por Katharine Ainger*

“Poco después de firmarse el Acuerdo [de la OMC] de la Ronda Uruguay, mis compañeros campesinos coreanos y yo nos dimos cuenta que nuestros destinos ya no estaban en nuestras manos. Nos sentíamos absolutamente impotentes. No podíamos hacer nada más que mirar las olas que destruyeron nuestras hermosas comunidades rurales, establecidas desde hace cientos de años. Para armarme de valor, he intentado buscar las razones reales y las fuerzas principales detrás de esas olas. He llegado a una conclusión… aquí ante la puerta principal de la OMC, les grito a ustedes las palabras que han hervido durante tanto tiempo en mi cuerpo”.

Estas fueron las palabras de Lee Kyung-Hae, de la Liga de Agricultores Coreanos, en marzo de 2003 durante su huelga de hambre que realizara a las puertas de la sede de la OMC en Ginebra, Suiza, mientras el Comité de Agricultura elaboraba su agenda para Cancún esta primavera.

Ayer en Cancún, colgó un cartel que decía “LA OMC mata a los agricultores” en la valla de seguridad que impedía a los diez mil manifestantes llegar al Centro de Convenciones. Después se trepó a la parte superior de la valla, y mirando en dirección a la OMC, gritó, y con una navaja del ejército suizo se atravesó el corazón, cayendo hacia atrás en brazos de la multitud.


Lee, tenía 56 daños, era casado y padre de dos hijos, había pasado toda su vida haciendo campañas por los derechos de los agricultores. Su sufrimiento aumentaba a medida que empeoraba la situación de los agricultores (el 10% de la población de Corea del Sur). “¿Cuál sería su reacción emocional si de repente su salario se redujera a la mitad sin que ustedes supieran la razón?” había escrito Lee durante su vigilia de marzo. Igual que en otros lugares del mundo la sobreproducción y las importaciones baratas posteriores a la liberalización de la agricultura coreana produjeron una caída masiva de los precios.


Describió aldeas abandonadas y la decadencia de las zonas rurales en su país: “Algunos agricultores simplemente dejaron de cultivar y emigraron a los barrios pobres urbanos. Otros… se arruinaron por las deudas. Algunos afortunados siguieron trabajando, aunque no por mucho tiempo. En cuanto a mí, no podía hacer nada más que mirar las casas vacías y en ruinas. Las vigilaba, a veces, con la esperanza de que [sus moradores] volvieran. Una vez llegué a una casa donde, debido al peso insoportable de sus deudas, un agricultor se había quitado la vida tomando productos químicos tóxicos. No pude hacer más que escuchar los gritos de su esposa. Si hubieran estado en mi lugar, ¿cómo se habrían sentido?”


Más tarde, el grupo coreano describió la ola de suicidios que había azotado a la comunidad agrícola, y que Lee había dicho antes de morir, que lo hacía porque la OMC estaba matando agricultores en todo el mundo. Nadie había sospechado que Lee podía quitarse la vida, y el grupo estaba conmocionado y acongojado.


Fue llevado de inmediato al Hospital General donde murió tres horas después debido a heridas punzantes en el corazón y los pulmones.


Llegó la noche y prosiguió la vigilia de la delegación de activistas coreanos fuera del hospital. En silencio, las mujeres campesinas indígenas de Chiapas con sus brillantes vestidos rojos, rosados, azules y anaranjados se les unieron, llevando velas con tranquila dignidad.


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Nadie había esperado que el día terminara de esa manera.

Había comenzado con la Declaración del Foro Campesino e Indígena en el campamento de Vía Campesina. Esta alianza mundial de agricultores pequeños y familiares, campesinos, pobladores sin tierra y pueblos indígenas, mujeres y trabajadores rurales agrupa en su conjunto a más de 100 millones de personas, en su vasta mayoría habitantes de los países pobres. En un estadio lleno, los campesinos vestidos con sus característicos pañolones y gorros verdes, exigieron soberanía alimentaria, la prohibición de los alimentos transgénicos, y retirar los temas de alimentación y agricultura del ámbito de la OMC. Desde su punto de vista, los alimentos son un derecho humano, no una mercancía, y su producción es esencial para la existencia humana. Esto no significa que estén contra el comercio, sino que los países deben velar en primer lugar por satisfacer su propias necesidades alimentarias apoyando a sus productores locales.


