¿EL FIN DEL ROMANCE? LA INDUSTRIALIZACIÓN ACELERADA, EL PARTIDO Y EL CAMPESINADO EN CHINA

por Walden Bello*

 

 

Los politólogos han descrito en ocasiones la revolución china como el producto de una alianza entre los intelectuales de clase media y el campesinado. En su revisión innovadora de la teoría marxista-leninista, Mao Zedong transformó al campesinado, clase desdeñada por Marx, en la “fuerza principal” de esta revolución antifeudal y antiimperialista. Aplicada en la práctica por el Partido Comunista, dirigido y dominado por la intelectualidad revolucionaria, esta reformulación demostró ser la clave del triunfo comunista de 1949.

Pero la relación entre el Partido Comunista de China (PCC) y el campesinado chino nunca fue sencilla. De hecho, podría describirse mejor como una relación tumultuosa.

Una visión desgastada

La visión que le valió al Partido Comunista el apoyo de millones de campesinos –aquella que hablaba de un campo donde la tierra de los terratenientes sería cultivada por millones de pequeños agricultores propietarios-siguió siendo precisamente eso: nada más que una visión. La transformación agraria dirigida por el partido adoptó la forma de la requisición del superávit de grano para cumplir la política de Mao de priorizar a la industria. Los campesinos vieron como se recortaban aún más sus libertades cuando a mediados de la década de 1950 se colectivizó la producción. Luego, durante el Gran Salto hacia adelante de 1958 a 1961, el partido hacinó a los campesinos en comunas (más de 26.000 en toda China) en las que su vida se transformó en una noria en torno al trabajo pesado, persiguiendo así estimular la producción y una requisición más efectiva del superávit por encima de las necesidades de supervivencia de los campesinos para sostener la campaña de superindustrialización de Mao. En su fascinante biografía “Mao: the Unknown Story” (New York: Random House, 2005), Jung Chang y Jon Halliday describen a los cuadros del partido que realizaban la micro-gestión de la producción, manteniendo a los campesinos “encerrados en sus poblados” para impedirles “robar” su propia cosecha.

Después del desastre en el que se sumió este experimento social que determinó la muerte de unos 30 millones de personas -en su mayoría campesinos-a causa de la desnutrición y el hambre, la balanza de la lucha por el superávit se inclinó hacia el campesinado. Se bajaron las metas de requisición, y como destacan Chang y Halliday: “En muchos lugares se permitió a los campesinos arrendar tierras de la comuna, lo que les permitió volver a ser agricultores individuales. Esto mitigó el hambre y motivó la productividad”.

El campesinado y la gran revolución cultural proletaria

Los especialistas en la China rural tienen opiniones encontradas sobre el impacto que produjo sobre el campesinado el siguiente gran evento, la Revolución Cultural. Para Chen Guidi y Wu Chantao, autores de “Will the Boat Sink the Water?” (New York: Public Affairs, 2006), una crónica conmovedora del sufrimiento campesino bajo el dominio del partido, la Revolución Cultural fue un “desastre” para el campesinado:

“Un campesino podía ser acusado de ‘optar por la vía capitalista’ si en su casa había dos pollos o si plantaba algunas verduras para vender en el mercado”. En contraste, para Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals, la Revolución Cultural, que comenzó de lleno en 1966, significó un alivio para el campesinado. Debido a la autodestrucción que implicó para el partido la purga realizada por Mao de los “seguidores del capitalismo” enquistados en todos los niveles del partido, la capacidad de las autoridades de requisar grano se vio debilitada. Como describen en su trabajo magistral “Mao’s Last Revolution” (Cambridge: Harvard University Press, 2006):

“El deseo secreto de muchos campesinos era que los dejaran en paz, y cuando los recaudadores de impuestos del Estado dejaron de presentarse a tiempo y en gran número por estar ocupados en luchas internas, los campesinos estaban satisfechos. En algunas zonas de la China rural, ese subproducto no deliberado de una burocracia estatal disfuncional fue aclamado como un fenómeno nuevo y muy importante. En el condado de Shehong, en Sechuán, a los campesinos se les dijo que “la Revolución Cultural significa que ya no habrá que entregar más grano al Estado!”.

