por Patrick Bond*
Después de todo, es posible que en la reunión del G8 en junio de este año en Evian, Francia, no afloren las disputas que se había anticipado se darían por el botín de guerra entre la coalición belicista (EEUU, Reino Unido e Italia) y sus efímeros oponentes (Alemania, Francia, Rusia, Japón y Canadá). Pero la invitación cursada a China para que concurra a la reunión distraerá la atención de la promesa del premier francés Jacques Chirac, de disminuir las barreras del Norte en materia de comercio agropecuario que frenan las exportaciones africanas.
¿Dónde entra, entonces, la Nueva Estrategia de Cooperación para el Desarrollo Africano (Nepad)? ¿Se trata, como dicen hoy muchos comentaristas, de noticias de ayer?
Hace más de un año, el ministro de comercio de Sudáfrica, Alec Erwin, hizo una declaración reveladora en el momento que Robert Mugabe robaba la elección presidencial: “Occidente no debe tomar la Nepad como rehén a causa de los errores cometidos en Zimbabwe. Si la Nepad no pertenece a África, si no es África quien la aplica, fallará, y no podemos ser rehenes de los caprichos políticos del G8 ni de ningún otro grupo”.
En contraste, según las críticas de la sociedad civil, la Nepad ya era un proyecto subimperial influido por el equipo de socios de elite que ayudaron a modelarlo entre 2000 y 2001. La Nepad surgió solamente después de extensas consultas con el presidente del Banco Mundial y el director del FMI (noviembre de 2000 y febrero de 2001), con los ejecutivos de las mayores empresas transnacionales y dirigentes gubernamentales asociados (en el Foro Económico Mundial de Davos en enero de 2001, Nueva York en febrero de 2002); con los dirigentes del G8 (en Tokyo en julio de 2000 y Génova en julio de 2001); y con el presidente de la Unión Europea e individialmente con algunos jefes de Estado del Norte (2000-01).
¿Cuál fue el aporte de la sociedad civil? A fines de 2001 y principios de 2002, virtualmente todas las principales organizaciones, redes y personalidades progresistas de la sociedad civil de África atacaron el proceso de la Nepad, su forma y su contenido. Hasta abril de 2000 no hubo consultas formales con ninguna fuerza sindical, de la sociedad civil, de la iglesia, de mujeres, juvenil, política partidaria, parlamentaria o potencialmente democrática o progresista de África de parte de los políticos y tecnócratas involucrados en la construcción de la Nepad.
Además, de inmediato surgieron duras críticas al documento básico de 67 páginas a manos de los intelectuales asociados al Consejo de Desarrollo e Investigación Social de África (Adesina, Nabudere, Olukoshi y otros). Para el momento del lanzamiento de la Unión Africana en julio pasado, más de 200 opositores a la Nepad provenientes de grupos de derechos humanos y de defensa contra la deuda y el comercio de la República Democrática del Congo, Kenya, Sudáfrica, Tanzania y Zimbabwe estaban lo suficientemente organizados para realizar una protesta militante durante la ceremonia inaugural en Durban. Luego, el 31 de agosto, por lo menos 20,000 manifestantes contra la privatización de la naturaleza y el desarrollo también condenaron vehementemente la Nepad durante la Cumbre de la Tierra de Johannesburgo.
La economía y la política de la Nepad proporcionan una buena base para la crítica sostenida. Los dos principios centrales de la Nepad son que una integración más profunda en la economía mundial beneficiará inexorablemente al continente, y que los iluminados que proponen la Nepad impondrán disciplina a los ubicuos déspotas africanos.
¿Es la integración de África insuficiente? En realidad, la participación porcentual del continente africano en el comercio internacional cayó durante el último cuarto de siglo, mientras el volumen de exportaciones crecía. La “marginación” de África ocurrió, por lo tanto, no a causa de la falta de integración sino porque otras regiones del mundo, en especial Asia oriental, se dedicaron a la exportación de productos manufacturados, mientras que el potencial industrial del África colapsó gracias a la excesiva desregulación asociada con las políticas de ajuste estructural.
Además, la crisis de la deuda de África se agravó durante la era de la globalización. Entre 1980 y 2000, la deuda externa total del África subsahariana aumentó de US$60,000 millones a US$206,000 millones, y la deuda aumentó del 23% del PBI al 66%.
Por lo tanto, África devuelve ahora más de lo que recibe. En 1980, las entradas por préstamos por valor de US$9,600 millones sobrepasaban cómodamente las salidas por devolución de la deuda, que sumaban US$3,200 millones. En el 2000 sólo entraron US$3,200 millones y se devolvieron US$9,800 millones, lo que dejó un déficit neto de flujos financieros de US$6,200 millones. Entretanto, la (ya corrupta) ayuda procedente de donantes fue 40% menos que en 1990.
