por Alejandro Bendaña*

¿La izquierda perdió?  No realmente.

 

¿En primer lugar uno se puede preguntar qué es la izquierda, qué significa ser izquierda en 2006, qué significa ser izquierda en el 2006 en Nicaragua, y si el victorioso Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) es esa izquierda? Esto no significa caer en una trampa relativista post-modernista, porque en efecto, existen y existieron "indicadores" permanentes que echan luz sobre el significado social e histórico del retorno del Frente Sandinista de Liberación Nacional al poder del Estado -e incluso sobre la profunda transformación que el FSLN ha experimentado en años recientes.

Históricamente, el indicador más seguro de que algo era progresista era la reacción de hostilidad que despertaba en el gobierno de los Estados Unidos, más aún en su propio "patio trasero". A lo largo de la campaña electoral, y de hecho, desde el acceso al poder del FSLN por las armas en 1979, y durante el período en que actuó como oposición legal desde 1990 al 2006, la posición de Washington hacia los Sandinistas ha sido hostil; más bien producto del sectarismo ideológico de Washington que de Managua. El Embajador de EE.UU., tres ministros del gabinete de Bush, y una lista inacabable de congresistas de derecha se tomaron el estrado para hablar en Nicaragua, a veces parecía que ellos mismos eran candidatos. Ellos aprovecharon cada ocasión pública o privada para alertar al electorado acerca de las calamitosas consecuencias  de una victoria de Ortega -la suspensión de la ayuda y el bloqueo de las remesas de los inmigrantes en EE.UU. (de las que la mitad de la población depende directa o indirectamente), hacían parte de la campaña de intimidación. Pero todo falló a la hora de impedir una victoria de Ortega, o de unir al muy dividido Partido Liberal de derecha con el objetivo de recrear un bloque anti-Sandinista que al menos numéricamente continuara teniendo la mayoría del electorado. Un vocero del derrotado Partido Liberal comentó más tarde que el Embajador de EE.UU. terminó siendo el mejor encargado de campaña que Ortega pudiera pedir.


El segundo indicador de una fuerza social progresista organizada que llega al poder mediante elecciones es, por supuesto, un resultado superior en términos numéricos. Pero este no fue el caso en estas elecciones. En efecto, el FSLN ganó la elección con un porcentaje menor de votos que los que obtuvo cuando perdió en las dos ocasiones previas. 62% del electorado no votó por el FSLN, y en realidad la gran mayoría de ese porcentaje votó contra Ortega (con una porción del 7% que votó por el separatista MRS que está mayoritariamente compuesto por Sandinistas pero que se oponen virulentamente a Ortega y el FSLN oficial que ellos alegan ha caído en un culto a la personalidad denominado "Orteguismo")


Sin embargo, uno debe reconocer el núcleo duro del electorado Sandinista que permaneció leal al FSLN: 38% de votantes principalmente pobres que en las buenas y en las malas evidentemente mantuvieron la esperanza de la redención que alguna vez representó el "sandinismo" – el legado de Sandino quien luchó contra la ocupación de los marines de EE.UU. en 1920, el FSLN cuyos mejores líderes murieron en la guerra contra la dictadura de Somoza, y el liderazgo mayormente marxista que tomó el poder e impulsó las medidas revolucionarias, o trató de hacerlo, en el medio de una furiosa guerra contra-revolucionaria apoyada por EE.UU. durante el curso de los '80. Pero 38% no es una mayoría, y a juzgar por los resultados relativamente representativos de las elecciones, una mayoría de los nicaragüenses, incluyendo a muchos de los pobres en el medio rural, asociaron a Ortega con la guerra altamente destructiva, y no están de humor para nuevos experimentos ostensiblemente de izquierda y especialmente anti-estadounidense.


Uno podría verse tentado por lo tanto a concluir que tanto el gobierno de Estados Unidos, como las bases del FSLN, están cometiendo un gran error al creer que el actual FSLN bajo el control de Daniel Ortega pueda o desee romper con el modelo neoliberal.

Que Estados Unidos esté equivocado y sea de derecha, a menudo puede significar que el contrincante está en lo cierto y que es de izquierda. Ésta era sin dudas la situación con el FSLN en 1979, pero definitivamente no es el caso con el FSLN en 2006, personificado por Daniel Ortega y una minoría de la vieja conducción revolucionaria que aún permanece en el partido.


