PORQUÉ LA REFORMA DE LA ONU NO ES UNA PRIORIDAD
por Nicola Bullard*
(Una versión abreviada de este documento fue publicada en “ONU: droits pour tous ou loi du plus fort? Regards militants sur les Nations Unies”, CETIM, Ginebra 2005. Para obtener mayor información ponerse en contacto con Julie Duchatel en [email protected] o en el sitio web http://www.cetim.ch/fr/publications_details.php?pid=115).
“No preguntes qué puedes hacer tú por las Naciones Unidas, sino qué puede hacer la ONU por ti” (con disculpas a John F. Kennedy).
Cuando el presidente de Estados Unidos George W. Bush anunció que invadiría Irak, con o sin el apoyo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se refirió reiteradamente a las debilidades y falencias de la ONU. En efecto, le tiró el guante a las Naciones Unidas, y al hacerlo, inadvertidamente, revivió el debate sobre el papel de la ONU y en particular sobre la necesidad de reformarla y “fortalecerla” como alternativa al unilateralismo de Estados Unidos.

El debate ha ido subiendo de tono a medida que nos acercamos al sexagésimo aniversario de la ONU en septiembre de este año,  alimentado por los escándalos del programa “petróleo por alimentos”, acusaciones de nepotismo y corrupción, la divulgación pública del informe de alto nivel sobre la seguridad mundial, y la competencia por un lugar en el proyectado Consejo de Seguridad ampliado. En todas estas situaciones Estados Unidos ha mantenido su actitud beligerante, centrada en la defensa de sus intereses: una actitud que se reitera destacadamente en un informe reciente titulado “los intereses estadounidenses y la Reforma de la ONU”, que confirma la falta de visión de Estados Unidos cuando se trata de las Naciones Unidas. La decisión del Presidente Bush de designar a John Bolton como su embajador ante la ONU a pesar de no haber conseguido la aprobación del Senado, indica que el ejecutivo seguirá manteniendo esa postura.
La ONU ha estado necesitada de una reforma desde el mismo día de su fundación, en virtud de su “falla fatal”: que el Consejo de Seguridad institucionaliza la correlación de fuerzas que emergió tras la Segunda Guerra Mundial. Las tensiones políticas Este-Oeste se reflejaron en el seno de la ONU durante toda la Guerra Fría, y esto fue particularmente evidente en el funcionamiento del Consejo de Seguridad. Paralelamente al poder de veto con que cuenta en el Consejo de Seguridad, Estados Unidos siempre ha utilizado su condición de principal contribuyente financiero en beneficio de sus propios intereses dentro de la ONU. No obstante, a pesar de los juegos de influencias y poder, la parálisis y la esclerosis burocrática que la afectan, la ONU aún goza de un nivel de apoyo considerable entre algunos gobiernos, en particular aquellos para los cuales la regla de “un país, un voto” en la Asamblea General constituye una rara oportunidad para hacerse oír en el ámbito internacional.
Por otra parte, las Naciones Unidas cuenta con muchos partidarios también entre las ONGs y algunos sectores de la sociedad civil que creen que tiene el potencial para limitar los excesos de poder, reparar las injusticias y conformar la base para establecer una gobernanza democrática mundial. Algunos simplemente la apoyan porque su propia existencia está unida al destino de las Naciones Unidas.
La perspectiva de una Organización de las Naciones Unidas reformada, democrática y poderosa es, obviamente, muy tentadora: no sólo como medio para poner un freno a los Estados Unidos, sino además porque los problemas mundiales como la violencia, la guerra, la desigualdad, el deterioro del medioambiente, la explotación y la inseguridad, necesitan desesperadamente de una acción internacional concertada.
Cuatro razones por las que la reforma de Naciones Unidas no es la prioridad
Pero antes de subirnos al carro de los que quieren “salvar las Naciones Unidas”, debemos hacernos esta simple pregunta: ¿vale realmente la pena salvar las Naciones Unidas? ¿A qué intereses sirve? ¿La reforma de las Naciones Unidas, dotará acaso a la organización de capacidad para enfrentar los problemas mundiales más urgentes? ¿Dónde está el potencial para democratizar el sistema global, cuando las principales fuentes del “déficit democrático” –el mercado y el capitalismo globalizado y militarizado—están fuera del sistema de las Naciones Unidas? ¿Es acaso realista imaginar que las Naciones Unidas puedan “controlar” el mercado y poner límites a las superpotencias mundiales? Y, lo que es más importante en este punto ¿qué tipo de reformas, si las hubiera, permitirían abordar los problemas que afectan a las organizaciones populares y los movimientos sociales, especialmente los que luchan por derechos básicos como la tierra, el agua, trabajo, vivienda, salud y educación?