En eso quedó la condonación de la deuda. Desde todo punto de vista, los programas del Banco Mundial y el FMI (la Iniciativa para la reducción de la deuda de los Países Pobres Muy Endeudados-PPME, y los Documentos de Estrategia de Lucha contra la Pobreza-DELP) promocionados en la Nepad fracasaron rotundamente. Siguen encontrándose pruebas convincentes de que las mujeres y los niños y niñas vulnerables y las personas ancianas y minusválidas son las principales víctimas, puesto que se espera que sobrevivan con menos subsidios sociales, con más presión sobre la trama de la familia durante una crisis económica, y con el VIH/SIDA en cercana correlación con los ajustes estructurales.
Las elites africanas contribuyen al problema saqueando el continente. Los dos principales estudiosos del fenómeno, James Boyce y Leonce Ndikumana, demuestran que un núcleo central de países africanos cuya deuda externa ascendía a US$178,000 millones sufrió un cuarto de siglo de fugas de capitales que totalizaron más de US$285,000 millones (incluídos los intereses que se le atribuyen). En la Nepad las fugas de capital de las elites no se toman en serio, pues tomar medidas enérgicas al respecto entraría en conflicto con el compromiso del programa a seguir ampliando la liberalización financiera.
Pero quedó, sin embargo, la inocente esperanza de que la retórica del documento en materia de buen gobierno hiciera algún bien: “Con la Nepad, África se compromete a respetar las normas mundiales de democracia, entre cuyos componentes centrales se cuentan el pluralismo político, permitiendo la existencia de muchos partidos políticos y sindicatos, elecciones democráticas justas, abiertas y libres organizadas periódicamente para permitir a la población elegir libremente a sus dirigentes”.
Mientras la Sudáfrica de Mbeki todavía permite elecciones libres y justas, el otro principal dirigente de la Nepad, Olusegun Obasanjo de Nigeria, ciertamente no lo hace. En la elección presidencial de abril de 2002, el estado de Ogun del cual Obasanjo es originario le dio supuestamente 1,360,170 votos, contra los 680 de sus oponentes. El número de votos emitidos en una elección simultánea en la misma región geográfica ascendió a apenas 747,296.
La explicación de Obasanjo, como forma de denigrar a los observadores electorales de la Unión Europea, fue que “Ciertas comunidades de este país deciden actuar como una sola persona en asuntos políticos… Probablamente no exista este tipo de cultura en la mayoría de los países europeos”. Los observadores internacionales constataron “serias irregularidades en todo el país y fraude en por lo menos 11 (de 36) estados'.
Según Chima Ubani, de la Organización por las Libertades Civiles, “No es el verdadero deseo del electorado sino algún tipo de maquinaria que ha producido resultados increíbles. Acabamos de ver una victoria aplastante y no parece haber ningún factor disponible que la explique con suficiencia”. También hubo ásperas quejas del Grupo de Monitoreo de la Transición y de la Comisión de Justicia, Desarrollo y Paz de la Iglesia Católica; entre ambos contaban con 40,000 observadores para documentar abusos.
En contraste, la carta semanal del Congreso Nacional Africano (ANC) de Mbeki en Internet, ANC Today, proclamó que “Nigeria acaba de completar una serie de elecciones que culminó en la reelección del presidente Olusegun Obasanjo para su segundo y último período. Naturalmente, ya le hemos enviado nuestras felicitaciones”. Mbeki tuvo que registrar, y luego desestimar, lo obvio: 'Es claro que hubo instancias de irregularidades en algunas partes del país. Sin embargo, también parece claro que, en general, las elecciones se llevaron a cabo correctamente'.
En Zimbabwe también fue evidente un patrón similar de respeto a la democracia. Mbeki y Obasanjo habían calificado la elección presidencial de Zimbabwe en 2002 de 'legítima', y se opusieron repetidamente en el Commonwealth y en la Comisión de Derechos Humanos de la onU a que se le impusieran sanciones. En febrero de 2003, el canciller Nkosazana Dlamini-Zuma declaró arrogantemente: 'Nunca criticaremos a Zimbabwe'. Dave Malcomson, de la Secretaría de la Nepad, responsable de los enlaces y la coordinación internacionales, admitió abiertamente a un periodista: 'A donde vayamos, nos espetan el caso de Zimbabwe como explicación de por qué la Nepad es una broma'.
La relación cada vez más íntima entre Pretoria y Harare provocó el alejamiento tanto del Movimiento para el Cambio Democrático (MDC) como de grupos más progresistas de la sociedad civil como la Coalición sobre Deuda y Desarrollo de Zimbabwe (Zimcodd). A fines del año pasado, el dirigente del MDC, Morgan Tsvangirai, antiguamente pro-Nepad, concluyó que Mbeki se había 'embarcado en un safari internacional a favor del régimen de Mugabe. Pretoria es libre de perseguir sus propios intereses. Pero debe darse cuenta que el pueblo de Zimbabwe nuncá más podrá volver a ser engañado'.
La estratagema de febrero de 2003 para readmitir a Zimbabwe en el Commonwealth no fue más que, en palabras de Tsvangirai, 'la vergonzosa partida final de la estrategia a largo plazo de Obasanjo y Mbeki diseñada para infiltrar y subvertir no solo el esfuerzo del Commonwealth sino también, de hecho, todos los demás esfuerzos internacionales para frenar el violento e ilegítimo régimen de Mugabe'. Tsvangirai calificó a los promotores de la Nepad como 'compañeros de viaje confesos en una ruta sembrada de violencia, destrucción y muerte'.