El punto clave que necesita ser comprendido, especialmente por las organizaciones internacionales progresistas, es que no es una fuerza de "izquierda" la que ha llegado al poder en Nicaragua, y por lo tanto el gobierno (y la izquierda) no deberían ser juzgados, apreciados o condenados en esos términos políticos ideológicos. Claro que en caso de una eventual intervención desestabilizadora y agresiva de EE.UU. uno sabe donde pararse. Pero habiendo dicho eso, hay dos acontecimientos importantes que ameritan ser examinados: primero, EE.UU. ha permanecido oportunamente silencioso desde los resultados oficiales de la elección, y no tiene otra opción (de cara a la amplia presencia de observadores internacionales) que reconocer los resultados legales, y segundo; que los líderes del FSLN han sido oportunamente ruidosos desde la victoria, enviando estridentes mensajes al sector privado, los banqueros internacionales y una misión del FMI, que el neoliberalismo (ni que hablar el capitalismo) está aquí para quedarse.

Un poderoso líder del FSLN, Bayardo Arce, llegó a decir que el gobierno del FSLN no tiene importantes -ni siquiera de segundo orden- discrepancias con el actual programa del FMI. Esto dicho en un país donde el 27% de la población sufre de desnutrición, y más del 80% es calificada como pobre, y con el menor presupuesto de gasto social per cápita de todo el hemisferio. Arce sin dudas habló para el sector dominante del partido que ahora son los 'capitanes de la industria' y quienes apoyan el acuerdo de libre comercio con EE.UU. Algunos hacen una distinción entre ese sector y Ortega, quien mantiene relaciones amistosas con Castro y Chávez. Ortega denunció el "capitalismo salvaje" durante su campaña, pero eso lo hace tan radical como la Iglesia Católica a la que él hizo también referencia como un cristiano resucitado. Él es un experto en complacer todo tipo de audiencia, aunque aún tiene que abrirse camino con el gobierno de EE.UU..


El precio del poder

En lo que quedará grabado como una tragedia histórica y un suicidio ideológico, el FSLN de Ortega procedió a elaborar una estrategia para recuperar el gobierno y romper con el cerrojo numérico. Primero, negoció un acuerdo de reforma constitucional sumamente repudiado -el pacto- con Arnoldo Alemán, el ex presidente que recientemente fue condenado por corrupción generalizada. Bajo los términos del pacto, Alemán en primer lugar recibirá la inmunidad y luego el indulto si fuese necesario, a cambio de los votos legislativos necesarios para realizar un cambio en la Ley Electoral, reduciendo a 35% el porcentaje necesario para ganar la presidencia en la primera ronda. Como parte de la misma estrategia, o por pura suerte, el Partido Liberal sufrió una división enfrentando a los seguidores de Alemán contra una escisión del Partido Liberal  (Alianza Liberal) encabezada por un banquero tecnócrata que goza de la aprobación de de EE.UU., Eduardo Montealegre. Esa división (duramente criticada por EE.UU.) selló la suerte de la elección, ya que ninguna de las facciones consiguió por sí misma el 30% (aunque juntas reunieron el 53%). Un escindido grupo Sandinista moderado, el Movimiento Renovador Sandinista- obtuvo un lamentable 9%


Segundo, Ortega preparó meticulosamente una campaña (conducida por su esposa Rosario Murillo, que ahora con seguridad es la segunda figura más poderosa en el FSLN) para llegar a cada uno de los posibles votantes. Para consternación de los Sandinistas históricos, Ortega  cumplió con su vago discurso público de "paz, amor y reconciliación" haciendo acuerdos políticos con sus adversarios políticos de siempre, inlcuyendo líderes del viejo partido de Somoza y los Contras, uno de ellos elegido a dedo para ocupar la Vice Presidencia, al tiempo que a otros derechistas les prometió cargos destacados en el gobierno y la diplomacia. La bandera roja y negra del partido fue reemplazada por propaganda color rosa, y el himno Sandinista que hacía referencia a la lucha contra EE.UU. como el enemigo de la humanidad fue silenciosamente abandonado y sustituido por canciones de amor y reconciliación con la melodía de los Beatles 'Give Peace a Chance'. A pesar de que la invasión de Líbano y las masacres de EE.UU. en Iraq y Afganistán estaban en primera plana,  no se escuchó ni una palabra crítica de parte de Ortega al respecto (ni de cualquier otro candidato).