Considerando las enormes desigualdades de poder que caracterizan al sistema mundial, no creo que debamos centrar nuestros esfuerzos en la reforma de las Naciones Unidas. Esta conclusión se basa en una evaluación de la situación actual, que presenta cuatro características determinantes.
En primer lugar, el sistema inter-estatal sobre el cual se fundaron las Naciones Unidas ha cambiado radicalmente en los últimos 15 años, como consecuencia de los procesos de integración económica y globalización en la era pos-Guerra Fría y la hegemonía actual de los Estados Unidos, que no enfrenta competencia. Esto tiene consecuencias significativas en la reforma de las Naciones Unidas, ya que los propios Estados tienen un poder político y económico desigual y, en tanto la integración económica se profundiza, cada vez tienen menos posibilidades moldear por sí mismos sus propios destinos políticos y económicos.
En segundo lugar, los Estados ya no son más la principal interfaz entre sus ciudadanos y el mundo fuera de las fronteras nacionales. Esta función la comparten ahora las empresas transnacionales y los mercados financieros, la Internet y los medios, todos los cuales contribuyen a transformar la conciencia de los ciudadanos sobre su ubicación en un sistema mundial globalizado. Nuestro horizonte político, económico y psicológico ya no está definido exclusivamente por las fronteras de la nación Estado.
En tercer lugar, muchas de las reformas que se proponen para el sistema de Naciones Unidas, como la ampliación del Consejo de Seguridad o la creación del Consejo de Seguridad Económica, no abordan la dinámica de equilibrio de fuerzas subyacente a todas las decisiones de las Naciones Unidas -es decir, el equilibrio de fuerzas entre los Estados Unidos y el resto del mundo, y entre el capitalismo globalizado y los ciudadanos. Hasta que no se resuelvan estos desequilibrios fundamentales, las Naciones Unidas no será más que la ineficaz “conciencia” del mundo.
En cuarto lugar, los cimientos de las Naciones Unidas, su Carta, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y todas las convenciones sobre derechos humanos que de ésta se derivan, son potencialmente herramientas poderosas para la emancipación. Sin embargo, si bien las Naciones Unidas han sido ejemplares en la creación de normas, han fracasado, casi sin excepción, a la hora de desarrollar instrumentos efectivos para monitorear su cumplimiento y enjuiciar a los Estados, instituciones, personas y compañías que no cumplen con la obligación de respetar los derechos individuales y colectivos. (1)
Finalmente, es imposible construir una superestructura de gobernanza democrática internacional cuando las condiciones básicas para la democracia de los pueblos son tan deficientes. La creación de nuevos medios para que los movimientos sociales (2) defiendan sus derechos dentro de un marco internacional y universal representaría una base más sólida para desarrollar el proyecto a largo plazo de la democracia mundial.
En consecuencia, sugiero que el punto de partida para la democratización del sistema internacional no sea la reforma de las Naciones Unidas, sino encontrar formas innovadoras y eficientes de garantizar que los movimientos sociales tengan, a nivel local, nacional e internacional, acceso a medios que les permitan defender y proteger sus derechos. Es decir más que usar nuestro tiempo y nuestras energías creativas en reformas cosméticas, necesitamos encontrar los medios que permitan que los movimientos sociales puedan utilizar los derechos humanos en sus distintas luchas cotidianas, y al hacerlo, construyan la democracia de abajo hacia arriba.
¿Qué es lo malo de las Naciones Unidas?
No hay que subestimar hasta qué punto las Naciones Unidas están hoy unidas al Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional en la apología de la globalización neoliberal y el imperialismo estadounidense. Tampoco hay que menospreciar la validez de la experiencia que ha llevado a muchos movimientos y activistas sociales a llegar a esta conclusión.
