por Walden Bello*
(Versión revisada de una charla brindada en la Conferencia sobre ‘Globalización, Guerra e Intervención’, auspiciada por lnternational Physicians for the Prevention of Nuclear War, Capítulo alemán, en Frankfurt, Alemania, 14-15 de enero de 2006).
Ahora que los nubarrones de la guerra se ciernen sobre Irán, el tema que nos convoca en esta conferencia resulta muy oportuno: la intervención militar de las grandes potencias en los asuntos de Estados soberanos en función de "razones humanitarias".
Definida sencillamente, la “intervención humanitaria” es la acción militar que se adopta para impedir o eliminar las violaciones de los derechos humanos, y que es dirigida y realizada sin el consentimiento de un gobierno soberano. Si bien la principal justificación esgrimida por Estados Unidos para invadir Irak fue la supuesta posesión de armas de destrucción masiva en manos de Irak, una justificación auxiliar importante fue la necesidad de un cambio de régimen por razones humanitarias. Cuando quedó claro que en realidad no existía ningún arma de destrucción masiva, la administración Bush retroactivamente justificó su intervención en base a razones humanitarias: terminar con una dictadura represiva para imponer un régimen democrático.

Irak: el callejón sin salida de la intervención humanitaria
Irak deja al descubierto los peligros que encierra el argumento humanitario. Es fácilmente utilizable para justificar cualquier violación de la soberanía nacional en pos de favorecer los intereses de una potencia extranjera. Ciertamente, bajo el régimen de Saddam Hussein, el pueblo iraquí estuvo sistemáticamente sometido a la represión, y muchas personas fueron presas y ejecutadas. Sin embargo, la mayoría de nosotros, al menos la mayoría de nosotros en el Sur global, rechazamos el uso de la lógica humanitaria que aplicó Washington para invadir Irak. La mayoría de nosotros diríamos que, incluso aunque condenamos las violaciones a los derechos humanos de cualquier régimen, la violación sistemática de esos derechos no puede ser justificación para la violación de la soberanía nacional por medio de la invasión o la desestabilización. Terminar con un régimen opresor o un dictador es responsabilidad de la ciudadanía de cada país. En este sentido, quisiera señalar que ni siquiera en los peores momentos de la dictadura de Marcos, el movimiento antifascista de Filipinas consideró la posibilidad de solicitarle a Estados Unidos que hiciera nuestro trabajo.
Ahora bien, para algunas personas del Norte, pertenecientes a los Estados que dominan el resto del mundo, la soberanía nacional puede parecer arcaica. Para quienes vivimos en el Sur, sin embargo, la defensa de este principio es un tema de vida o muerte, una condición necesaria para la realización de nuestro destino colectivo como Estado nación, en un mundo en el que ser integrante de un Estado nación independiente es condición primordial para tener un acceso estable a los derechos humanos, los derechos políticos y los derechos económicos. Sin un Estado soberano como marco, nuestro acceso y disfrute de esos derechos es frágil.
Siempre y cuando los Estados nacionales sigan siendo las colectividades políticas primordiales de los seres humanos, siempre y cuando vivamos en un mundo Westphaliano -y permítaseme enfatizar que no estamos en un mundo post Westphaliano- nuestra defensa de la soberanía nacional debe ser enérgica y agresiva, absoluta y sin contemplaciones, ya que la naturaleza del imperialismo es tal, que cuando uno cede en un caso, éste lo usa como antecedente para otros casos futuros.
 
¿No estaremos exagerando? No. La tragedia de Irak es consecuencia exclusiva de la voluntad de la derecha estadounidense de llevar el poder de  Estados Unidos a un nivel inalcanzable para cualquier rival o coalición de rivales potenciales. El camino a Irak fue allanado por las acciones de los demócratas liberales, los mismos partidarios de Clinton que ahora critican a la administración Bush por haber sumido a Estados Unidos en una guerra sin fin. En otras palabras, el camino que llevó a Irak habría sido más difícil sin la intervención humanitaria en Yugoslavia en la década de 1990. Al decir de un escritor conservador, al invadir Irak, George W. Bush simplemente llevó la “doctrina del ‘compromiso con la democracia’ de la primera administración Bush, y la de ‘ampliación de las democracias’ de la administración Clinton un paso más allá. Se la podría llamar la ‘conversión a la democracia’”. (1)

