por
Tom Athanasiou**
*
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Esta
vez es importante sacar conclusiones y hacerlo en forma pública.
En Bali hemos cruzado una línea -escasa y penosamente- e
ingresado en un nuevo nivel aún más difícil del
juego del clima que estaremos jugando por el resto de nuestras vidas.
En realidad no es exagerado decir que a partir de los sucesos y
reconocimientos del año pasado y su culminación en la
XIII Conferencia de las Partes, finalmente, aunque tarde, el partido
ha comenzado en serio.
En
primer lugar, al llegar a Bali sabíamos que si continuábamos
la vieja rutina sin ninguna variante, verdaderamente estaríamos
en problemas. El momento escogido para el encuentro es una prueba de
esto. Aquí estábamos, más allá de los
escépticos, después del Cuarto Informe de Evaluación
del PICC, después del Premio Nóbel de Al Gore (y del
PICC). Ahora sabemos lo grave que es la situación. Es por eso
que para mi es un gran alivio poder decir, al menos si juzgamos por
los resultados de Bali, que el juego realmente cambió -excepto
para Estados Unidos, por supuesto.
El
cambio más importante es que el G77, el bloque negociador del
Sur, no puso su unidad por sobre todas las cosas. Siempre ha sido
fácil entender esta unidad, ya que el Sur es débil y
los miembros del G77 saben bien que si no se mantienen unidos, van
muertos. Pero está claro asimismo desde hace años que
la unidad del G77 puede ser también un gran problema, que le
ha permitido a sus miembros más retrógrados (los
saudíes, por ejemplo) pasar por encima de los intereses de los
participantes más débiles (como, por ejemplo, la
Alianza de los Pequeños Estados Insulares). Así que
Bali, la Conferencia de las Partes en la que China, Sudáfrica
y Brasil dieron el paso de anunciar su voluntad de adoptar
"compromisos o acciones" vinculantes, significó un avance
real, entre otras cosas, y para nada menor, porque la condición
que se anexa a la ayuda de parte de los países
industrializados a los países en desarrollo, de que ésta
sea "mensurable, comunicable y verificable", fue ampliamente
entendida como una condición justa e inevitable.
No
es que no supiéramos antes que, sin apoyo del Sur para una
acción rápida, no habría ninguna acción.
Pero la flexibilidad del G77 nos permitió acceder a otra clase
distinta de conocimiento, el conocimiento concreto de un acuerdo
efectivo y un camino para avanzar. Si bien no cambió todo,
cambió mucho.
En
segundo lugar, está el tema del dinero. Dinero para la
adaptación. Dinero para la transferencia de tecnología.
Dinero para generar capacidad, y dinero, por sobre todas las cosas,
para el desarrollo, que sigue siendo necesario, aunque en nuevas
formas, incluso en este mundo con restricciones climáticas y
tantas otras tensiones. Sabíamos sobre el dinero, también,
por supuesto. ¿Cómo podríamos no saber? Pero no
de la forma en que sabemos hoy, cuando la necesidad de efectuar
reducciones de las emisiones mundiales de al menos un 50 por ciento
en forma rápida, como quedó claramente establecido en
Bali, se ha consolidado como la posición de consenso.
Un
caso ilustrativo: Nicolas Stern, quién apenas unos días
antes de la humillación que sufrió la delegación
de Bush en el plenario extendido del sábado en la mañana,
entusiasmó a los asistentes de un pequeño evento
paralelo poco concurrido, contándoles que los países
ricos no sólo tendrían que profundizar sus reducciones
nacionales, sino también financiar reducciones paralelas en el
mundo en desarrollo. Esto, debido a que, como dijo en un comentario
publicado bajo el título "ahora los ricos tienen que pagar",
"incluso desde un enfoque mínimo de equidad, será
imprescindible que las reducciones de los países ricos
alcancen por lo menos el 80% –sea que las efectúen
directamente o que las compren". Por otra parte, y
significativamente, Stern continuó destacando que la
financiación necesaria no resultaría de un régimen
igualitario de derechos de emisión per cápita
considerados como cartas de poder otorgadas a cambio de los
compromisos financieros necesarios del mundo rico. "Contracción
y convergencia", dijo, es "un principio de equidad muy débil",
y sería necesario algo más fuerte.
En
tercer lugar, Bali fue testigo de cómo el encuentro,
largamente pendiente, entre el movimiento en torno al clima y el
movimiento por la justicia mundial, logró superar sus
dispersos pasos preliminares. Apenas estamos dando los primeros pasos
obviamente (para acceder a un rápido análisis de cómo
fueron las cosas en Bali, leer el artículo de Walden Bello más
adelante), pero queda claro que ninguno de estos movimientos volverá
a ser el mismo. Incluso los voceros de la tendencia tradicionalmente
dominante en las discusiones sobre el clima hablan ahora de equidad,
y esto es algo nuevo. Es más, lo hacen a pesar que temen las
consecuencias que eso implica, y que francamente tienen razón
en temer: Si se la toma seriamente, la equidad climática puede
potencialmente aumentar tan ostensiblemente lo que está en
juego, que tanto nuestros políticos como nuestras poblaciones
tenderían a rechazarla. Esa es una razón más que
suficiente para admirarnos del terreno al cual ingresamos y cuánto
hemos avanzado, ya que cada vez menos y menos gente del movimiento en
torno al clima es capaz de imaginar un futuro sin justicia, y la
mayor parte de ellos ni siquiera quiere intentarlo.