Sacudidos por la lucha entre facciones, los agentes del partido y el gobierno no podían cobrar los impuestos a tiempo ni en su totalidad. En realidad, en las “dos regiones subprovinciales de Suzhou y Zhenjiang, en Jiangsu, los impuestos agrícolas equivalentes a 200 millones de jin [100 millones de kilos] de grano simplemente nunca se cobraron. La situación fue similar en las regiones subprovinciales de Enshi y Xiangyang, en Hubei, donde no se cobraron los impuestos equivalentes a unos 60 millones de jin”.

No resulta para nada sorprendente entonces que la producción aumentara durante toda la Revolución Cultural de 214 millones de toneladas en 1966 a 286 millones de toneladas en 1976. Con los problemas de cobranza y transporte, el aumento de la producción no benefició a las ciudades sino que fue absorbido por los hogares campesinos. Pero el aumento de la producción no fue la única consecuencia del afloje de la mano de hierro del partido. Los años de la Revolución Cultural vieron, en algunas zonas de la China rural, “un resurgimiento de la agricultura familiar, que preferían los campesinos. En la prefectura de Yibin, en Sechuán, 8.355 de 49.349 equipos de producción pasaron hacia fines de 1969 a redistribuir tierras a hogares individuales, subcontratando la producción a los hogares individuales…, permitiendo así que los intereses privados ‘tomarán el control de la economía colectiva'”.

La época dorada

El cambio en la correlación de fuerzas a favor de los campesinos pareció consolidarse con las reformas iniciadas por Deng Xiaoping después de la muerte de Mao en 1976. Los campesinos querían el fin de las comunas y Deng y sus reformadores los complacieron introduciendo el “sistema de responsabilidad familiar por contrato”. Según este sistema, cada familia recibía una parcela de tierra para cultivar. De lo producido, la familia podía quedarse con lo que quedara después de venderle al Estado una porción fija a un precio fijado por el Estado, o pagando simplemente en su defecto un impuesto en efectivo. El resto lo podía consumir o vender en el mercado.

Existe consenso entre los especialistas de China de que ésta fue la época dorada del campesinado. Ese sentimiento de grandes expectativas es evocado por Chen Guidi y Wu Chuntao en su informe sobre los conflictos agrarios en la provincial de Anhui:

“Cuando finalmente la Revolución Cultural se estancó después de la muerte de Mao en 1976, se intentó aplicar el sistema de contrato familiar en la provincia de Anhui y resultó ser todo un éxito. Desapareció el letargo de los años anteriores. Era común ver a tres generaciones de una familia trabajando juntas en el marco de uno de esos contratos, en busca de una vida mejor. La reforma aumentó en 15 por ciento el ingreso per capita entre los años 1978 y 1984. Fueron los años de la recuperación”.

Se ha caracterizado a la reforma rural como una reforma “explosiva”, cuyas consecuencias se hicieron sentir en toda la economía. El superávit generado por la reforma, destaca Minxin Pei en su ensayo “China’s Trapped Transition: the Limits of Developmental Autocracy (Cambridge: Harvard University Press, 2006) “permitió a los gobiernos rurales invertir en nuevas actividades industriales, lo que eventualmente se convirtió en una fuente esencial de finanzas públicas”.

Después de estudiar las transformaciones económicas de Taiwán, resulta imposible obviar las similitudes entre el período de la reforma de 1978-84 y la década de 1950 en Taiwán, donde la reforma agraria radical transformó y consolidó a los agricultores arrendatarios en una próspera clase de pequeños agricultores propietarios, cuya demanda de implementos agrícolas y otros productos manufacturados disparó y sostuvo la temprana industrialización de la isla por medio de la sustitución de las importaciones.