Kosovo, realpolitik e intervención
A Kosovo se lo ha considerado un clásico de la intervención humanitaria, al igual que al desembarco de tropas estadounidenses para poner en el poder a Jean Bertrand Aristide en Haití en 1994. Pero muy lejos de ser digna de emulación, la intervención militar en Kosovo es algo que no podemos permitir que se repita. Analicemos las razones.
Primero que todo, fue un factor que contribuyó enormemente a la erosión de la credibilidad de las Naciones Unidas cuando Estados Unidos, sabiendo que no conseguirían aprobación para la intervención en el Consejo de Seguridad, utilizó a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) como cobertura legal para la guerra. La OTAN,  por su parte, no fue más que una hoja de parra en una guerra llevada adelante en un 95% por las fuerzas estadounidenses.
En segundo lugar, la justificación humanitaria fue sin duda el objetivo que motivó a algunos de sus defensores, pero la operación en última instancia sirvió básicamente para concretar los designios geopolíticos de Washington. El resultado perdurable de la guerra aérea de Kosovo no fue la existencia de una red estable y segura de Estados en los Balcanes, sino la expansión de la OTAN. Esto no es para nada sorprendente, ya que era en última instancia de lo que se trataba esencialmente la guerra aérea. Las jugadas de Milosevic, tanto en la crisis anterior en Bosnia como en Kosovo, según Andreq Bacevich “pusieron en tela de juicio las pretensiones de liderazgo de la OTAN –y por extensión de Estados Unidos—en Europa”. (2)  Si no podía manejar con éxito a Slobodan Milosevic, Estados Unidos no podría mantener la presión en pos de la expansión de la OTAN.  Para la administración Clinton, esa expansión significaba llenar el vacío de seguridad heredado en Europa del Este e institucionalizar el liderazgo estadounidense en la Europa post-soviética.
Desde el punto de vista de Washington, según un analista "el crecimiento de la OTAN proporcionaría un marco institucional para consolidar las transiciones a nivel nacional que estaban en proceso en Europa del Este y Europa Central. La perspectiva de ingresar como miembros a la alianza sería por sí misma un ‘incentivo’ para que estos países realizaran sus reformas nacionales. Estaba previsto que la integración posterior a la alianza perpetuaría esas reformas institucionales. La membresía involucraría una amplia gama de adaptaciones organizacionales, tal como la estandarización de los procedimientos militares, avanzar hacia la interoperatividad con las fuerzas de la OTAN, y la planificación y capacitación conjuntas. A través de la incorporación de nuevos miembros a las instituciones de una alianza más amplia y la participación en sus operaciones, la OTAN reduciría la capacidad de estos países de revertir los procesos y volver a las viejas formas, y reforzaría la liberalización de los gobiernos de transición. Como señalara un funcionario de la OTAN ‘los hemos incorporado a la cultura de la OTAN, tanto a nivel político como militar, así comienzan a pensar como nosotros –y con el tiempo- a actuar como nosotros’”. (3)
Un aspecto central de la política de expansión de la OTAN fue asegurarse que los estados de Europa Occidental siguieran dependiendo de Estados Unidos, de forma tal que el fracaso de los gobiernos europeos en llevar adelante una iniciativa europea independiente en los Balcanes fue rápidamente aprovechado por Washington a través de la guerra aérea de la OTAN contra Serbia, como verificación de su argumento geopolítico de que la seguridad europea no era posible si no era garantizada por Estados Unidos.
Tercero, la guerra aérea rápidamente provocó aquello que ostensiblemente pretendía eliminar: el aumento de las violaciones de los derechos humanos y de las violaciones a los tratados internacionales. Los bombardeos llevaron a los serbios en Kosovo a acelerar los asesinatos y los desplazamientos de la población albanesa de Kosovo, y al mismo tiempo infringieron "considerables daños indirectos" al pueblo serbio al hacer blanco en redes de energía eléctrica, puentes e instalaciones de agua potable -actos violatorios del Artículo 14 del Protocolo de 1977 de la Convención de Ginebra, que prohíbe los ataques a los " bienes indispensables para la supervivencia de la población civil". (4)
Por ultimo, como lo señaláramos anteriormente, Kosovo significó un precedente fundamental para las futuras violaciones del principio de soberanía nacional. La forma arrogante en la que la Administración Clinton justificó hacer a un lado la soberanía nacional, alegando supuestas razones humanitarias “prioritarias”, se transformó en parte del armamento moral y legal que desplegarían más adelante los representantes de otro partido, el Republicano, en Afganistán e Irak. Según la visión del pensador de derecha Philip Bobbitt, las acciones de la administración Clinton en Kosovo y Haití sirvieron como “precedentes" que “refuerzan la regla emergente de que los regímenes que repudian la base popular de la soberanía –derrocando las instituciones democráticas, negando incluso los derechos humanos más básicos y practicando el terror masivo contra su propio pueblo, preparando y lanzando asaltos no provocados contra sus vecinos –ponen en riesgo los derechos de soberanía, incluso el derecho inherente de un régimen a recurrir a cualquier tipo de armas que elija”. (5)

