por Ben Moxham*

Sábado 12 de febrero: el pasado lunes 7 de febrero, el diario timorés oriental Suara Timor Loro Sa'e informó que al menos 53 personas han muerto de hambre en el poblado de Hatabuiliko desde octubre de 2004. "No hay absolutamente nada para comer," informó Domingos de Araujo, el secretario del sub-distrito, y "los que todavía están vivos, buscan papas silvestres en el bosque". Siguen llegando informes de los diferentes distritos: 10.000 personas mueren de hambre en Cova Lima; 10.000 hogares comienzan a padecer hambre en Suai; y los distritos de Los Palos, Baucau y Manufahi informan que existe una crisis alimentaria.

Según el organismo del gobierno encargado de atender la crisis (la Oficina Nacional para la Gestión de Desastres) no hay que tener una reacción desmedida, ya que no se trata de "inanición y hambruna como en Somalia, Etiopía, Sudán y otros lugares". Lo que está pasando en el país "es lo que se conoce como ESCASEZ DE ALIMENTOS" (las mayúsculas son del informe original) y "sucede todos los años".

Y ésta es precisamente la peor tragedia, no se trata de una noticia extraordinaria. Independientemente de cuál sea la definición con la que juega el gobierno, el hambre es tan común en Timor Oriental que al período de noviembre a marzo se lo denomina la "temporada de hambre". El año pasado se distribuyó ayuda alimentaria a 110.000 personas en once de los trece distritos del país y en una encuesta de 2001 el 80% de los poblados informaron no contar con la cantidad de alimentos suficientes en algún período del año.

Si bien parte de la culpa es de la fuerte sequía, la pregunta que pide a gritos ser formulada es ¿por qué una nación de poco menos de un millón de personas, que supuestamente recibió más fondos de donación "per cápita" en los últimos cinco años que cualquier otro lugar del mundo, está muriendo de hambre?


Cuanto más cambian las cosas…
Desde el referéndum por la independencia en 1999, se estima que unos US$ 3.000 millones han estado circulando por las salas de directorios, los costosos restaurantes extranjeros de Dili y las cuentas en dólares de consultores internacionales, sin llegar casi nunca a cruzar los límites de la ciudad, allí donde se los necesita con más desesperación.  En un departamento de gobierno, un sólo consultor internacional gana en un mes lo mismo que 20 de sus colegas timoreses juntos en un año. Otro consultor le cobró al PNUD US$8.000 por su pasaje en primera clase desde su isla paraíso fiscal. Y serían muchas las historias de este tipo. En una evaluación reciente de la Comisión Europea del Fondo Fiduciario  para Timor Oriental que administra el Banco Mundial, se destaca que un tercio de los fondos asignados fueron a parar a honorarios de consultores, por no hablar de las licitaciones arregladas y los ‘gastos generales'. Sin embargo, el problema es mucho más profundo que el malgasto de los fondos de la industria de la asistencia.


Las elites del desarrollo de Dili culpan sin duda al pasado. Ciertamente, la retirada del ejército indonesio destruyó el 70% de la infraestructura y desplazó a dos tercios de la población durante su sangrienta salida en 1999. La verdad es que desde que los portugueses desembarcaron por primera vez en esta isla diminuta hace casi 500 años, la lucha de los timoreses contra el hambre y por el control de sus sistemas de producción de alimentos, ha estado íntimamente ligada a su lucha contra la ocupación extranjera.


Para los campesinos de Hatabuiliko y unas 40.000 familias a lo largo de las provincias montañosas, el café es el símbolo de esta lucha. Los portugueses desarrollaron la industria del café en el siglo XIX, aplicando la fórmula brutal del colonialismo: desposesión de la tierra, cultivos y trabajos forzados. Los militares indonesios se hicieron cargo de la industria en 1976,  con una explotación tan ruinosa que virtualmente obligaron a los cultivadores de café a financiar su propio genocidio. La situación en que quedó el sector fue tan terrible que la Comisión de Planificación de Timor lo describió en 2002 como "inviable".