El gran retroceso

Pero al igual que en Taiwán, la época dorada del campesinado llegó a su fin y la causa fue idéntica: la adopción de una estrategia de industrialización centrada en la ciudad y orientada a la exportación, fundada en la integración rápida a la economía capitalista mundial. Esta estrategia, promulgada en el XII Congreso Nacional del Partido en 1984, básicamente significó la construcción de la economía industrial urbana sobre “los hombros de los campesinos”, como afirman Chen y Wu. La acumulación primitiva de capital adoptó principalmente la forma de la requisición del superávit campesino a través del cobro de impuestos altos. Y como en el Gran Salto hacia adelante, la maquinaria del partido en el campo jugó el papel de supervisor de la nueva estrategia.

Esta estrategia de desarrollo orientada hacia el desarrollo industrial urbano tuvo severas consecuencias. El ingreso campesino, que había crecido a un ritmo del 15,2% anual entre 1978 y 1984, cayó a un 2,8% por año entre 1986 a 1991. Hubo cierta recuperación a principios de la década de 1990 pero la última parte de la década se vio marcada por el estancamiento del ingreso rural. En contraposición a lo anterior, en el año 2000, el ingreso urbano (que ya era más alto que el campesino a mediados de los años ochenta), era en promedio seis veces más alto que el ingreso campesino.

Las razones clave del estancamiento del ingreso rural fueron los costos cada vez más altos de los insumos agrícolas, la caída de los precios de los productos agrícolas y el aumento de los impuestos, factores todos que actuaron transfiriendo ingresos del campo a la ciudad. Pero el principal mecanismo para la extracción de superávit del campesinado fue el incremento de los impuestos. En 1991 el Estado central cobraba impuestos sobre 149 rubros de productos agrícolas, pero esto resultó ser una parte de una tajada mucho mayor, ya que los estamentos inferiores del gobierno comenzaron a cobrar sus propios impuestos, gravámenes y cargos. Actualmente, las diversas capas del gobierno rural imponen un total de 269 tipos de tributos, además de toda suerte de gastos administrativos a menudo fijados de manera arbitraria.

Si bien se supone que los impuestos y gravámenes no debían superar el cinco por ciento del ingreso de los agricultores, el monto real probablemente fuera mucho más alto, al punto que según algunos estudios del Ministerio de Agricultura, la carga impositiva que sobrellevaban los campesinos era tres veces superior al límite oficial, es decir del 15 por ciento.

Ese incremento de los impuestos quizás podría haber sido soportable para los campesinos si hubieran recibido algo a cambio, como mejoras en la salud y la educación públicas y más infraestructura agrícola. Ante la ausencia de beneficios tangibles, para los campesinos sus ingresos estaban subsidiando lo que Chen y Wu describen como “el crecimiento monstruoso de la burocracia y la metástasis del número de funcionarios” que no parecían tener otra función que sacarles cada vez más.

Aparte de verse obligados a pagar precios más altos por los insumos, de cobrar precios menores por sus mercancías y de pagar impuestos más altos, los campesinos también pagaron de otras maneras el costo de la orientación industrialista de la estrategia económica. Según “China: the Balance Sheet” (Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales y el Institute of International Economics: Washington, DC, 2006), “40 millones de campesinos han sido forzados a dejar sus tierras para construir carreteras, aeropuertos, represas, fábricas y otras inversiones públicas y privadas, a los que se agregan dos millones más que serán desplazados cada año”.

La amenaza de la liberalización del comercio

Pero el impacto de todas estas fuerzas puede resultar incluso insignificante en contraste con el compromiso efectuado por China de eliminar los cupos o cuotas agrícolas y reducir los aranceles al ingresar a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Estos compromisos fueron, como lo destaca “China: the Balance Sheet”, de gran magnitud:

“El desafío de administrar el sector agrícola se ha multiplicado en virtud de los compromisos asumidos por la China en materia de agricultura en la OMC, que son mucho mayores que los de otros países en desarrollo y que en ciertos aspectos superan los de países de altos ingresos. El gobierno chino ha aceptado reducir aranceles e implantar otras políticas que amplían significativamente el acceso a los mercados; aceptó restricciones estrictas al uso de subsidios agrícolas; y prometió eliminar todos los subsidios a la exportación agrícola -compromisos que superan los que hicieran otros participantes en las negociaciones de la Ronda Uruguay que llevaron a la creación de la OMC”.