Desde la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la fundación de las Naciones Unidas, muchos países del Tercer Mundo han visto su soberanía subvertida por las rivalidades de la Guerra Fría, dirimidas a menudo en el espacio político mundial del Consejo de Seguridad y las Naciones Unidas, y su economía devorada por los programas de ajuste estructural impuestos por el FMI y el Banco Mundial.
A comienzos de la década de 1990, las Naciones Unidas intentaron capturar la buena voluntad liberada por el fin de la Guerra Fría para desarrollar una nueva agenda internacional de cooperación y valores comunes. A lo largo de la década, las Naciones Unidas auspiciaron una serie de cumbres, que abordaron todos los temas desde el medioambiente hasta el racismo. (3)
 
Los acuerdos alcanzados en estas conferencias engorrosas y a menudo conflictivas establecieron un nuevo conjunto de normas internacionales, basadas en las declaraciones de derechos humanos pero elaboradas y ampliadas para incluir temas claves, como género, medioambiente, desarrollo y derechos de los pueblos indígenas. Cada una de estas cumbres ha sido seguida de revisiones cada cinco años, que en general han puesto al descubierto las falencias de la implementación gubernamental y que han determinado incluso que los compromisos previamente acordados se diluyan. (4)
A medida que la década de 1990 daba paso al siglo XXI, muchos de los valores acordados previamente que sirvieron de pilares para las Naciones Unidas, como el multilateralismo y la universalidad e indivisibilidad de los derechos, fueron sistemáticamente atacados y socavados por gobiernos e ideólogos de la derecha, y las empresas y los mercados financieros. Por cierto, en la medida en que se acelera la velocidad de la integración económica mundial y las transnacionales y el capital financiero buscan conquistar cada aspecto de la actividad humana, la posibilidad de consagrar los derechos humanos, no hablemos del derecho al desarrollo o a la democracia de los pueblos, se torna una esperanza cada vez más lejana.
Para empeorar la situación, las Naciones Unidas difunden la visión de que es posible “humanizar la globalización”, mitigando los peores excesos del fracaso del mercado sin atacar las causa de estos excesos.
El sentimiento de escepticismo respecto a las Naciones Unidas es profundo y justificado. Ya que, mientras la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) defienda los organismos genéticamente modificados (transgénicos) bajo presión de la agro-industria; mientras el PNUD promueva las asociaciones público-privadas en los servicios básicos como la salud y el agua bajo la presión de la industria de los servicios; mientras las Naciones Unidas no sancionen a Israel por violar en forma sistemática las resoluciones de la Asamblea General; y mientras Estados Unidos pueda seguir actuando por fuera de la jurisdicción de la Corte Penal Internacional, las Naciones Unidas (y en realidad todas las instituciones internacionales) serán consideradas nada más que como una herramienta más de dominación en manos de Estados Unidos y las grandes empresas.
¿Deberemos acaso recomponer las Naciones Unidas?
Los esfuerzos de las Naciones Unidas para mostrarse como el único elemento que se interpone entre el unilateralismo de los Estados Unidos y el caos son motivados, al menos en parte, por el interés propio de la organización. Lo cierto es que ya tenemos “caos” (si por caos entendemos guerra, pobreza, y sistemas económicos y políticos inmorales) y ya tenemos el unilateralismo de Estados Unidos (aunque esto no es nada nuevo -el uso oportunista del utilateralismo y el multilateralismo es una larga tradición de la política exterior estadounidense).
No hay ninguna razón para creer que unas Naciones Unidas “fortalecidas” o “reformadas” harán alguna diferencia, ya que cualquier reforma o aumento de potestades del organismo será sometido al veto efectivo de Estados Unidos (por un medio u otro). Desde el punto de vista de las Naciones Unidas, las reformas son necesarias simplemente para mantener lo que tienen. O como dice el Príncipe en sus reflexiones en ‘El Gatopardo’ de Giusseppe di Lampedusa “Si queremos que todo siga igual, algo debe cambiar”. (5)
Teniendo en cuenta el historial de fracasos de las Naciones Unidas, ¿por qué deberían los movimientos sociales -que ya tienen más que suficientes exigencias en sus propias luchas por la tierra, el agua, vivienda, trabajo, seguridad social, liberación de la opresión y autodeterminación- gastar su tiempo en “salvar” las Naciones Unidas?