 

Desde el voto por la independencia en 1999, el desmantelamiento del apoyo del Estado a la industria ordenado por los donantes, junto con la sobreoferta y la desregulación del mercado mundial del café, han confinado a los agricultores a la miseria. El café -el buque insignia de las exportaciones del país- apenas aportó US$ 5 millones en 2003 (el total de exportaciones llegó a US$ 6 millones) como resultado de la caída del precio en 2002 al 19% de su valor en 1980, registrando el valor más bajo de la historia en términos reales.

Timor libre, mercado libre
En el marco del proyecto de reconstrucción de los principales donantes, se liberalizó completamente el mercado, restringiendo absolutamente todo apoyo del Estado; el gobierno redujo el número de empleados públicos a la mitad, quedándose con una plantilla de 17.000 empleados, de conformidad con las condiciones macro-económicas impuestas por el Banco Mundial y el FMI, con un presupuesto nacional de apenas US$ 75 millones. No hay porqué tener un Estado grande, argumenta la elite del desarrollo, ya que el Estado debe limitarse a ser animador de un "sector privado dinámico" a cargo de una economía orientada a las exportaciones alimentada por la inversión extranjera directa.

El año pasado conversé con un grupo de cultivadores de arroz del distrito de Bobonaro sobre cómo les estaba yendo en el nuevo mundo globalizado Se lamentaban de que el arroz importado de Tailandia y Vietnam -que ahora representa el 55% del consumo nacional- se vende más barato que cualquier cosa que ellos puedan producir. Mientras la anterior ocupación indonesa invertía fuertemente en infraestructura, subsidiaba los productos de primera necesidad y los insumos agrícolas básicos y garantizaba a los agricultores un precio mínimo por sus cosechas, la ocupación actual ha desechado todo eso. Hoy, los agricultores van al Centro de Asistencia Agrícola – diseñado y privatizado por el Banco Mundial- a adquirir insumos agrícolas y los precios son tan altos, que los costos de producción terminan siendo muy superiores al precio de venta del arroz.

Las grandes dificultades para sobrevivir en el campo, han llevado a los timoreses ha desplazarse en masa hacia Dili en busca de trabajo. En julio del año pasado visité a Domingos Frietas, un viejo amigo que trata de criar sus cinco hijos en Dili donde habita como intruso en una casa abandonada. Su salario de US$ 50 como docente de medio tiempo es absolutamente insuficiente y se ve obligado a buscar cualquier trabajo extra para llegar a fin de mes. La liberalización y dolarización de la economía, en combinación con el gasto inflacionario de la invasión de la asistencia, han subido a la fuerza el costo de vida por sobre el salario promedio de un trabajador timorés. Un solo saco de arroz -que dura una mes- cuesta US$ 15. Los niveles de desnutrición en la capital están entre los más altos del país.

"La electricidad es carísima, nos saldría unos US$ 15 al mes si la pudiésemos pagar", dice Domingos. El aumento es enorme si lo comparamos con los pocos dólares que costaba durante la ocupación indonesa. La mayoría no puede pagar la tarifa en el nuevo sistema parcialmente privatizado basado en el principio de que es el usuario el que paga.

El primer ministro Alkatari pide a la población que no "politice" la crisis alimentaria. Abilio dos Santos -un funcionario de la oficina de gestión de desastres- haciendo gala de gran valentía, ha hecho caso omiso del consejo y ha levantado un dedo acusador contra su empleador: "el gobierno de Timor-Leste ha sido negligente con la inanición". Tiene razón, en varios aspectos. Para este año fiscal, el gobierno del Fretilin sólo asignó US$ 1,5 millones del presupuesto para el Ministerio de Agricultura, un monto insignificante si tenemos en cuenta que el 85% de la nación depende mayoritariamente de la agricultura para su sustento.