De Kosovo a Afganistán
Cuando Estados Unidos invadió Afganistán en 2001, la movida estadounidense para deponer al gobierno Talibán tuvo relativamente poca oposición en el Norte. Washington aprovechó la simpatía generada hacia Estados Unidos por los acontecimientos del 11 de septiembre y la imagen del gobierno Talibán dando refugio a Al Qaeda, para eliminar la opción de entrar en negociaciones con el gobierno de Afganistán e invadir Afganistán tirando por la borda la legislación internacional y con muy poca protesta de los países europeos. Pero, para reforzar su posición, la administración Bush no sólo utilizó como justificación llevar ante la justicia a los culpables del 11 de septiembre. También presentó sus acciones en Afganistán como un acto necesario de intervención humanitaria para deponer un gobierno Talibán represor –un argumento justificado por los precedentes de Haití y Kosovo. Invocando esta fundamentación humanitaria, algunos Estados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte como Canadá, Alemania y Holanda también enviaron posteriormente contingentes armados. Y en este sentido, cabe señalar que también muchas ONGs -incluyendo muchas organizaciones liberales- apoyaron la intervención de Estados Unidos por esta misma razón.
Al igual que la campaña aérea en Kosovo, Afganistán mostró muy pronto los peligros que implica la intervención humanitaria.
Primero, la lógica de superpotencia muy pronto se puso al mando. La cacería de Bin Laden cedió paso al imperativo de establecer y consolidar la presencia militar de Estados Unidos en el sudeste asiático, que permitiera el control estratégico tanto del Medio Oriente rico en petróleo como de Asia Central rica en energía. Afganistán, por otra parte, en manos del Secretario de Defensa Donald Rumsfeld se transformó en lo que un analista describió como un "laboratorio para probar su teoría sobre la capacidad de ganar batallas decisivas con un reducido número de tropas terrestres apoyadas por la fuerza aérea". (6)  La principal función de la invasión de Afganistán, finalmente, resultó ser demostrar que el precepto de la Doctrina Powell sobre la necesidad de un destacamento masivo de tropas en una intervención era obsoleto –un punto de vista del que los escépticos tuvieron que ser persuadidos, antes que se los pudiera convencer a aceptar lo que resultó ser el objetivo estratégico de la administración Bush: la invasión de Irak.
 