La reforma, ¿para hacer qué?
Sin embargo, antes de ser acusados de tirar el niño de la emancipación con el agua sucia de la reforma, quizás sea útil preguntarse si la ONU “reformada” podría ser un instrumento útil para los movimientos sociales.
Esto nos enfrenta a dos preguntas: (i) ¿cuál es la base y la naturaleza de la relación entre los movimientos sociales y las Naciones Unidas?, y (ii) ¿cómo podría utilizarse a las Naciones Unidas para favorecer los intereses y demandas de los empobrecidos y los marginados que constituyen la vasta mayoría de “nosotros los pueblos”.
Para comenzar a responder estas preguntas en forma muy tentativa, consideremos lo que significa “nosotros los pueblos”  sesenta años después de que estas palabras se escribieran por primera vez. (6)
En 1945, “los pueblos” no eran más que los súbditos del Estado, y todas las construcciones legales e institucionales derivadas se basaron en una relación monógama entre el Estado y sus ciudadanos.
Actualmente, todos somos ciudadanos “globales”, ya que los procesos globales tales como el mercado omnipresente, nos afectan a todos. Sin embargo, estamos muy lejos de ser ciudadanos del mundo en términos de derechos, tanto a nivel nacional como a nivel internacional, en buena parte debido a que el mercado efectivamente elimina o subordina cualquier noción de derechos universales al colocar todo -no importa si es agua o conocimiento- en el reino de lo económico.
 
No obstante, como ya lo mencionáramos anteriormente, vivimos en un tiempo en el que nuestra conciencia colectiva de ser ciudadanos del mundo nunca ha sido mayor. Los movimientos mundiales por justicia social, contra la guerra y altermundialista se interconectan con esta conciencia y la refuerzan, y es aquí donde debemos volcarnos para construir los cimientos de una gobernanza democrática mundial.
En el siglo XXI, “nosotros los pueblos” representa una idea poderosa debido a que es una autodefinición que surge de esta conciencia, una idea que se genera y se renueva en la acción colectiva y la solidaridad. Las elegantes palabras de apertura de la Carta de las Naciones Unidas han adquirido vida y manifestación en la diversidad de los movimientos sociales y ONG que constituyen el “movimiento de movimientos”. (7)
El “movimiento de movimientos” abarca a los que luchan por la justicia mundial, contra la guerra, contra la globalización, contra el imperialismo y contra el capitalismo. Incluye a trabajadores y mujeres y emigrantes y campesinos, y a jóvenes y pueblos indígenas y a todos los que luchan por la paz y la justicia. Desafía ser considerado en una categoría o morfología única, y abarca lo local y lo global, lo vertical y lo horizontal. Despliega una enorme capacidad de crear sus propias formas organizativas y sus propios procesos en base a un compromiso con el pluralismo y la democracia cada vez más amplio.
Entonces ¿qué tiene que ver esto con las Naciones Unidas?
O, dicho de otra manera, ¿qué relación hay entre la “cultura política y social emergente (potencialmente democrática) de, digamos, el Foro Social Mundial (como la representación más visible del “movimiento de movimientos”) y la cultura decadente (y crecientemente no democrática)  de la diplomacia de elite entre Estados representada por las Naciones Unidas?
O todavía en otras palabras, ¿es el modelo de la Asamblea General con representación de Estados, donde mandan los diplomáticos y todos visten de traje, relevante en alguna medida para las “asambleas” multicolores de las multitudes?
O para decirlo en forma más concreta y positiva: ¿la esencia de las Naciones Unidas y el universalismo de la Declaración de Derechos Humanos, portan todavía algún mensaje relevante para nosotros?
Ésta es una pregunta potente para los movimientos sociales, que están por definición, involucrados en la lucha por los derechos. Ya sean los agricultores que defienden su derecho a las semillas, las mujeres que exigen tener el control de sus propios cuerpos, los sin tierra que reclaman por tierra, o los desempleados que marchan por trabajo y salario para poder vivir, los movimientos sociales existen porque organizan y movilizan a la gente en defensa o reclamo de sus derechos.
