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por
Larry Lohmann*
Publicado
por primera vez en Red Pepper, agosto 2007
Olvidemos
por un momento el Protocolo de Kioto y el Programa de Comercio de
Emisiones de la UE. Dejemos de lado el floreciente negocio de las
"compensaciones" de carbono. Si estamos buscando avances reales
en materia del cambio climático, mejor visitemos un par de
ciudades costeras en el sur de Tailandia.
Para
los viajeros que van desde Bangkok a Malasia, los cruces de camino
entre Bo Nok y Baan Krut podrían parecer solamente una
colección de arrozales, botes de pescadores, complejos
turísticos, palmeras de coco, templos y tiendas. Pero ésta
es una comunidad que derrotó los planes de las empresas y el
Estado que pretendían que allí, mirando al mar, se
irguiera una de las usinas de energía más grandes de
Tailandia alimentada con carbón.
Esa
victoria les costó años de sangre, sudor y lágrimas,
Charoen Wat-Aksorn denunció las apropiaciones de tierra con
maniobras fraudulentas asociadas al proyecto, y fue asesinado en
2004. Otros pobladores pasaron incontables horas exponiendo ante la
opinión pública la falsedad de la evaluación de
impacto ambiental -en una actitud que le valió a Jintana
Kaewkhao, una pobladora local que nunca terminó secundaria,
obtener en reconocimiento un Doctorado honoris causa. Esa comunidad
está hoy consolidando sus triunfos, explorando la viabilidad
de la electricidad eólica y prestando colaboración a
otras comunidades que luchan contra proyectos de combustibles
fósiles.
Una
de esas comunidades está varios cientos de kilómetros
al sur en el distrito de Chana. En Chana, el monstruo local es la
refinería y gasoducto malayo-tailandés respaldado por
el derrocado ex Primer Ministro del país, el magnate Thaksin
Shinawatra.
Chana
no ha tenido tanta suerte como su comunidad hermana del norte.
Después de años de negocios de tierras fraudulentos,
sobornos, y actos de intimidación y violencia por parte de la
policía, hoy se alza desafiante una enorme planta de
separación de gas en tierras "wakaf" (tierras colectivas
reservadas para objetivos benéficos o filantrópicos
según la religión islámica) de la comunidad.
Desde allí, donde está ese bien común musulmán
supuestamente inalienable y encomendado a Dios, la planta extrae el
gas a través de un ducto que ha sido construido a la fuerza,
ilegalmente, atravesando una playa local. Ahora se viene una usina de
generación eléctrica a gas natural. Posiblemente le
sigan luego las industrias químicas. Pero los pobladores no se
dan por vencidos. Dicen que luchan no sólo por su vida y su
religión, sino por un patrimonio natural que le pertenece a
todo el país.
Algunos
activistas profesionales del clima miran con desprecio a estas luchas
locales a las que consideran secundarias ante la tarea de negociar
las metas de reducción de las emisiones globales. Se olvidan
que enfrentar el cambio climático significa, por sobre todas
las cosas, encontrar medios prácticos de mantener los
combustibles fósiles bajo tierra. Como reiterara el pasado mes
de junio el climatólogo Jim Hansen, quemar lo que queda de
carbón, petróleo y gas en el planeta "garantiza un
cambio climático drástico, y el resultado será
un planeta distinto a éste en el cual se desarrolló la
civilización".
Nadie
está mejor informado sobre lo que implica impedir que eso
suceda, que las comunidades como Bo Nok y Chana. Su experiencia nos
recuerda que no importa cuan brillantemente teoricemos sobre las
formas de eliminar el carbono de nuestras fuentes de energía,
también tendremos que sacar a las compañías de
energía de los depósitos de combustibles fósiles.
Cualquier movimiento climático serio tendrá que
conectarse con estas comunidades en todas partes, sea que estén
enfrentando a Shell en el Delta del Niger o a Rossport en Irlanda, o
protestando contra el gigantesco gasoducto de la Red Nacional en el
Sur de Gales. Estas comunidades nos están hablando de la
política del futuro.
Ante
la ausencia de un movimiento del clima empoderado e informado por
estas comunidades, cada paso que den los gobiernos y las empresas en
materia de cambio climático será probablemente -por
contraste- un paso hacia el pasado. Los políticos y los
empresarios seguirán presentando ambiciosas metas climáticas
para el consumo del público, sin buscar los medios prácticos
para lograrlas.
Los
funcionarios del Reino Unido, por ejemplo, hablan de reducir las
emisiones de gases de efecto invernadero en un 60 por ciento para
2050. Sin embargo promueven la ampliación del aeropuerto,
apoyan los esfuerzos del Banco Mundial para promover el uso de
combustibles fósiles en el mundo, y están abocados al
comercio de carbono a gran escala -una desafortunada invención
de Estados Unidos que solamente hace más lenta la transición
para abandonar los combustibles fósiles. Como señala la
profesora de Oxford en estudios del desarrollo Barbara Harriss-White,
parecería que el único efecto que está surtiendo
la política británica para el clima es "servir como
sedante para las masas".
En
el sector privado, entretanto, los bancos como Barclays presentan
largas filas de planes para transformarse en "neutros" en
términos de las emisiones de carbono que emiten los proyectos
que financian, al mismo tiempo que amplían sus inversiones en
combustibles fósiles y sus equipos de comercio de combustibles
fósiles. Emblemáticamente, Barclays ha llegado incluso
a quejarse de los manifestantes de Chana contra los hidrocarburos.
Con una inversión de US$257 millones, Barclays Capital lidera
el consorcio de bancos que apoya el proyecto de gas malayo-tailandés.
A pesar de reiteradas invitaciones, ninguno de los 13.200 empleados
que integran la planilla mundial de personal del Banco ha visitado
nunca a los pobladores de Chana. El desprecio -no sólo por
las formas de sustento local, sino por la aspiración de un
clima habitable- no puede quedar más claro que eso.
Chico
Mendes, el sindicalista brasileño que fue asesinado en 1988
cuando trabajaba para salvar los empleos de los trabajadores del
caucho amenazados por la tala del Amazonas, tenía un dicho
famoso: "Al principio pensé que luchaba para salvar los
árboles de caucho… Luego pensé que estaba luchando
por el bosque amazónico. Ahora me doy cuenta que estoy
luchando por la humanidad".
Los
pobladores de Bo Nok, Chana y tantos otros lugares podrían
decir lo mismo. ¿Quiénes son los verdaderos líderes
del clima? Es hora de recapacitar.
*Larry
Lohmann trabaja para The Corner House, una ONG del Reino Unido que se
dedica a la investigación y la solidaridad. Se puede encontrar
un relato sobre la lucha en Chana en www.thecornerhouse.org.uk