El acuerdo de la OMC refleja las prioridades actuales de China.  Si la dirección del partido ha optado por poner en riesgo grandes segmentos de su agricultura como el sector sojero y algodonero, es porque el partido desea abrir o mantener abiertos los mercados mundiales para sus exportaciones industriales. Las consecuencias sociales de este toma todavía no se han hecho sentir del todo, pero es probable que haya favorecido la drástica desaceleración del ritmo de reducción de la pobreza durante el período de 2000 a 2004.

¿Los nuevos señores supremos?

La corrupción, que se multiplicó entre los cuadros del partido en el clima de “hacerse rico es glorioso” de la era post-Mao, contribuyó a empeorar la relación ya de por sí volátil entre los campesinos y el partido, y cuando se vio a los funcionarios locales del partido apoyar o mimar a elementos mafiosos -muchos de ellos a su vez miembros del partido-aumentó el enojo de los campesinos contra aquellos a quienes parecían considerar ahora como sus nuevos señores feudales. El libro de Chan y Wu es una sombría crónica de esta transformación del partido de cuadros dedicados y respetados a una auténtica clase gobernante rural que actúa como dueña y señora de los campesinos. Vale la pena citar en su totalidad su descripción de cómo esta clase ejerce uno de sus “privilegios”:

“La verdad es que el vasto campo chino se ha convertido en el paraíso de los glotones. Como una nube de langostas, los funcionarios con sus apetitos a cuestas descienden al campo y con una inventiva sin fin despliegan mil excusas para comer y beber: cenas para inspectores, cenas para conferencias, cenas para la mitigación de la pobreza rural; cene si se puede dar el lujo y si no puede también; cene a crédito, cene con un préstamo, celebre cenas desde que empieza el año hasta que termina, desde el amanecer hasta que caiga el día; disfrute de una cena cuando asume un cargo y también cuando lo deja”.

“Un proverbio popular sobre la costumbre de comer y beber a expensas de los fondos públicos dice: ‘No se gana nada con no comer, porque es gratis. Entonces ¿por qué no comer?’ Comer gratis se ha convertido en un signo de estatus, en un indicador de posición social. La calidad de una cena puede determinar la aprobación de un proyecto, el éxito de una transacción o encaminar un ascenso. Se ha convertido en parte de la cultura política”.

Ante el predominio de ese tipo de prácticas, no es para nada sorprendente que se hayan multiplicado las protestas. De las 8.700 que el Ministerio de Seguridad denominó en 1993 como “incidentes grupales masivos” se pasó a 87.000 en 2005, y la mayoría de estas manifestaciones ocurrieron en el campo. Además, la participación en estos incidentes viene aumentando: de 10 personas o menos en promedio a mediados de los años 1990 se pasó a 52 por incidente en 2004.

Una forma de protesta muy extendida es la resistencia a pagar los impuestos. Minxin Pei de la organización Carnegie Endowment for International Peace afirma que en Xinjiang en 2001, según los informes, la resistencia a pagar los impuestos era una práctica frecuente en el 40 por ciento de los poblados estudiados. En ese mismo estudio, cerca del 70 por ciento de los cuadros del partido en esos poblados afirmó que el cobro de los impuestos era la tarea más difícil. Como demuestran Chen y Wu, es común el uso de la policía para obligar a los campesinos a pagar. Y en muchas zonas, los funcionarios del partido, según Pei, “reclutaban matones como agentes de cobro.  Esta práctica ha tenido como consecuencia el encarcelamiento ilegal, la tortura y la muerte de campesinos que no podían pagar”.

¿Podrá el PCC recuperar la confianza del campesinado?

Las relaciones entre el partido y los campesinos hoy atraviesan quizá su peor momento. A lo largo de su turbulenta relación de 75 años, el partido siempre ha logrado recuperarse y volver a ganar la confianza del campesinado después de la aplicación de políticas desastrosas como el Gran Salto hacia adelante y la Revolución Cultural. ¿Tendrá acaso la suficiente flexibilidad para volver a lograrlo?