En la mayoría de los casos, el logro de las demandas es sólo un aspecto del esfuerzo organizativo y movilizador. Los movimientos sociales también dan identidad y voz a los sectores de la sociedad que están marginados, silenciados y olvidados. Esto es tan cierto de los dalits en India como de los sin techo en Europa. La transformación de las relaciones sociales, y por ende de las relaciones de poder, es inherente al mero acto de organizar a aquellas partes de la sociedad que la sociedad “pulcra” (y que, casi por definición, es la parte de la sociedad que dirige a las Naciones Unidas) esta lista a olvidar rápidamente.
En sus luchas cotidianas, los movimientos sociales utilizan el lenguaje de los derechos y responsabilidades para defender sus demandas, a menudo tomándolo prestado de las declaraciones de las Naciones Unidas para darle una base legal (y también moral) a sus reclamos. El lenguaje común de los derechos también atraviesa y (potencialmente) une a las masas o multitudes. Sin embargo, en términos de la traducción del lenguaje de derechos a acciones y resultados, existe una enorme debilidad. Si bien las Naciones Unidas han sido ejemplares a la hora de establecer normas en todas las áreas, desde el derecho al desarrollo hasta la igualdad de género, han mostrado una gran debilidad a la hora de crear los medios para su aplicación.
El poder para resolver este aspecto reside exclusivamente en el Estado, mas el propio Estado está subordinado al mercado, sin embargo. La voluntad política y los medios económicos para “hacer realidad progresivamente” los derechos humanos han sido destruidos por el mercado, la “economización” de la política social y la mercantilización de los bienes y servicios públicos. En una economía de mercado, los derechos existen solamente para aquellos que tienen los medios.
Por este motivo, los movimientos sociales que luchan por sus derechos se enfrentan  no sólo a las falencias del Estado, sino también a la tarea formidable de derrotar el poder del mercado y el capital mundial globalizado.
Evidentemente, tanto el Estado como las Naciones Unidas están fuera de tono con la realidad del mundo globalizado en el cual el poder opera a través de procesos difusos e irresponsables, como los mercados financieros, las empresas transnacionales y los medios. El poder del Estado en el sentido Hobbesiano todavía existe, pero en la era del capitalismo globalizado la hegemonía se puede ejercer a través de muchos canales y a menudo con efectos profundamente anti-democráticos. (8)
Hardt y Negri sostienen que deberíamos aprender del pasado. “Así como era ilusorio en el siglo XVIII replantearse el modelo ateniense a escala nacional, también hoy es igualmente ilusorio replantearse los modelos nacionales de democracia e instituciones representativas a escala internacional”. (9) Estos autores sugieren que más que generar propuestas de reforma, debemos desarrollar “experimentos para abordar nuestra situación global”. (10)
Buena parte de la discusión sobre la reforma del sistema de Naciones Unidas evade el punto clave sobre la construcción actual del poder y, lo que es más importante, cómo los propios movimientos sociales están intentando reestructurar y redefinir el poder. No es la tarea de los movimientos sociales construir instituciones internacionales, sin importar cuán democráticas puedan ser. El trabajo de los movimientos sociales es cambiar el poder, o, como dirían los Zapatistas, redefinirlo.
Los derechos universales consagrados dentro del sistema de Naciones Unidas representan una herramienta invaluable para los movimientos sociales en su enfrentamiento con el mercado, el Estado, los terratenientes, las fuerzas armadas, las instituciones financieras internacionales y las grandes empresas. En Bolivia, por ejemplo, el lenguaje de los “derechos”, como el derecho al agua, el derecho a la autodeterminación, y la soberanía sobre los recursos, son herramientas de movilización muy poderosas, utilizadas con mucho efecto por los campesinos, los indígenas, los trabajadores y los pobres de las ciudades, para intentar reparar las inequidades y recuperar sus derechos. Y son herramientas poderosas porque se conectan con creencias y emociones muy profundas.
 
Es difícil imaginar qué tipo de reformas institucionales podrían ser útiles en esta lucha. ¿Qué utilidad podría tener un Consejo de Seguridad ampliado para los campesinos que cultivan coca en Bolivia? ¿Acaso el Consejo de Seguridad Económica defenderá los recursos de los pueblos contra las multinacionales? Sin embargo, la todavía potente universalidad moral del discurso de los derechos humanos es un aspecto de las Naciones Unidas que debe ser defendido, ya que puede ser una herramienta genuinamente poderosa (a pesar de ser en gran parte retórica) para los movimientos sociales y sus luchas.