La mayor parte de la sociedad civil de Zimbabwe fue igualmente cínica. En el prefacio de un nuevo cudernillo titulado La prueba de la Nepad en Zimbabwe: Por qué la Nueva Estrategia de Cooperación para el Desarrollo Africano ya está Fracasando [Nepad Zimbabwe's Test: Why the New Partnership for Africa's Development is Already Failing], el presidente de Zimcodd, Jonah Gokova, escribe acerca del 'profundo rechazo que despierta la Nepad entre los miembros de importantes movimientos sociales, sindicatos y onG de nuestra (de Zimbabwe) sociedad civil cada vez más vibrante'. Califica a la Nepad de 'refrito casero del Consenso de Washington, aumentado con promesas de buen gobierno y democracia patéticamente falsas'.
Las viejas sospechas de las fuerzas democráticas y progresistas de toda África fueron convalidadas cuando, en octubre de 2002, el mecanismo de evaluación de la gestión política de pares africanos casi se elimina del Nepad. El periódico Business Day de Johannesburgo describió el modo en que la Nepad 'había caído, víctima de las realidades de la política africana… Los diplomáticos afirman que había indicios de que Sudáfrica había sucumbido a las presiones de otros países africanos, entre los que estaban Libia y Nigeria, que quierían limitar el alcance del mecanismo de evaluación de pares africanos a asuntos relativos solamente a la gestión económica y corporativa'. Según se informó, el primer ministro canadiense Jean Chrétien llamó a Mbeki para insistir que se restaurara la evaluación de pares africanos, aun si la misma es voluntaria dentro de la Nepad y por lo tanto no tiene poder real (pero sin embargo resulta crucial para las relaciones públicas).
Cómo resultado, ¿quién puede culpar a los dirigentes del G8 de una actitud más reservada hacia sus visitantes africanos de elite?
Cuando la delegación de Pretoria viajó a Kananaskis en junio de 2002 había muchas expectativas, y entre los motivos se contaba el destaque en portada de la revista Time sobre 'La misión de Mbeki: Por fin ha hecho frente a la crisis del SIDA y encabeza ahora la arremetida por un nuevo plan africano de desarrollo'. En realidad, Mbeki ha negado el acceso a medicamentos que salvan vidas a más de cinco millones de sudafricanos, y su ministro de Salud fue recientemente acusado por activistas de ' homicidio culposo ', junto con el ministro Erwin.
El año pasado fue el gran momento de África ante el G8. Sin embargo, según informó el Institutional Investor, las elites mundiales 'apenas desembolsaron US$1,000 millones adicionales para condonación de la deuda, no redujeron en absoluto sus subsidios nacionales a la agricultura y –lo que más decepcionó a los africanos—se negaron a brindar ninguna otra ayuda al continente'.
Mbeki se negó a aceptar la realidad: 'Pienso que han tratado adecuadamente todos los temas que se les planteó'. Kananaskis fue, declaró, 'un momento definitorio en el proceso tanto de evolución de África como de nacimiento de un sistema más equitativo de relaciones internacionales. En términos históricos, significa el fin de la época del colonialismo y el neocolonialismo'.
La última edición del Institutional Investor predice el futuro de la Nepad: 'Al igual que otras iniciativas africanas de largo alcance tomadas a lo largo de los años, esta se salió rápidamente de la senda y cayó en la zanja… Casi dos años después de su lanzamiento, la Nepad tiene poco que mostrar en materia de ayuda o inversión. Sólo hay un puñado de proyectos que se inscriben dentro del marco del plan'.
A modo de beso de la muerte, la revista cita al principal burócrata estadounidense para asuntos africanos, Walter Kansteiner: 'La Nepad es filosóficamente correcta. EEUU se centrará en esos mercados emergentes que estén haciendo lo correcto en términos de desarrollo del sector privado, libre economía y libertad'.
El año pasado, el famoso poeta-activista Dennis Brutus, que estuvo preso en Robben Island, dijo en una columna del periódico Business Day que las intenciones de Mbeki y sus colegas en Kananaskis eran, 'aparentemente, vender el continente bajo la rúbrica de un plan ideado por los mismos tecnócratas que modelaron el fallido programa económico Gear de Pretoria, guiados por Washington y los dirigentes empresariales de Davos… Hace tiempo llegó la hora de insistir que el presidente Mbeki deje de estar arrodillado, se levante y asuma la dignidad de un dirigente africano, o se enfrente al ridículo'.
Lamentablemente, Mbeki continúa ignorando este consejo.
* Patrick Bond es profesor de la Universidad de Wits de Johannesburgo. Zed Press y University of Cape Town Press publicarán próximamente la segunda edición de su libro Against Global Apartheid: South Africa meets the IMF, World Bank and International Finances [Contra el apartheid mundial: Sudáfrica frente al FMI, al Banco Mundial y a las finanzas internacionales]. <[email protected]>