En segundo lugar, la campaña militar pronto terminó acarreando aquello que sus promotores dijeron que iba a eliminar: aterrorizar a la población civil. Los bombardeos estadounidenses no pudieron, en muchos casos, distinguir los blancos militares de los civiles –nada sorprendente ya que los Talibanes gozaban de un apoyo popular significativo en muchos lugares del país. Como resultado hubo un alto nivel de víctimas civiles; según la estimación de Marc Herrold, la cifra de civiles muertos rondó de 3.125 a 3.620 entre el 7 de octubre de 2001 y el 31 de julio de 2002. (7)
En tercer lugar, la campaña finalmente generó una situación política y humanitaria que en muchos aspectos resultó peor que la reinante bajo el régimen Talibán.
Una de las funciones fundamentales de un gobierno es proporcionar un mínimo de orden y seguridad. El régimen Taliban, a pesar de todas sus prácticas retrógradas en otras áreas, fue capaz de darle a Afganistán su primer régimen político seguro en más de 30 años. En contraste, el régimen de ocupación extranjera que lo sucedió fracasó estrepitosamente en este terreno.
Según un informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales “la seguridad, en los hechos, se ha deteriorado desde el comienzo de la reconstrucción en diciembre de 2001, en particular en el verano y otoño de 2003". (8)  Tan mala es la seguridad física básica del común de las personas, que un tercio del país ha sido declarado fuera del perímetro de seguridad  para el personal de las Naciones Unidas, y la mayoría de las ONG han retirado a su gente de la mayor parte del territorio del país. El gobierno de Hamid Karzai instalado por Washington, no ejerce mucha autoridad fuera de Kabul y una o dos ciudades más, lo que llevó a Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, a declarar que “si las instituciones funcionales del Estado no satisfacen las necesidades básicas de la población en todo el territorio del país, la autoridad y legitimidad del nuevo gobierno tendrán vida corta”. (9)
Peor aún, Afganistán se ha transformado en un Estado narco. Los talibanes consiguieron reducir la producción de amapola en forma significativa. Desde su derrocamiento en 2001, la producción de amapola se disparó, alcanzando un record de producción en 2004, otorgándole a Afganistán el dudoso honor de suministrar casi el 80% de la oferta de heroína del mundo. Unos 170.000 afganos usan ahora opio y heroína, 30.000 de los cuales son mujeres. (10)
Los funcionarios del gobierno están implicados en el 70% del tráfico de drogas, y aproximadamente una cuarta parte de los 249 parlamentarios recientemente electos están ligados al narcotráfico. Según las conclusiones e un estudio realizado por la Unidad de Investigación y Evaluación de Afganistán, una agencia independiente, se estima que al menos 17 miembros del Parlamento recién electo son ellos mismos traficantes, otros 24 están conectados con bandas criminales, 40 comandan grupos armados, y 19 enfrentan serias acusaciones de crímenes de guerra y violaciones a los derechos humanos. (11)  Para estas personas que controlan la vida política de Afganistán, la “inseguridad” es un “negocio” y la extorsión una “forma de vida”, según Kofi Annan. (12)
¿Es posible acaso pretender honestamente que esta vida es mejor que la que existía durante el régimen Talibán? Muchos afganos contestarían que no, argumentando que al menos el gobierno Talibán proporcionaba una cosa: seguridad física básica Ahora bien, esto puede no significar mucho para la población de clase media y alta del Norte, que vive en suburbios seguros o en comunidades amuralladas. Pero si hablamos con la gente pobre de cualquier parte, veremos que valoran mucho mantener a sus precarias comunidades libres de criminales y vendedores de drogas.
Y, ¿qué del impacto del humanitarismo de las ONG? Pues bien, pisándole los talones a las tropas estadounidenses llegó un verdadero ejército de ONG de diferentes tipos, todas ellas intentando brindar ayuda al pueblo afgano con cientos de proyectos muy bien financiados. De hecho, al igual que en el caso del desastre del tsunami en el sudeste asiático y el que desatara el huracán Katrina en Estados Unidos, reunir fondos para “ayudar a los afganos” se transformó rápidamente en un negocio muy rentable que llevó a que los empleos de las ONG relacionadas con el humanitarismo estuvieran entre los más codiciados de la economía local. Qué tan positivos han sido estos proyectos es otra historia, ya que como la campaña militar, muchos de ellos estuvieron mal diseñados y mal ejecutados y su principal efecto fue generar resentimiento en la población local.

