo razonamiento que sostiene Immanuel Wallerstein: “En cuanto a la posibilidad de desarrollo nacional dentro del marco de la economía-mundo capitalista, sencillamente es imposible que todos los estados lo hagan. El proceso de acumulación de capital requiere un sistema jerárquico en el que la plusvalía se distribuye en forma desigual, tanto en el espacio como entre las clases”.(3) Concluye que, históricamente, el desarrollo capitalista generó y requiere una creciente polarización socioeconómica de la población y, a su vez, espacial y demográfica.


En este punto parece conveniente echar una mirada atrás. Las burguesías nacionales surgieron como parte de procesos signados por el desarrollo nacional y los estados benefactores. O sea, soberanía e identidad nacional, sufragio y redistribución de la
renta. Estos aspectos formaron parte del proyecto de integración de las llamadas “clases peligrosas”, y sólo fue posible gracias a una coyuntural combinación de dificultades en los países del centro (a raíz de la Segunda Guerra Mundial), y de la potente emergencia de nuevos actores en los escenarios mundial y local: los movimientos de liberación nacional en África y Asia y el movimiento obrero y campesino en América Latina. De hecho, en
este continente los procesos de “desarrollo nacional” fueron en buena medida hijos de poderosos levantamientos populares, como el 17 de octubre de 1945 en Argentina y la revolución de 1952 en Bolivia, entre los más destacados.


Pero las burguesías nacionales no hubieran podido existir sin el marco protector de los estados. Sus proyectos se erigieron en base a la alianza entre las burguesías industriales, las clases trabajadoras y los aparatos estatales, tres actores interesados en el desarrollo por sustitución de importaciones. Durante un tiempo, la alianza funcionó, pese a la amenaza que significó la expansión de las economías del centro luego de la guerra. Pero esa alianza
se vino abajo cuando los obreros industriales presionaron por sus demandas y resistieron la disciplina fabril hasta neutralizarla.


De esa manera, la insurgencia obrera forzó a los llamados “capitales nacionales” a tejer alianzas con el capital internacional, que fue la forma de salvaguardar sus intereses
trasladando y trenzando inversiones con el sector financiero.

Globalización: la fuga del capital
Podemos leer la mundialización en curso como la opción hecha por el capital de “darse a la fuga ante su incapacidad de subordinar al trabajo”. La llamada “fuga territorial” del capital (sinónimo de globalización o mundialización) es la búsqueda de mayor movilidad para eludir la creciente insubordinación del trabajo; punto de vista que se apoya en valorar la crisis como “expresión del poder del trabajo”.(4) En este aspecto coinciden buena parte de los especialistas de izquierda. Pero es también la mirada que, de forma creciente, están realizando los movimientos sociales. El neozapatismo, por ejemplo, sostiene que la globalización ha sido traumática para toda la humanidad, pero más aun para las elites que detentan el poder.

“La mundialización del mundo en tiempo y espacio es, para el poder, algo que no acaba de ser digerido. Los 'otros' ya no están en 'otra' parte, sino en todas partes y a todas horas. Y para el poder el 'otro' es una amenaza”, dice el subcomandante Marcos. En cuanto al proceso que vivimos, hace una doble lectura: por un lado sostiene que los estados nacionales viven un tiempo agónico (aspecto en el que también coinciden, con matices, todos los analistas), y, por otro, asegura que “mientras se construye el gobierno supranacional”, el poder “se refugia de nuevo en un Estado nacional que desfallece”.(5)

En este punto entra a tallar la propuesta de Kirchner de “crear” una burguesía nacional. En el fondo se trata del mismo proceso que llevó a Kirchner, a Hugo Chávez y a Lula, al gobierno. La insurgencia popular o, dicho de forma más elegante, la democratización de las sociedades (tanto su realidad como la creciente demanda social de más democracia en todos los terrenos), fue lo que minó a las burguesías nacionales, y debilita a los estados. Kirchner es tan hijo del 19 y 29 de diciembre de 2001 como Chávez lo es del Caracazo de 1989 y Lula de una década y media de luchas populares. Por eso la necesidad de “refugiarse” en los estados, como apuntan los zapatistas, espacios con los que las elites no pueden dejar de contar para cumplir la meta principal de todo administrador serio: desactivar la protesta, neutralizar a los movimientos.