 

Se trata de un cambio radical respecto de la situación de 1975, cuando ese mismo partido protestaba contra el hambre con una postura anticolonialista: "somos una nación de agricultores y ¿aún así nuestra gente tiene hambre?" Treinta años después, la pregunta sigue en pie pero en vez de canciones revolucionarias, el Fretilin está forzado a cantar al son de la melodía que le imponen los donantes. ¿Y si no lo hace? "Para decirlo sin rodeos", opina un memo sobre las actividades en Timor, filtrado del Congreso de EE.UU. "parece probable que los niveles de asistencia disminuyan si el gobierno de Timor Oriental lleva a cabo políticas económicas o presupuestarias que no son aceptables para los donantes."

Al igual que los indonesios y los portugueses antes que ellos, los donantes de Timor Oriental son los que dictan la política agrícola. "La mayor parte de la asistencia de los donantes está enfocada sobre el sector arrocero," dice Ego Lemos, vocero de la organización de agricultura sustentable HASATIL. Por ejemplo, se estima que en el período 1999 a 2006, unos US$ 18 millones de los fondos donados se gastarán en la rehabilitación de los sistemas de riego. Sin embargo, el aumento en la producción de arroz ha sido modesto. Pocos agricultores están realizando una segunda cosecha sobre tierra seca, ya que las fuertes inundaciones han acarreado sedimentos que destruyen los sistemas de riego. En realidad, el arroz nunca ha sido un producto básico clave en Timor y su producción se expandió recién con la ocupación indonesa. "Durante estos 24 años tuvimos que comer arroz," dice Ego, que se lamenta de que los donantes internacionales hayan continuado en esa línea, desatendiendo cultivos de tierras altas más apropiados como el maíz.

 

¿Y qué hay del ingreso de la inversión extranjera directa que profetizaron los donantes y el sector privado?

Según un asesor en inversiones del gobierno con el que hablé: "… con costos iniciales 30% más altos y costos operativos 50% más altos que en el resto de la región, no hay demasiadas áreas para la inversión en este país". Una avícola local cerca de Dili fue obligada a cerrar porque el precio de los pollos importados es la mitad del precio del producto local.

 

"No son suficientemente ambiciosos"
Mientras tanto, la economía se contrae sistemáticamente y el desempleo se ha disparado, en tanto unas 15.000 personas ingresan al mercado laboral cada año. Hasta el propio FMI concedió en la última reunión de donantes que estas presiones están "reforzando la pobreza extendida y la gravedad del subempleo". La profundización de la crisis en el país más pobre de Asia debería ser evidente para todos. Por cierto, los donantes se han estado preguntando por qué los agricultores y trabajadores timoreses no están floreciendo en microempresas productivas capitalistas, tal como sostienen los libros.

 

Los salarios locales son demasiado altos, dice el FMI en su último reporte, alabando al gobierno por resistirse a "la introducción de medidas populistas" como el salario mínimo. (El Banco Mundial dio el ejemplo, forzando a la empresa de seguridad Chubb a recortar los salarios de los guardias del Banco de US$134 a US$ 88 al mes.)

 

No son suficientemente ambiciosos, dice un informe comercial encargado por un donante, a la vez que recomienda la contratación de un instituto para que enseñe "el espíritu empresarial a los jóvenes de bajos ingresos" de Timor.

Deberían olvidarse del arroz y de los pollos, y pasar a la venta de cultivos comerciales dinámicos en el mercado, aconsejan USAID y el Banco Mundial. Pero para Ego, esta lógica esquiva la realidad.

"Para esta política, cada agricultor tiene que dedicarse a cultivos comerciales, por  ejemplo, vainilla, café y cosas así, pero su línea de razonamiento no tiene en cuenta si ‘la gente tiene lo suficiente para comer'," sostiene Ego. Aún en el caso que un pequeño grupo de agricultores pueda producir para un nicho de mercado para los volubles consumidores occidentales, el resto del país continuará sufriendo o simplemente desaparecerá como los 53 hombres, mujeres y niños de Hatabuliko. Para el libre mercado, Timor es sólo una diminuta media isla de humanidad excedentaria.

