PLANIFICACIÓN
CENTRAL Y LIBERTAD DE MERCADO: DOS
CARAS DE LA MISMA MENTALIDAD FUNDAMENTALISTA

por
Walden Bello*

Walden
Bello fue invitado a participar en la serie de debates organizados
por la revista Economist, sobre "La libertad y sus detractores
digitales" (Freedom and its Digital Discontents). La proposición
del debate era "Al intervenir para regular a las empresas y los
riesgos financieros, los gobiernos han empeorado las cosas". Se
puede acceder al debate en http://www.Economist.com/debate/

Existen
dos posiciones doctrinarias que han demostrado ser singularmente
destructivas a lo largo del último medio siglo. Una es que lo
correcto es que el Estado dirija la economía. La otra es que el
mercado siempre tiene razón.

La
primera nos dio la "joya" que fue planificación centralizada; y
la segunda nos regaló las "maravillas" de la economía
neoliberal que ha reinado en los últimos 25 años. A pesar de
ubicarse en las antípodas del espectro ideológico, ambos enfoques
estaban unidos a nivel metafísico por el paradigma platónico de que
existe un único corsé ideal en el cual uno puede meter apretadas
todas las economías que existen.

Sabemos
bien adonde llevó a la Unión Soviética y a Europa Oriental la
planificación centralizada y la eliminación del mercado. A lo largo
de estas últimas décadas, hemos sido testigos de cómo la divina
trinidad de la liberalización radical, la desregulación y la
privatización ha aumentado el número de personas que viven en la
pobreza absoluta, redistribuyendo el ingreso a favor de los ricos, y
reduciendo el crecimiento económico mundial por año en el período
1980-2000 a menos de la mitad respecto del período 1960-80. A pesar
de otras opiniones que afirman lo contrario, lo que nos trajo el
reino del mercado sin restricciones no fue la destrucción creativa
Schumpeteriana, sino un estancamiento de largo plazo combinado con
desestabilizaciones periódicas.

La
actual crisis financiera que puede conducirnos a lo que el ex
presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, describe como
posiblemente la "peor crisis económica mundial desde la segunda
guerra mundial", es una advertencia de lo que sucede cuando uno
elimina todos los controles efectivos del mercado. La burbuja
inmobiliaria no es más que la última de unas 100 crisis financieras
que se han sucedido una tras otra desde que los controles al capital
establecidos desde la época de la Depresión comenzaron a ser
eliminados en los años de Thatcher y Reagan.

Debido
a los impactos devastadores de los giros y permutaciones
incontrolados del capital especulativo, a partir de la crisis
financiera asiática de 1997 y la crisis de las punto com a fines de
la década de 1990, hubo voces que empezaron a reclamar controles al
capital y el retorno a una reglamentación financiera fuerte. El
primer evento mencionado fue lo que provocó el colapso de las
economías de los llamados tigres asiáticos que no imponían
controles al capital, el segundo a la desaparición de US$7 billones
de los inversionistas y a la recesión estadounidense de 2001.

Pero
en vez de escuchar y satisfacer esos reclamos, Washington cedió a la
insistencia de Wall Street en que la solución era la
"auto-vigilancia" y el "auto-control" del sector privado. En
vez de establecer una vigilancia y reglamentación más estricta
sobre los instrumentos financieros como los derivativos, los
gobiernos dócilmente aceptaron dejar esto en manos de los actores
del mercado, que supuestamente tendrían acceso a complejos modelos
informáticos cuantitativos que les permitirían una evaluación
sofisticada de los riesgos.

En
vez de pinchar la burbuja inmobiliaria subiendo decididamente las
tasas de interés, Greenspan simplemente se hizo a un lado, del mismo
modo que durante la manía de las punto com, y permitió que otra
burbuja creciera y creciera. En vez de presionar a Greenspan para que
pinchara la burbuja, el presidente del Consejo de Asesores Económicos
de Estados Unidos, Bernanke, le cubrió las espaldas a su gurú con
justificaciones tecnocráticas, atribuyendo el alza de los precios de
las viviendas en EEUU a "sólidos fundamentos económicos" en
lugar que a la manía especulativa. Tanto Greenspan como Bernanke
desestimaron la enorme cantidad de evidencia que indicaba que -usando
palabras del economista Dean Baker hace unos pocos año cuando la
burbuja comenzaba a inflarse- "al igual que la burbuja
accionaria, la burbuja hipotecaria también explotará. Eventualmente
tendrá que explotar. Cuando eso suceda la economía entrará en una
recesión severa, y decenas de millones de propietarios
inmobiliarios, que nunca imaginaron que los precios de las casas
pudieran caer, se verán severamente afectados".

¿Qué
pasó con el auto-control? A la hora de evaluar el riesgo de los
derivativos tales como las ‘obligaciones de deuda colateralizadas'
(CDOs por sus siglas en inglés) y los ‘vehículos de inversión
estructurados' (SIVs por sus siglas en inglés), el proceso fracasó
casi completamente, ya que la mayoría de los sofisticados modelos de
riesgo cuantitativo creados quedaron por el camino debido a que la
estimación monetaria del riesgo que efectuaron los vendedores de
títulos se rigió por una regla simple: subestimar el riesgo real y
pasárselo al siguiente tonto en la fila.

La
mejor descripción de lo que ocurre cuando el mercado queda liberado
de reglamentación la encontramos en el informe de la reunión del
Foro de Estabilidad Financiera del Grupo de los Siete en Tokio de
comienzos de febrero, que el Wall
Street Journal

resume así: "Hay muchos culpables del caos financiero: el mercado
de hipotecas de alto riesgo estadounidense se caracterizó por normas
deficientes con respecto a las garantías de emisión y "algunas
prácticas fraudulentas". Los inversionistas no actuaron con
suficiente diligencia debida cuando compraron títulos respaldados
por hipotecas. Los bancos y otras compañías administraron mal sus
riesgos financieros y no comunicaron al público los riesgos que
acechaban a o resultaban de sus balances. Las compañías de
calificación de crédito hicieron un mal trabajo de evaluación del
riesgo de los títulos complejos. Y las instituciones financieras
premiaron a sus empleados de maneras tales que los estimularon a que
se incurriera en riesgos excesivos y se prestara una consideración
insuficiente a los riesgos a largo plazo".

En
otras palabras, un reverendo caos.

Con
la economía global a punto de entrar en una recesión profunda, los
ciudadanos del mundo desarrollado y del mundo en desarrollo ya están
hartos de elaboradores doctrinarios de políticas que, desde la
izquierda más izquierda a la derecha más derecha les imponen sus
puntos de vista fundamentalistas. Tal como se desilusionaron de la
planificación central, también han tenido suficiente con la
inacción gubernamental frente al capital especulativo que provoca
inestabilidad permanente y redistribuye el ingreso nacional a favor
de una pequeña minoría de agentes del mercado. Quieren que el
mercado se someta a la disciplina del interés público. Estamos
ingresando en lo que el gran economista húngaro Karl Polanyi
describió como la segunda fase del "movimiento doble" del
capitalismo: una época que sobreviene a un período de giros
incontrolados del mercado, en la que obligados por la sociedad civil
que se levanta en armas, los gobiernos intervienen, nuevamente, esta
vez para estabilizar la economía, generar una distribución justa de
los ingresos, eliminar la pobreza y -una meta clave en esta era de
calentamiento global- promover la sustentabilidad ambiental.

 

*
Walden Bello es analista de Focus on the Global South