La reunión creció hasta sumar casi a 10,000 personas. Mujeres campesinas usando vestidos blancos adornados con brillantes motivos floridos trajeron el campo a la ciudad: había pescado seco colgado en cuerdas entre los árboles y mazorcas de maíz ahumado apiladas en costales. Niños pequeños y delgados llevaban pañuelos verdes en la cabeza.


Un grupo de jóvenes disfrazados como delfines protestaba contra la sentencia de la OMC en favor de la demanda comercial mexicana contra las reglas establecidas para la protección de los delfines en la pesca del atún. La marcha conjunta de los delfines y los sindicatos de pescadores por las calles fue la réplica en Cancún de lo ocurrido entre los camioneros y las tortugas en Seattle, cuando los sindicalistas y los ambientalistas marcharon juntos por las calles.


Un movimiento indígena del estado de Oaxaca, CIPO-RFM, llegó con intrincados murales de sus granjas, pintados con colores intensos sobre sábanas. Los indígenas mejicanos se llaman a sí mismos “pueblos del maíz” y fueron los criadores del maíz como cultivo. CIPO-RFM explicó: “nuestras antiguas variedades están siendo destruidas por el maíz transgénico que viene de EE.UU. más barato de lo que nosotros podemos producir”. El año pasado, investigadores universitarios descubrieron que entre el 20 y el 60% de las variedades tradicionales de maíz de los cultivos de la comunidad de CIPO-RFM están contaminados con genes modificados de maíz importado de EE.UU., cuya patente es de propiedad de Monsanto.


Como dijo un agricultor mexicano: “la protesta hubiera sido diez veces mayor si nuestros agricultores dispusieran de los medios económicos para venir a Cancún”. Quienes no pudieron contribuir con su presencia, hicieron presente su apoyo desde lejos. Mensajes grabados de la Comandancia zapatista resonaron en todo el campamento. El Comandante David del EZLN afirmó: “La tierra es de nosotros, los campesinos y los indígenas, y debemos tomarla en nuestras manos y hacerla producir para todos, no para un puñado de holgazanes que de la tierra no conocen ni el color”.


El portavoz zapatista subcomandante Marcos dijo: “No es la primera vez, ni será la última, que quienes se piensan dueños del planeta tienen que esconderse detrás de sus altos muros y de sus patéticas fuerzas de seguridad, para hacer sus planes. Como en una guerra, el alto mando de ese Ejército Transnacional que se propone conquistar el mundo de la única forma que es posible conquistarlo, es decir, destruyéndolo, se reúne bajo un sistema de seguridad tan grande como su miedo”.


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A la marcha se unieron la Infernal Noise Brigade –una banda intinerante llegada desde Seattle–estudiantes de Ciudad de México, anarquistas variopintos y activistas golpeando bidones de aceite colocados dentro de carros de Wal-Mart robados, y todos juntos marcharon hacia el alto muro que protege la zona de hoteles de lujo. Un grupo llevaba un muñeco representando al dios maya Kukulkan, una serpiente emplumada, invocada contra el régimen de derechos de propiedad intelectual de la OMC. Otro, arrastraba sobre ruedas a Chac, un asombroso dios maya de doce pies de altura con los brazos alzados al cielo, invocado contra la privatización del agua.


Lo más espectacular eran los 200 miembros de KOPA, una coalición de 40 movimientos sociales surcoreanos que caminaban, tocando tambores tradicionales y cantando a coro. Su procesión fue una parodia estilo coreano de una marcha fúnebre para la OMC, con un ataúd multicolor llevado por seis personas y seguido por manifestantes disfrazados de sacerdotes.