Emulando la antigua tradición de apelar al centro imperial para detener los abusos de los señores locales, los campesinos han enviado delegaciones a Beijing para presentar sus quejas contra las autoridades locales. Pero las respuestas positivas desde el centro, que se traducen en el procesamiento de los cuadros corruptos y la detención de las prácticas abusivas, son erráticasy poco sistemáticas. Hay gente en el partido, como se desprende del relato de Chen and Wu, que se preocupa por los campesinos y que quiebra una lanza por ellos. El problema es que la inercia, la corrupción, la burocracia y la indiferencia atentan contra toda reforma interna seria del partido.
¿Es posible una renovación ideológica que pueda revitalizar la vieja relación?  Al deshacerse de su visión socialista -aun cuando mantiene la retórica socialista- el partido ha debido construir una ideología alternativa de legitimación para la era de desarrollo capitalista rápido. Esto se plasma en una visión que Dennis Lynch describe en su libro “Rising China and Asian Democratization” (Stanford: Stanford University Press, 2006) como un “retorno a la grandeza nacional liderado por el PCC”, fundado en el logro y ejercicio de un “poder nacional general” y la “refocalización de la civilización china”. Las nuevas clases medias urbanas en expansión que se han beneficiado del desarrollo con énfasis urbano y orientado a la exportación predominante en las dos últimas décadas se han inclinado a apoyar esta visión. Sin embargo, no es muy probable que esta ideología resulte atractuva para los campesinos, los trabajadores migratorios y los trabajadores despedidos de las empresas estatales que han sido los que han pagdo los costos de la industrialización acelerada de la China.

¿Qué pasa con las elecciones en los poblados tan pregonadas?  Ni siquiera el más duro de los críticos de China puede negar que en las elecciones de los poblados, introducidasen la década de 1980, hay cada vez más competencia. No se debe menospreciar el papel que puede jugar la democratización rural, por más limitada que resulte actualmente, en la revitalización de la relación entre el partido y el campesinado. Pero si bien las elecciones han permitido a los pobladores rurales cierta medida de control sobre el gobierno local, las mismas han sido manipuladas con demasiada frecuencia por el partido y los funcionarios del gobierno. Además, el PCC ha bloqueado la realización de elecciones más allá del ámbito local de poblado, de forma tal que el partido continúa llenando las oficinas gubernamentales municipales y nacionales con sus propios cuadros.

En la búsqueda de una “salida” para la actual situación trabada, Chen y Wu citan las opiniones de Yu Jianrong, un destacado especialista rural del Centro de Investigación Agrícola de la Universidad Central de China: “La solución de Yu es convocar a los campesinos a formar su propia organización y reemplazar la burocracia local actual por un autogobierno de los campesinos. Para Yu, sólo una red de organizaciones campesinas podría representar verdaderamente los intereses y necesidades de los campesinos y comunicarlas ordenadamente, y evitar y mitigar las confrontacion y los conflictos”.

La solución de Yu puede parecer utópica, pero refleja efectivamente las perspectivas aparentemente muy sombrías de mejoramiento de la relación entre el partido y el campesinado. Esto coloca un gran signo de interrogación sobre el futuro de China, a pesar de las altas tasas de crecimiento del país que ascienden a los dos dígitos. Es una de las ironías más grandes de la historia contemporánea que el Partido Comunista de China, tras haber llevado al pueblo chino a la victoria contra el imperialismo y de haber producido lo que sin duda es un milagro económico, se encuentre hoy tan alejado de quienes eran su soporte primario y posiblemente el más importante, a raíz de las secuelas de su decisión estratégica de cabalgar a lomos del capitalismo mundial globalizado, reteniendo al mismo tiempo el control autoritario del poder. Pocos analistas consideran al campesinado descontento como una amenaza seria para el gobierno del partido a corto y mediano plazo, pero la falta de legitimidad ante un segmento tan grande de la población sólo puede producir en última instancia consecuencias desastrosas.

 

*Walden Bello es profesor de sociología en la Universidad de Filipinas y director ejecutivo de Focus on the Global South, un instituto con sede en Bangkok. Este ensayo fue preparado originalmente para el Nautilus Institute for Security and Sustainable Development.