Para consternación de los cristianos próximos a la teología de la liberación, Ortega se adhirió a la jerarquía de la iglesia católica de línea dura anti comunista, pidiendo perdón públicamente, asistiendo a misa periódicamente, confesándose, e incluso pasando por un casamiento católico con su compañera con la que compartió toda la vida. Tres semanas antes de la elección, la totalidad del movimiento feminista entró en estado de choque cuando Ortega en un intento por llegar a la población católica conservadora firmó declaraciones de oposición a cualquier forma de aborto, ordenando a los legisladores del FSLN a rechazar la ley de un siglo de antigüedad que permite el aborto terapéutico, haciendo posible que Nicaragua se uniera a Chile y El Salvador, como los únicos países de América Latina con una posición tan reaccionaria, producto de la legislación de la era Pinochet y de los regímenes asesinos de Jesuitas respectivamente.


Los movimientos sociales nicaragüenses y las ONG independientes estaban indignados cuando los diputados del FSLN aprobaron diligentemente la agenda neoliberal del ejecutivo, incluyendo tratados de inversiones, privatizaciones de empresas públicas, exenciones de impuestos a las corporaciones, y lo peor de todo, el Acuerdo de Libre Comercio de Centro América con Estados Unidos (conocido como CAFTA, por su sigla en inglés). Al mismo tiempo, el candidato Ortega prometió acabar con la pobreza y pidió prestada al Vaticano su crítica al "capitalismo salvaje" (que por supuesto es una forma de decir que es posible un capitalismo no salvaje y que el socialismo no es necesario). La administración Bush no estaba convencida, pero al final, el ex Presidente Carter, como observador de las elecciones, habló con la Secretaria Rice y le pidió que se le diera al Presidente electo Ortega el beneficio de la duda.


Pero ni Washington ni los capitalistas están dispuestos a ceder tan fácilmente. La estrategia parece ser la de presionar a Ortega para que haga concesiones aún mayores y haga más promesas, esta vez apoyando activamente al CAFTA y al libre mercado.  Seguramente los  consiguientes nombramientos para el gabinete beneficiarán a candidatos del sector de las finanzas y el capital, cercanos al FMI/Banco Mundial, incluyendo a integrantes del gabinete del régimen actual. No es de sorprender, que la derecha siempre suspicaz esté reclamando ahora que el gobierno de Ortega cumpla con sus promesas pro mercado y con sus compromisos favorables al sector privado. Al tiempo que el Presidente electo Ortega recorría las maquiladoras acompañado de inversionistas taiwaneses (hasta allí llegaron las relaciones con la República Popular de Corea), los campesinos sin tierra y los moradores urbanos ocupaban predios para luego ser expulsados por la policía anti-motines al día siguiente. Algunos de ellos prestaron declaraciones diciendo que ya estaban arrepentidos de haber votado por Ortega.


¿Qué esperar?

Todo esto no significa que uno tenga que perder toda esperanza ante un nuevo gobierno de Ortega, que de cualquier manera será más que un proyecto personal. Sin embargo, la correlación de fuerzas en la sociedad "civil organizada" no es favorable, tampoco es favorable a nivel del aparato interno del FSLN que está fuertemente dominado por un Ortega aún más fuerte, con nuevos niveles de poder autoritario. Después están los pobres, muchos de los cuales están convencidos de que la Revolución ha regresado y que se está gestando una nuevo desquite histórico. Ellos sin dudas se sentirán desilusionados.


Cómo se manejará el gobierno de Ortega con su base electoral dual, aún está por verse. Lo que es seguro es que los movimientos sociales y los esfuerzos organizativos crecerán en fortaleza e independencia a la luz de las ambigüedades existenciales del nuevo gobierno. Como mínimo, su papel consiste en ejercer presión para contrarrestar la fuerza ya movilizada del capital y de los Estados Unidos. De qué forma, y si el gobierno de Venezuela puede introducirse en esta arena no está claro, pero el garantizar un mercado venezolano para los principales productos nicaragüenses considerados o vueltos "no competitivos" por los acuerdos de libre comercio, es un posible comienzo.