Llegamos a la valla de seguridad fuertemente custodiada que bloqueaba el acceso a la gran avenida que lleva al Centro de Convenciones. Algunos ataron pancartas a la valla, otros se treparon a ella. Con los coreanos a la cabeza, la multitud comenzó a derribar partes de la valla. Los coreanos quemaron el ataúd y lo tiraron por encima de la valla. En ese momento fue que Lee cayó de la valla, al principio no estaba claro para la multitud la naturaleza de su lesión, y rápidamente se lo trasladó al hospital en una ambulancia.


Entonces, mientras los tambores de la Infernal Noise Brigade marcaban el ritmo, la multitud levantó la valla y la derribó. El calor era intenso y varias personas comenzaron a sentirse mal por esta causa. De la nada, una nube gris oscuro se abrió directamente sobre nuestras cabezas y nos bañó con una lluvia refrescante. John Ross, cronista veterano de la rebelión zapatista, emergió de la multitud, sonriendo burlonamente con sus dientes partidos y un dejo chamánico en su mirada perdida, y con los brazos hacia el cielo gritó. “Es Chac, el dios de la lluvia”, antes de desaparecer otra vez entre la muchedumbre.

Un grupo de muchachos cerca del frente de la marcha, reacios a mantener la presión humana sobre la columna de policías antimotines y vencerla, comenzó en lugar a tirar piedras y palos. Los campesinos en la primera línea de la marcha retrocedieron, algunos de ellos heridos por piedras más tarde atribuidas a provocadores, que habían sido aparentemente tiradas desde muy atrás como para estar dirigidas a la policía. La multitud, ahora fatalmente dividida en sus tácticas, comenzó a perder ímpetu. Así pasaron varias horas. Y entonces se fue difundiendo de boca en boca que el coreano estaba muriendo.


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Y así fue como terminó la marcha de protesta. Los coreanos se sentaron enfrente a la columna de policías antimotines que había llenado el espacio donde había estado la valla derribada, cantando una canción sobre la masacre de Guangzhou de 1980 que recuerda los rostros de los muertos que contemplan a los que todavía siguen luchando. Letras gigantes en maíz dorado conformaban la leyenda “NO A LA OMC” a los pies de la policía. Sobre ellas, la chillona bandera de bienvenida a Cancún a los negociadores oficiales de comercio había sido arrancada a medias, dejando al descubierto una sofisticada mezcla de culturas: detrás de la bandera semidestruida aparecía un aviso donde podía verse una imagen del Cancún real: recolectores de basura empobrecidos rebuscando en la playa.


El cruce donde murió Lee se conoce como Kilómetro Cero. Hoy los coreanos han vuelto a acampar allí hasta que la OMC suspenda la reunión por razones de respeto, y exhortaron a la delegación coreana a retirarse de inmediato de la reunión.


Vía Campesina anunció: 'No queremos más muertes. No queremos que más personas mueran de hambre… No queremos que muera nuestra tierra… A un precio muy alto comprendemos este sacrificio de vida, la inmolación de nuestro amigo Lee Kyung Hae nos ha dejado sin palabras y desconsolados. No queremos que esta muerte sea inútil; queremos una solución a la desesperanza en la que viven muchísimos agricultores por culpa de estos tratados internacionales”.


Si bien tanto la delegación oficial de comercio coreana y el Director General de la OMC Supachai Panitchpakdi expresaron su pesar por la muerte de Lee, no hay signos de que se cumpla con las exigencias. KOPA sigue sosteniendo categóricamente: “No se suicidó, lo mató la OMC”.

 

* Katharine Ainger es coeditora del New Internationalist y miembro del colectivo editorial Notes from Nowhere, cuyo nuevo libro sobre movimientos sociales “We Are Everywhere” acaba de ser publicado por Verso. www.WeAreEverywhere.org