Experimentos para abordar nuestra situación global: algunas sugerencias
Contamos con los elementos de un programa reacción global común de los movimientos sociales, independientemente de los problemas específicos sectoriales o geográficos. Este programa abarca la necesidad de hacer retroceder el poder que hoy ejercen las empresas y los mercados financieros, la reafirmación de los servicios públicos y el control de la comunidad sobre el agua, los bosques y los recursos naturales, la eliminación de la deuda y la ampliación del espacio de las políticas sociales y económicas a nivel local y nacional. En el marco de la “desglobaización” (11) esto se considera como la “deconstrucción” del poder del mercado y las instituciones del neo-liberalismo y la “reconstrucción” de las comunidades y las formas de sustento, las economías locales, la naturaleza y la cultura. En un intento por administrar este programa de acción tan amplio, los derechos humanos podrían ser un punto de partida.
Pero primero, la responsabilidad de proteger y promover los derechos humanos debe extenderse más allá de los Estados para incluir a las empresas, las entidades comerciales, los mercados financieros, las fuerzas armadas, y las instituciones financieras internacionales. Esto no se basa en una creencia de que estos organismos son “reformables” o que pueden ser “socialmente responsables” sino que sencillamente se debe a que necesitamos contar con mecanismos legales con reglas vinculantes y sanciones que se apliquen coercitivamente, para restarle poder a quienes hoy gozan virtualmente de impunidad total.
Como punto de partida, la iniciativa de crear “normas sobre las responsabilidades de las empresas transnacionales y otras empresas comerciales respecto de los derechos humanos” a través de la Comisión de Derechos Humanos, merece nuestro apoyo, pero la campaña también debe ser reforzada para poder contrarrestar los intentos para debilitarla y destruirla. Cuando Kofi Annan designa a John Ruggie como Representante Especial de “derechos humanos y corporaciones transnacionales y otras empresas comerciales” está dando una señal amenazante, ya que el principal mérito de Ruggie para el cargo es su experiencia como arquitecto del Contrato Global (Global Compact), el “código de conducta” no vinculante y no-coercitivo de Naciones Unidas que es generalmente considerado como un “lavado de cara” o “maquillaje azul” de las corporaciones empresariales.
Aunque sería políticamente y, uno quisiera creer, también legalmente útil ampliar el ámbito de los derechos humanos para incluir a las empresas, los enfoques basados en el derecho internacional no son más que un elemento de una estrategia más amplia que debe sustentarse en la generación de movimientos y campañas que en los distintos niveles opongan resistencia al poder y regulen y restrinjan a los mercados financieros y las corporaciones empresariales. Sin embargo, al hacerlo en el marco de los derechos, es posible construir una unidad que no se puede lograr con campañas basadas en la defensa de intereses sectoriales (por ejemplo de los trabajadores o los campesinos) o en posiciones ideológicas.
En forma similar, los elementos de la Declaración Universal proporcionan un “lenguaje” que defiende la “desmercantilización” de derechos humanos tales como la alimentación, el agua, la salud y la educación. Realmente el trabajo que se realiza en la Comisión de Derechos Humanos (si logra sobrevivir las enormes reformas que propone la administración Bush) de manos del informante especial sobre el derecho a la alimentación, representa un alegato poderoso a favor de una transformación completa y la desmercantilización de la agricultura y la producción de alimentos. (12)
El trabajo de la Comisión con respecto a derechos humanos y comercio, deuda, propiedad intelectual, salud y vivienda entre otros, es igualmente útil.
Sin embargo, el desafío de juntar a quienes operan cómodamente en el mundo cuasi-legal de los derechos humanos internacionales con los movimientos sociales sigue planteado. En realidad, como observara el Profesor de Derecho Internacional Yash Gay, “una importante falencia del movimiento de derechos humanos ha sido su incapacidad para involucrar a las masas como sujetos de derecho en vez que como objetos de derecho”. (13)
Por este motivo, la tarea no es “reformar” las Naciones Unidas sino unir mano con mano a los movimientos sociales y las comunidades para construir las herramientas políticas e institucionales que permitan que “nosotros los pueblos” podamos, por nosotros mismos, cumplir con las promesas planteadas hace 60 años por las Naciones Unidas. Nuestro trabajo es dejar de ser “nosotros los pueblos” objetos de un Estado imaginariamente benévolo y transformarnos en “nosotros los pueblos” sujetos activos de la construcción de la democracia global mundial.
