por Dorothy-Grace Guerrero*

 

“En 20 años China ha logrado resultados económicos que a Occidente le tomaron un siglo. Pero en esos 20 años también ha concentrado el equivalente a un siglo de problemas ambientales”. Estas palabras no provienen de los detractores de China, sino de un ensayo sobre la civilización ecológica socialista (‘On Socialist Ecological Civilisation’), escrito en 2006 por el subdirector de la Administración de Protección Ambiental de China, Pan Yue. El país ha demostrado una enorme capacidad para atraer inversión extranjera directa (IED). Desde 1992 ha encabezado la lista de países destinatarios de IED. Como centro fabril del mundo y líder mundial en crecimiento del PBI y la inversión extranjera, el modelo de crecimiento de China es crecientemente criticado por expertos en desarrollo, tanto extranjeros como chinos, por los riesgos sociales y ambientales que conlleva.

 

China figura al tope de la lista de los mayores consumidores de los principales recursos del mundo, con 32% del acero del mundo, 25% del aluminio, 23% del cobre, 30 % del zinc y 18 % del níquel. Ya en 2005 superaba el nivel de consumo de petróleo de Japón, y desde entonces es el segundo mayor consumidor de petróleo, sólo superado por Estados Unidos. Además es el mayor productor de emisiones de CO2 y de demanda química de oxígeno (DQO).

 

Hasta 1992, China era un país exportador de petróleo. Su consumo de petróleo aumentó 100% desde 1990 a 2001, el mismo período en que comenzó a atraer enormes inversiones extranjeras. La producción de petróleo nacional es más lenta desde 1995, debido a la disminución de las reservas. Según los expertos chinos, si la tasa actual de consumo permanece constante, las reservas de petróleo del país se acabarán en 14 años. Las importaciones de petróleo ascendieron a 136 millones de toneladas en 2007, equivalentes al 6% del volumen de crudo comerciado en todo el mundo, es decir, aproximadamente un tercio de lo que importa Estados Unidos (1). Está previsto que China duplique sus importaciones de petróleo para 2010. De otra parte, el consumo chino de carbón estándar equivalente fue de 2.220 millones de toneladas en 2007, y la producción de energía no renovable llegó a 2.060 millones de toneladas ese año (2).

 

En su condición de cuarta economía del mundo y tercera en volumen de comercio, China da cuenta de aproximadamente el 5 % del PBI mundial y recientemente obtuvo la graduación como país de ingresos medios (3). Beijing además está comenzando a perfilarse como un donante de asistencia clave a nivel mundial. En términos de producción, suministra más de un tercio del acero del mundo, la mitad del cemento y cerca de la tercera parte del aluminio.

 

China disfruta hoy de un superávit comercial con Estados Unidos, Japón y la Unión Europea. Es además el mayor socio bilateral de los tres. Por otra parte, se está transformando en un gran exportador de capital. Según el Informe 2007 del Banco Mundial, el superávit de su cuenta corriente asciende a cerca de US$378.000 millones, equivalente al 11% de su PBI. Se espera que este superávit de cuenta corriente sea el mayor del mundo a fines de este año -tan grande como la suma de los superávit de Alemania y Japón.

 

Los logros del país en materia de reducción de la pobreza desde la era pos-Mao Zedong, en términos de alcance y rapidez fueron impresionantes: unas 400 millones de personas habían superado la línea de la pobreza. El estándar de vida de muchos chinos estaba mejorando, y existía en consecuencia un optimismo generalizado de que en un futuro cercano sería posible lograr la meta del gobierno de crear un Estado de bienestar general, conocido como la sociedad Xiaokang. (4)

 

 

Los costos del crecimiento

Las cifras que ilustran estos logros económicos notables de China, sin embargo, esconden enormes problemas pendientes, que si no se atienden pueden poner en riesgo esos mismos éxitos. Muchos analistas del desarrollo, tanto extranjeros como locales, concuerdan en que el enfoque chino del crecimiento es temerario e insustentable y está colocando al país y al mundo al borde de una catástrofe ecológica. China ya estaba enfrentando una realidad de recursos naturales limitados, que se estaban agotando con rapidez. Además, no todos se estaban beneficiando con el crecimiento -alrededor de 135 millones de personas, una décima parte de la población, todavía vive por debajo de la línea internacional de pobreza absoluta de US$1 por día (5). Hay enormes desigualdades entre la población urbana y la población rural, y también entre pobres y ricos. El creciente número de protestas (denominadas incidentes de masas en China) se atribuye tanto a causas ambientales como a experiencias de injusticia. Si estos problemas sociales persisten, podrían poner en riesgo el proyecto del gobierno de “desarrollo armonioso” o “Hexie Fazhan”, e incluso erosionar en última instancia la continuidad del Partido Comunista de China en el monopolio del poder.