Argumentos contra la intervención por motivos humanitarios
Popular entre algunos círculos de elite en Estados Unidos y Europa en la década de 1990, la intervención humanitaria se ha ganado mala reputación, principalmente en el Sur. Kosovo, Afganistán e Irak han dejado en evidencia las lecciones amargas que encierra la intervención humanitaria. Resumiendo:
1. La intervención humanitaria rara vez se sostiene mucho tiempo como fundamento dominante, ya que la geopolítica rápidamente se transforma en la fuerza determinante de un operativo militar.
2. La intervención humanitaria termina generando aquello que sus defensores dicen que van a impedir: un aumento en las violaciones a los derechos humanos y las violaciones de los acuerdos internacionales asociados.
3. La intervención humanitaria sienta un precedente muy peligroso, favorable a futuras violaciones del principio de soberanía nacional. Kosovo abrió el camino a Afganistán, y ambos condujeron a la tragedia de Irak.
Todo esto no significa que los Estados y la sociedad civil internacional no deban hacer uso de todo los medios diplomáticos y morales a su alcance para aislar a los regímenes represivos como el de los talibanes. En realidad, cuando uno puede estar seguro de que su impacto recaerá fundamentalmente sobre el régimen y no sobre el pueblo, en ciertas circunstancias las sanciones económicas pueden ser válidas y útiles. Tuvieron un papel positivo en el caso del apartheid en Sudáfrica, pero en cambio su efecto fue muy negativo para el ciudadano común en Irak, aunque esto constituye tema para otra discusión
Pero siempre debemos trazar la raya y no cruzarla cuando se trata del uso de la fuerza de manos de un Estado sobre otro. El cambio de régimen por medio de la fuerza no solamente está mal. Tiene además consecuencias desestabilizantes de largo aliento sobre todo el sistema estatal internacional. Una vez que ha obtenido aprobación de otros Estados significativos para hacer uso de ella en un caso, uno puede estar seguro que el Estado hegemónico recurrirá a este mecanismo una y otra vez, llevado por el imperativo de aumentar su poder y acumular ventajas dentro del sistema internacional. Empezamos con un Haití o un Kosovo y terminamos en un Irak.
En las relaciones internacionales se hace una distinción entre “potencias que defienden el status quo” y “potencias revisionistas”. Las potencias que defienden el status quo buscan mantener la estructura y la distribución relativa de poder dentro del sistema. Las potencias revisionistas buscan cambiar la estructura y la distribución del poder. Paradójicamente, Estados Unidos es hoy una potencia revisionista –es decir, una que busca alcanzar un equilibrio de fuerzas a su favor, incluso mayor del que ya goza hoy. Por mostrarse condescendientes con sus primeras “intervenciones humanitarias” en Kosovo y Afganistán, muchos Estados y organizaciones de la sociedad civil deben cargar con parte de la responsabilidad por la creación de este poder hegemónico irrestricto.
 
Tenemos que deslegitimar enérgicamente esta peligrosa doctrina de la intervención humanitaria para impedir que se siga empleando en el futuro contra otros candidatos pasibles de intervención a manos de la gran potencia, como Irán y Venezuela. Al igual que con su contraparte conceptual, el "imperialismo liberal", solamente hay una cosa que se pueda hacer con el concepto de la intervención humanitaria: desecharlo.
* Walden Bello es director ejecutivo de Focus on the Global South, un instituto de investigación y análisis con sede en Bangkok, y profesor de sociología en la Universidad de las Filipinas en Diliman. [email protected]
Notas
1. Philip Bobbitt, "Better than Empire" <http://www.gavinsblog.com/mt/archives/00895.html>
2. Andrew Bacevich, American Empire: the Reality and Consequences of US Diplomacy (Cambridge: Harvard University Press, 2002), p. 163.
3. G. John Ikenberry, "Mu.ltilateralism and US Grand Strategy," en Stewart Patrick y Shepard Foreman, eds, Multilateralism and US Foreign Policy (Boulder: Lynne Reiner, 2002), pp. 134-135.
4. Michael Mandelbaum, "A Perfect Failure," Foreign Affairs, sept-oct 1999, p. 6.
5. Bobbitt, ibid.
6. Richard Clarke, citado en Seymour Hersh, "The Other War," New Yorker, 12 de mayo, 2004 http://www.newyorker.com/fact/content/?040412fa_fact.
7. Herrold, citado en Michael Mann, Incoherent Empire (London: Verso, 2003), p. 130
8. Amy Frumin, Morgan Courtenay, y Rebecca Linder, The Road Ahead: Issues for Consideration at the Berlin Donor Conference for Afghanistan, marzo 31-abril 1, 2004) Washington: CSIS, 2004), p. 22.
9. Secretario General, Naciones Unidas, The Situation in Afghanistan and its Implications for International Peace and Security, A58/742/S2004/230, p. 4.
10. Ron Moreau y Sami Yousafzai, "A Harvest of Treachery," Newsweek, p. 30.
11. Ibid.
12. Citado en Secretario General, Naciones Unidas, The Situation in Afghanistan…, p. 16.

 

Enfoque Sobre Comercio es editado por Nicola Bullard ([email protected]) .

Traducción: Alicia Porrini y Alberto Villarreal ([email protected]) para

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