¿Es tan ofensivo acaso que en vez de continuar en esta línea se permita a una nación tan pobre como Timor adoptar políticas que apoyen y protejan al 85% de la población? Para curar las profundas cicatrices coloniales de Timor, "el gobierno debería subsidiar a la población rural pobre, invirtiendo en infraestructura básica" dice Maria "Lita" Sarmiento integrante de la organización por la reforma agraria local y la resolución de conflictos Kdadalak Sulimutuk Institute (KSI) (que significa "los arroyos se unen"). "No necesitamos tecnología cara, solo necesitamos apoyo para nuestros sistemas tradicionales" agrega.


Ego está lleno de ideas alternativas para la agricultura, muchas de ellas inspiradas en la "Expo Popular", una feria agrícola anual que organizan los agricultores.

 

"Necesitamos bloquear las importaciones de alimentos que podemos producir aquí," sostiene. "¿Pero no morirá de hambre tu gente?", pregunto. "Eso no tiene sentido," responde Ego. "Tenemos los medios para autoabastecernos de alimentos pero necesitamos las políticas correctas y la asistencia correcta. En tiempos de crisis, la gente depende del ñame, el taro, la banana, la jaca (jackfruit) y esas cosas. Necesitamos desarrollar nuestros recursos alimentarios naturales, no desarrollar una dependencia de la ayuda alimentaría, y de las semillas híbridas y los fertilizantes químicos que vierten sobre nosotros".

La tragedia del hambre en Timor Oriental es que la voluntad para darle la humilde asistencia de la que hablan Ego y Lita -por no hablar de los años de lucha y solidaridad internacional- ha sido degradada hasta llegar a esta ingeniería de políticas del Banco Mundial. La otra barrera es el gobierno australiano, que reclama US$ 30.000 millones de los US$ 38.000 millones en recursos de gas y petróleo del Mar de Timor. Se trata de ingresos que impedirían el hambre y que pertenecen a Timor Oriental de acuerdo al derecho internacional.

No obstante, el trabajo de timoreses como Lita y Ego muestra que el movimiento independentista está comenzando a pintar nuevas consignas sobre las viejas pancartas, intentando impulsar la idea de soberanía más allá de los edificios del parlamento, hacia los campos y los bosques, a medida que los timoreses se esfuerzan por recuperar el control sobre sus sistemas de producción de alimentos.


Hatabuiliko se posa al pie de la cumbre del monte Ramelau, la montaña más alta de Timor Oriental. Desde la cima se puede ver casi toda esta pequeña y hermosa isla: una cadena de montañas de apenas 90 kilómetros de ancho, dividiendo al océano como una cuña. Desde octubre, en el poblado, separado de la capital por solo 100 kilómetros de sinuosos caminos montañosos, la gente esta muriendo de hambre. Desde octubre, decenas de integrantes de la elite de la industria de la asistencia pasaron por allí en su peregrinaje turístico, antes de estacionar sus cuatro por cuatro al otro lado para comenzar la ascensión. Muchos deben haber contratado un guía de Hatabuiliko. Entonces ¿por qué ninguno se dio cuenta? ¿Es tan completa la desconexión entre los donantes y la realidad del país que los que están muriendo de hambre se han vuelto una parte irrelevante del paisaje?

 

El año pasado pasé una fría noche en la iglesia de Hatabuiliko. No sé quienes de los que compartieron una comida y unas pocas horas felices conmigo han muerto. Aquellos que quedan deben estarse preguntando por qué su pesadilla continua.

*Ben Moxham trabaja como investigador para Focus on the Global
South
(http://www.focusweb.org/).