 

Los académicos chinos culpan al crecimiento económico acelerado y la urbanización por los problemas ambientales crecientes. La tierra cultivada está desapareciendo mientras aumentan las ciudades. En los últimos 20 años, el proceso de urbanización ha acaparado 6.475.000 hectáreas de tierras de cultivo. Cada año, se construye un promedio 767, 42 km2, y esta cifra crece a un promedio anual de 5,76% (6). La capital del país, Beijing, se amplía unos 20 km2 cada año. Para que eso ocurra, se avanza sobre bosques, praderas y mares, creando una enorme modificación de los ecosistemas.

 

El Informe sobre Desarrollo Humano en 2006, de Naciones Unidas, hace referencia a un agravamiento de la contaminación del agua en China y a la omisión del país en tomar medidas restrictivas contra los grandes contaminadores. Más de 300 millones de personas no tenían acceso al agua potable (7). Cerca del 60% del agua del país proviene de siete sistemas hídricos principales, clasificados como no apropiados para el contacto humano, y más de un tercio de las aguas residuales industriales y dos tercios de las aguas servidas se vierten en cursos de agua sin ningún tratamiento. China cuenta con el 7% de los recursos hídricos del mundo y aproximadamente el 20% de la población mundial. Además, se registran enormes desequilibrios entre las distintas regiones respecto del suministro de agua -alrededor de cuatro quintos del agua se ubica en el sur del país (8). El 60% de las 669 ciudades de China enfrentan problemas de escasez de agua, y entre éstas, 110 tienen graves problemas de abastecimiento.

 

Los deltas de los ríos Perla y Yangtze, dos regiones bastante desarrolladas gracias al crecimiento reciente orientado a las exportaciones, se han visto afectados por una contaminación severa con contaminantes orgánicos persistentes y metales pesados. Los contaminantes provienen de industrias relocalizadas del mundo desarrollado, y de desechos electrónicos importados ilegalmente desde Estados Unidos. Según una investigación de los archivos oficiales realizada por el Instituto de Asuntos Públicos y Ambientales (IPE por sus siglas en inglés), una organización no gubernamental china, 34 empresas multinacionales que operan en el país violaron las directivas relativas al control de la contaminación de las aguas. Entre esas multinacionales se encuentran Pepsico, Inc., Panasonic Battery Co., y Foster’s Group Ltd. Los datos del IPE se basaron en informes de organismos gubernamentales de carácter local y nacional. (9)

 

Los costos ambientales más graves y evidentes del crecimiento económico de China son los producidos por la contaminación. El país depende en un 70% del carbón para cubrir sus necesidades de energía. Más de 300.000 muertes prematuras se atribuyeron a la contaminación del aire. Los cambios en el estilo de vida de un número cada vez mayor de familias de clase media también contribuyen al problema. Solamente en Beijing hay 1.000 autos nuevos circulando en las calles cada día. Siete de las diez ciudades más contaminadas del mundo se encuentran en China. Las emisiones siguen aumentando y el tratamiento que se hace para combatir los contaminantes sigue siendo insuficiente. En los últimos dos años se han implementado mecanismos de protección ambiental, pero su alcance es aún limitado.

 

Sin embargo, el país comienza a darse cuenta de los costos del crecimiento. Según la Administración de Protección Ambiental del Estado y el Banco Mundial, la contaminación de las aguas y del aire le estaba costando a China el 5,8% de su PBI. Aunque la responsabilidad de encontrar soluciones a las consecuencias ambientales sobrecogedoras del aceleradísimo crecimiento del país recae sobre el gobierno chino, en la exigente tarea de limpieza que está planteada también podría utilizarse la ayuda, si la ofrecieran, de las compañías transnacionales y los consumidores de los países industrializados que tanto se han beneficiado con las industrias contaminantes y la mano de obra barata en China.