Pero
los verdes no serán los únicos que habrán
cambiado en este encuentro. También los activistas por la
justicia mundial tendrán que cambiar gran parte de sus viejas
pieles, y adoptar enfoques y marcos analíticos más
amplios. Hay mucho para decir sobre esto, pero la clave es que un
movimiento "radical" – que ha dejado hasta el momento su marca
denunciando la falacia del Mecanismo de Desarrollo Limpio,
oponiéndose a la vez a todos los mecanismos de mercado-
enfrenta ahora un desafío mayor, donde no alcanza simplemente
con ser oposición. Si realmente quiere hablar por los pobres y
los vulnerables, tendrá entonces que encontrar un marco de
acción más amplio. La cuestión ahora es moverse
y avanzar, avanzar con rapidez, y si las soluciones falsas son un
peligro terrible, también lo es la ilusión de que
desnudar ese peligro es todo lo que debemos hacer, todo lo que
estamos llamados a hacer.
Esto
también quedó claro en Bali. O al menos así
parece, si atendemos la declaración final del los grupos de
base que se reunieron en la "Aldea de la Solidaridad" cerca del
centro de la conferencia de Bali. La declaración dice: "Por
esto entendemos que los países y sectores que han contribuido
más a la crisis climática -los países ricos y
las empresas transnacionales del Norte-deben pagar el costo que
implica garantizar que todos los pueblos y futuras generaciones
puedan vivir en un mundo saludable y justo, respetando los límites
ecológicos del planeta".
En
cualquier caso, es necesario que las emisiones globales lleguen a su
pico, y rápido. Gracias a la asombrosa arrogancia y la
duplicidad de la administración Bush, el Plan de Acción
final de Bali (http://unfccc.int/meetings/cop_13/items/4049.php)
no lo deja explícitamente claro, pero existen al menos
referencias claras al Cuarto Informe de Evaluación, y eso
será suficiente.
Todos saben lo que esas referencias significan. Si es necesario hacer
descender las curvas de emisiones, como efectivamente lo es, debemos
comenzar rápido, y tenemos que generar nuevos maneras de ver y
nuevos compromisos y acuerdos, y crear nuevas instituciones en el
camino a medida que avanzamos. No es suficiente oponerse a las
soluciones falsas. Necesitamos soluciones reales.
Por
todo esto, Bali fue quizá el mayor de los éxitos que
podría esperarse en las circunstancias actuales y con la
sombra que hoy emite Washington. Las negociaciones están en
marcha, y la lucha seguirá otro día. Y la daremos en un
marco que – gracias a la insistencia del G77-exija avances
mensurables, verificables y monitoreables tanto en los aspectos de
las finanzas como de la tecnología. Sin lugar a dudas, no se
trata de un logro concreto. Bali no estableció obligaciones
nacionales, ni siquiera una meta mundial, y sus resultados son
fácilmente cuestionables. Yo mismo puedo hacerlo sin
problemas. Pero lo cierto es que Bali nunca iba a fijar los detalles,
ni siquiera un marco general. Y en cambio sí consiguió
plantear y dejar en claro los desafíos que habrá que
enfrentar en la batalla real, la que habrá de librarse en dos
años. En Bali se logró lo que era posible, y es
suficiente.
Más
aún, ahora somos más sabios -y esperemos que también
estemos mejor preparados para las batallas que vienen, que serán
sin duda encarnizadas. Y hay que admitir que, de ahora en adelante,
no se ganarán con enfoques, marcos ni buenas intenciones.
Ahora debemos ir más allá de establecer las condiciones
de posibilidad de un acuerdo mundial justo y viable, y pasar a
formularlo en toda su expresión.
Cuando
lleguemos al terreno de los casos, no tendremos más opción
que enfrentar los detalles de una realidad sobrecogedora.
Afortunadamente, en este aspecto Bali también arrojó
resultados positivos. No solamente el hecho de que, a pesar de
algunos pocos escépticos obstruccionistas, todo el mundo
entendió que la amenaza justifica una acción de
emergencia, sino también que, al menos hasta donde yo pude
apreciar, la gente estuvo dispuesta, cuando no directamente ansiosa
de conocer la verdadera magnitud del problema que hoy aparece como un
dibujo sin trazos completos, apenas insinuado por puntos.
Esos
puntos no insinúan un retrato precisamente hermoso. La verdad
resulta más que inconveniente. Es impactante y hasta terrible.
Porque lo que la ciencia nos dice es que tenemos que enderezar esto y
pronto. Y lo que la política nos dice es que la batalla de
2009 será realmente enconada. Y no habrá manera de
ganar si no disponemos, a gran escala, tanto de confianza como de
tecnologías. Y antes de alcanzar la una o las otras, tenemos
que lograr avances reales en los aspectos financieros y por supuesto
en ‘compartir la carga' (burden
sharing). Y también
será necesario que demos un paso al costado de las
negociaciones del clima para luchar por "coherencia en las
políticas", de manera tal que las instituciones del comercio
y las inversiones se alineen rápidamente con los imperativos
del régimen del clima.
Y
necesitaremos justicia. Ya que sin justicia no habrá
cooperación ni solidaridad. Y sin solidaridad a nivel mundial,
fracasaremos.
*
Tom Athanasiou es director de EcoEquity, una organización de
investigación y activismo que se dedica a promover una
solución justa y adecuada para la crisis del clima.
http://www.ecoequity.org/
Este comentario fue publicado primero en Grist: Environmental News
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