Cómo llevarlo a cabo podría ser uno de los temas de las agendas comunes de discusión en el Foro Social Mundial y en los tantos foros locales y nacionales que florecen en el mundo. No se trata de una proposición abstracta, sino de algo que puede y debe tener su sustento en campañas y luchas concretas. Sería mucho más interesante y útil que (incluso) una nueva sesión de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, y, casi con certeza, una forma más efectiva de alcanzarlos.
* Nicola Bullard es socia directiva de Focus on the Global South.
Notas
1. La Corte Penal Internacional puede ser una excepción; sin embargo, el hecho que Estados Unidos se rehúse a reconocer la jurisdicción de la CPI es prueba de la voluntad de Estados Unidos de colocar sus intereses nacionales, según una definición estrecha de éstos, por encima de cualquier otra cosa. No es de sorprender que el último informe “American Interests and UN Reforms” (Los intereses estadounidenses y la reforma de las Naciones Unidas) se refiera permanentemente a la necesidad de enjuiciar a los criminales de guerra pero no haga ninguna referencia a la CPI.
2. En este documento el término “movimientos sociales” se utiliza en forma descriptiva y no con carácter de término teórico para denominar grupos que se organizan para defender sus derechos, en particular los derechos sociales, económicos y culturales. La lista de estos grupos es larga pero abarca las mujeres, los pueblos indígenas, los/las indocumentados/as y los/as emigrantes, los/las sin tierra, las comunidades, los/las trabajadores/as, los/las desempleados/as y tantos/as más.
3. La lista es larga: la Cumbre Mundial por la Infancia (1990), la Conferencia Mundial de la Educación (1990), la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medioambiente y Desarrollo (1992), la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos (1993), la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (1994), la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer (1995), la Cumbre Mundial de Desarrollo Social (1995), Conferencia de Naciones Unidas sobre Asentamientos Humanos (1996), la Cumbre Mundial de la Alimentación (1996); la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia (2001), a las que se suman una serie de conferencias de seguimiento “+5″ y “+10” años después. Ver Alison van Rooy “The Global Legitimacy Game: Civil Society, Globalisation and Protest”, Palgrave, Londres, 2004, página 20.
4. Por ejemplo, en la CMDS +10 en Johannesburgo en 2002 hubo una “regresión” significativa que permitió a las empresas incidir sustancialmente en la agenda del desarrollo sostenible impulsando la adopción de “soluciones” como “las asociaciones público-privadas”. En forma similar, en las conferencias que revisaron los temas de la mujer y la población, una gran parte de la energía se dedicó simplemente a mantener una línea mínima sobre la opción reproductiva.
5. Giusepe di Lampedusa, “El Gatopardo”, 1958, citado por José Saramago en “The Least Bad System is in Need of a Change”, Le Monde Diplomatique, agosto, 2004.
6. La Carta de las Naciones Unidas comienza diciendo: “Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en 1a dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional, a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”.
7. A pesar de la necesidad de actualizar la Carta para incorporar los temas de género y medioambiente.
8. Por ejemplo, los mercados financieros fueron capaces de obligar al candidato presidencial Lula da Silva, cuando era popular pero todavía no había sido electo, a adoptar políticas favorables a la economía de mercado, incluso antes que se realizara la elección.
9. Michael Hardt y Antonio Negri, “Multitude: War and Democracy in the Age of Empire,” The Penguin Press, Nueva York, 2004, página 307
10. Ibid, página 305
11. ¿Qué significa desglobalización?
12. “The Right to Food: Report submitted by the special rapporteur on the right to food, Jean Zeigler, in accordance with the humans rights resolution 2003/25,” Comisión de Derechos Humanos, E/CN.4/2004/10, 9 de febrero, 2004
13. Yash Ghai, “Human Rights and Social Development,” Democracy, Governance and Human Rights Programme Paper Number 5, UNRISD, Ginebra, octubre 2001, página 43.