 

Cuando el gobierno chino comenzó a fijar metas en 2004 para disminuir el uso de energía y reducir las emisiones, la idea de adoptar un modelo de crecimiento más lento y los pronósticos de la amenaza inminente de un desastre ambiental no fueron recibidos con entusiasmo en una primera instancia. Pero en 2007, sin embargo, ya se habían fijado metas para una reconversión hacia energías renovables y la aplicación de medidas de conservación de la energía, y para la adopción de programas de control de las emisiones. La meta fijada fue de abastecer el 16% de la demanda de energía a partir de combustibles alternativos (energía hidráulica y otras fuentes renovables) en 2020.

 

 

Conciencia de justicia ambiental

Según Lee, la expresión moderna del socialismo de mercado en China constituye un sistema depredador, disfuncional y sumamente ineficiente, dilapidador e insustentable (10). El modelo chino, incluyendo las huellas ecológicas cada vez más pronunciadas que está dejando en otros países en desarrollo, simplemente es un reflejo del capitalismo del siglo XXI, caracterizado por la acumulación acelerada de unos pocos y la destitución de la mayoría en el acceso a los recursos y su participación en el manejo de los mismos. La mayoría de los análisis sobre el papel de China en la cambiante economía política mundial, no problematizan la situación en el contexto del sistema actual de globalización neoliberal. Mientras las fuerzas estructurales e institucionales de la globalización sigan dominadas por una predisposición explotadora en pos de la acumulación de los recursos naturales sin prestarle la atención debida a los pueblos, sus formas de sustento y su medioambiente, China y otros países emergentes seguirán yendo tras los recursos naturales de otros países en desarrollo.

 

Dentro del país, la gente está cada vez más preocupada por los problemas que surgen de las desigualdades crecientes. El coeficiente Gini (que indica el crecimiento de la desigualdad correlativo al crecimiento económico) se incrementó en China un 50% desde fines de 1970. Menos del 1% de los hogares chinos controlan más del 60% de la riqueza del país.

 

Esas desigualdades aparecen más pronunciadas cuando se compara el ingreso per cápita urbano y rural. En el campo, la vida era dura y la gente pobre. La relación entre el ingreso per capita de la ciudad y el campo creció de 1,8:1 a comienzos de la década de 1980 a 3,23:1 en 2003. (El promedio mundial era de 1,5:1 y 2:1 respectivamente).

 

¿Es la desigualdad en la actual situación de la China acaso un problema? Para la elite china sí. En realidad, es el elemento central de los discursos políticos de estos últimos años. No debe subestimarse al Estado chino en su capacidad de adaptación y de abordar cambios, en especial cuando está en juego su legitimidad y supervivencia a largo plazo. Es consciente de los impactos ambientales de las estrategias de crecimiento por las que ha optado, y comprende muy bien que la desigualdad creciente es incompatible con la estabilidad social.

 

En los estratos sociales más bajos, la desigualdad y la presión creciente sobre el medioambiente se sienten cada vez con mayor fuerza, y los pobres que dependen del medioambiente para sobrevivir y como forma de sustento son cada vez más conscientes de la relación que existe entre la pobreza y los problemas ambientales. Considerando el ambiente político del país, los informes sobre protestas públicas muestran que el cuestionamiento a las condiciones sociales crece, aunque todavía está desorganizado. El pueblo chino está reclamando ahora que los frutos de las últimas décadas de crecimiento sean mejor distribuidos. Las campanas de alarma que suenan en distintos círculos políticos, la comunidad académica y grupos de activistas, se originan en lo que parece ser la repetición del mismo modelo económico, ambiental y socialmente destructivo que ya transitó Occidente.

 

Muchos grupos ecologistas utilizan los problemas relativos al medioambiente como motivos de movilización. Algunos comienzan a ver la necesidad de ligar sus acciones locales con las convocatorias regionales y mundiales por justicia social. Hay que dedicar esfuerzos a la construcción de alianzas cooperativas y de solidaridad entre la sociedad civil china y los movimientos por la justicia social a nivel regional e internacional. Para que las preocupaciones por la población local, los derechos humanos y el medioambiente consigan moderar los intereses políticos y empresariales del gobierno chino en Asia y otras regiones en desarrollo, es de importancia fundamental que las voces internacionales que argumentan a favor de esto se unan a las de los ciudadanos que dentro de China también están preocupados por estos principios. Además, es urgente que la sociedad civil china participe en la discusión de las soluciones y la construcción de alternativas.

 

* Dorothy-Grace Guerrero es investigadora de Focus on the Global South y coordina el programa de China.