Los límites de cualquier propuesta de proyecto nacional no están en donde Kirchner señala. En efecto, no es la falta de una burguesía nacional lo que ha minado a las naciones periféricas sino los tres aspectos que trajeron la crisis actual: la extranjerización y financierización de las economías y las elites, la debilidad de los estados y los movimientos populares.

 

En Argentina, un informe reciente del Instituto de Estudios y Formación de la Central de los Trabajadores Argentinos apunta que los grupos económicos triunfadores de la crisis de 2001 (frente al FMI, los acreedores externos y el sector financiero), son los “conglomerados extranjeros y fracciones trasnacionalizadas del capital local ligadas a la exportación”.(6) Lo que indica que el relevo al menemismo no será nada parecido al sueño de Kirchner. En Brasil, el economista de izquierda Cesar Benjamin sostiene que ha quedado aplazada la hipótesis de una crisis que conduzca a una moratoria de los pagos a los acreedores y que ya no es necesario volver a firmar un acuerdo con el FMI. Brasil está ante un nuevo estadio en las relaciones con el Fondo, que se caracteriza porque ya “no son más necesarias las presiones de fuera hacia adentro”. Por el contrario, “las condiciones tradicionales, impuestas por el Fondo, ya fueron completamente internalizadas, expresándose ahora
en leyes brasileñas y coincidiendo con opciones internas de política económica”. Asesor de los sin tierra, Ben jamin concluye que “el programa de ajuste estructural del FMI pasó a ser cosa nuestra”, o sea, “pagaremos de cualquier forma los costos de la política del FMI pues ya internalizamos esa decisión”. (7)


Ambos análisis tienen un punto en común: como consecuencia de los cambios sucedidos en las respectivas sociedades, y en el mundo, en el último medio siglo, no existen ya elites nacionales. Más aun: puede inferirse que si Brasil llegó a ser la octava potencia industrial del mundo es precisamente porque es el campeón mundial de la desigualdad. La democratización de las sociedades conduce inevitablemente a crisis económicas.


Por último, la clave parece estar una vez más en los movimientos. El gobierno de Lula empezó a firmar convenios con organismos del Movimiento de los Sin Tierra (MST), que es cada vez más dependiente del apoyo estatal. Desde el mes de junio, dos
instituciones del MST (la confederación de cooperativas, CONCRAB, y la asociación de cooperación agrícola, ANCA), se vieron beneficiadas por varios convenios para cursos de capacitación y alfabetización de jóvenes y adultos. Sólo este convenio, firmado con el Ministerio de Educación, le reportó al MST algo más de un millón de dólares, en tanto la CONCRAB se benefició sólo en agosto con unos 600 mil dólares.(8) En Argentina, en tanto, las subvenciones estatales a los desocupados han conseguido “desestructurar” la protesta social, como aseguran desde la Casa Rosada. Éste parece el punto clave y la única razón por la que las elites argentinas mantienen su apoyo a Kirchner.

 

¿Se está avanzado mucho o poco en la domesticación de los movimientos? Los sectores más organizados y militantes, ironía de la vida, suelen ser los más fáciles de neutralizar o cooptar. Falta saber cómo reaccionarán los 44 millones de brasileños que no tienen más que un dólar por día para comer, o la mitad de los argentinos que viven bajo la línea de pobreza. En todo caso, los planes en curso, sumados a la simpatía y popularidad de los presidentes Lula y Kirchner, no parecen suficientes como para revertir la tendencia de larga duración hacia la democratización de las sociedades o, si se prefiere, de insubordinación de los trabajadores.


* Raul Zibechi es periodista y analista político uruguayo. Este artículo fue publicado originalmente por ALAI-AMLATINA, octubre 9 de 2003. http://alainet.org/listas/info/alai-amlatina.

Notas
(1) Clarín, 26 de mayo de 2003.
(2) Gabriela Roffinelli y Néstor Kohan, entrevista a Samir Amin, “He sido y sigo siendo comunista”, en
www.rebelion.org
(3) Immanuel Wallerstein, Después del liberalismo, Siglo XXI, México, 1996, pág 169.
(4) John Holloway, Marxismo , Estado y capital, Tierra del Fuego, Buenos Aires, 1994.
(5) Subcomandante Marcos, “El nuevo mundo”, en
www.revistarebeldia.org
(6) “El desmantelamiento del modelo neoliberal y la construcción de una alternativa”, en www.cta.org.ar
(7) Cesar Benjamin, “As relaçoes do Brasil com o FMI”, en www.outrobrasil.net
(8) O Estado de São Paulo, 5 de octubre de 2003.