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por Soren Ambrose y Walden Bello*

 

Mientras los economistas y los políticos debaten qué hacer con los problemas que enfrenta en este último tiempo el FMI, los grupos de la sociedad civil tienen una respuesta simple: dejarlo que muera de muerte natural.

 

Durante más de 25 años el mundo ha tenido una única respuesta para los países en crisis financiera: tomar la medicina de las políticas del FMI y engancharse al círculo vicioso de la deuda que implican los préstamos del FMI y el Banco Mundial. Este camino ha funcionado muy bien -para las grandes empresas de los países ricos, que ingresan a los países en crisis a través de las puertas abiertas por las políticas del FMI y salen de ellos con gigantescas ganancias.

Pero en lo que refiere a la gente que el FMI y el Banco Mundial dicen que están tratando de ayudar, es decir, los pobres, los resultados han sido muy diferentes, en realidad, absolutamente desastrosos. El FMI tiene un poder enorme -puede decirle a todos los demás acreedores que corten sus vínculos con un país si éste desobedece sus órdenes-así que no es de sorprenderse que los gobiernos cumplan sus exigencias.

 

Tampoco es para nada sorprendente que cuando un gobierno despide trabajadores, malvende sus empresas a intereses extranjeros, rebaja los gastos destinados al pago de enfermeras y maestros, recorta los subsidios de los cuales dependen los agricultores pobres y los consumidores, privatiza los servicios esenciales, como la atención de la salud y el agua potable, y no ofrece crédito a las pequeñas empresas -en otras palabras, cuando sigue las instrucciones del FMI- los resultados son mayor pobreza, peores indicadores de salud, el crecimiento del analfabetismo y una economía que se limita a ofrecerle a las multinacionales materia prima y mano de obra baratas.

 

La devoción fundamentalista del FMI hacia el mercado -la convicción de que la solución de todos los problemas está en darle paso a las fuerzas de la oferta y la demanda- es tan absoluto, que en 2001 el Fondo ordenó a Malawi “comercializar” su agencia de reserva de granos. Si por un instante no entiende cómo una agencia cuyo objetivo es impedir el hambre podría someterse a las fuerzas del mercado, imagine el sentimiento de las familias de los miles de personas que murieron con posterioridad en el correr del año. Estas personas dejaron de tener acceso a los alimentos después que la agencia se vio obligada a vender las reservas que tenía para “capitalizarse”; antes que fuera posible recomponer estas reservas, se produjo una situación de escasez y los precios se dispararon, dejando a la agencia, y los ciudadanos pobres de Malawi, indefensos.

 

Los gobiernos que controlan al FMI -Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá y Japón- se reunieron en Washington en abril, en medio de signos cada vez más evidentes de que los prestatarios del FMI están hartos de esta imposición unilateral de políticas catastróficas. Mientras los países más pobres, mayoritariamente del África, sigue en las garras del FMI, aquellos que pueden -Brasil, Argentina, Indonesia, Uruguay, Turquía- están saldando sus deudas con el Fondo antes de lo programado o analizando seriamente esa opción. Todos ellos dicen que ya no tomarán más préstamos del FMI. El hecho de que éstos sean además parte de los deudores más grandes del Fondo, ha significado para los jefes del Fondo una seria contradicción, ya que podría provocar una contracción de la institución o inclusive su cierre.

 

Después de la reunión, los ministros de economía y los directores de los bancos centrales -algunos de los cuales habían dado muestras ruidosas de preocupación en las semanas previas a la reunión del FMI- se declararon satisfechos con la solución que elaboraron.

 

¿Cuál entonces es el nuevo enfoque del FMI? Esto no está completamente claro -en gran medida hablaron de darle a la institución más poder para convocar mini-cumbres de los países que enfrentan posibles problemas económicos. Pero si la expresión de alivio en los rostros de los delegados significa que sintieron que salvaron al FMI al darle un papel más preponderante en la economía mundial, lo cierto es que los que podríamos estar en problemas somos todos nosotros.

 

Desde el final de los acuerdos monetarios de Bretton Woods a comienzos de los setenta, el FMI no ha tenido prácticamente ninguna influencia sobre los gobiernos de los países ricos que no solicitan crédito a la institución. Si lo que emerge de la última crisis de confianza respecto del papel de la institución es una agencia con nuevos bríos para imponer su obtusa marca de ortodoxia económica- la misma que exacerbó la crisis financiera asiática ordenando cierres y mayores tasas de interés, acciones que hoy el propio FMI admite pudieron no ser precisamente acertadas- entonces la notoriedad que el FMI se ha ganado en América Latina, Asia y África se podría diseminar muy rápidamente a las zonas más ricas del mundo.

 

La gobernanza económica mundial no es una mala idea. Pero el FMI no es la agencia para llevarla a cabo. Después de 25 años de abusos, está absolutamente desacreditado en los países en desarrollo y las “economías emergentes”. No es muy probable que el Fondo llegue muy lejos en sus intentos por imponer soluciones a gobiernos y ciudadanías que están acostumbradas a tomar sus propias decisiones. Por cierto, la única solución para las continuas crisis de África y otras zonas empobrecidas del mundo es restaurar la soberanía de sus pueblos y gobiernos sobre las políticas de estos países.

 

La obsolescencia del FMI está a la vista; en vez de tratar de revivirlo dándole oxigeno y poder renovado, se debería dejar que muera de muerte natural.

 

* Soren Ambrose es analista de políticas en 50 Años Bastan!: la red estadounidense por la justicia económica mundial (50 Years is Enough: US Network for Global Economic Justice), un grupo de opinión y activismo con sede en Washington dedicado a promover una reforma profunda del FMI y el Banco Mundial. Walden Bello es director ejecutivo de Focus on the Global South, un instituto de investigación con sede en Bangkok dedicado a analizar las tendencias económicas mundiales, y es profesor visitante sobre economía política mundial en la Universidad de California en Irvine, EEUU.

 


 

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