El llamado es la cautela y el realismo, dadas las limitaciones objetivas y auto-impuestas del nuevo gobierno. Pero hay problemas que no pueden esperar, tales como el hambre y la desnutrición, y Ortega afirma que es su prioridad número uno cuando asuma formalmente en enero próximo. El FMI sin embargo, tiene otras prioridades, y será difícil para el gobierno de Ortega ser leal a dos amos. Mientras que Lula en Brasil fue relativamente exitoso en impulsar una campaña contra el hambre, al mismo tiempo que mantenía la sagrada ortodoxia macro-económica exigida por el capital, la Nicaragua de Ortega está en una mala posición para hacer lo mismo (la "ayuda" externa da cuenta del 30% del presupuesto nacional, incluyendo el 80% de los gastos en infraestructura).  En qué medida y cuánto pueda ayudar Venezuela es una interrogante central.  Por un lado, dada la población relativamente pequeña de Nicaragua (5 millones), algunos recursos estratégicamente colocados, si son bien administrados, podrían contribuir en gran manera al alivio de la pobreza, ayudar a manejar las presiones desde abajo, y al menos ganar tiempo. Por otro lado, por supuesto está el problema que no es menor de Estados Unidos y de cómo reaccionaría. En efecto Nicaragua podría convertirse en una víctima temprana de la Guerra Fría entre EE.UU. y Venezuela.

 

Si como sospechan algunos, la apuesta del FSLN ha sido conseguir el poder a cualquier precio, Ortega tratará de cumplir su término haciendo malabares y distribuyendo el botín entre sus seguidores leales. Después de todo, él ahora ha logrado lo que se convirtió en una campaña obsesiva, regresar a la presidencia. En definitiva, las mayores limitaciones que enfrentará en su cargo son las que él y el FSLN han decidido aceptar, y ahora se sienten con el derecho de disfrutar. Si los hambrientos y pobres de Nicaragua, o Estados Unidos y sus aliados internos en Nicaragua, le permitirán o no disfrutar de su cargo, es otro tema.

Desafortunadamente sólo un milagro en Washington (o una confrontación con él) podrá salvar al FSLN de salir de este escenario histórico al finalizar la nueva administración de Ortega, como una fuerza desacreditada. Ortega puede haber llevado al partido a la victoria, pero si elige ser el administrador progresista de un régimen neoliberal en marcha, entonces la victoria electoral se convertirá en una derrota histórica, en la medida en que el FSLN perderá lo poco que le queda de sus principios y valores revolucionarios. Convencer a los pobres de recuperar la confianza en el FSLN después de un gobierno conservador de Ortega sería sin dudas una tarea difícil.  Peor aún, algunos afirman que el objetivo actual del FSLN es mantenerse en el gobierno como parte de un bipartidismo permanente, en el que los gobiernos cambian pero no el régimen. Es ese caso, el nuevo gobierno Sandinista perderá cualquier similitud posible con los gobiernos de Venezuela y Bolivia, eligiendo comportarse en forma semejante al nuevo gobierno pro EE.UU. de Perú, liderado por Alan García, otro antiguo izquierdista y némesis de EE.UU. en los '80, que siempre está ansioso de probar su respetabilidad ante las altas finanzas.

 

Si la izquierda internacional decide dar a Ortega un apoyo acrítico, debería preguntarse si los acuerdos maquiavélicos de derecha son características aceptables de un movimiento de izquierda, así como plantearse la interrogante de si un individuo sobre el que recae una acusación creíble de abuso sexual de una menor debería ser objeto de aclamaciones ideológicas. Es de esperar que hayamos aprendido que no se puede separar la transparencia ideológica de la personal. Lo que quiere decir, en nuestro contexto en Nicaragua, que podemos apoyarnos en los mismos principios socialistas históricos y en la insistencia en la dignidad humana, el socialismo y la soberanía que condujo a la creación del FSLN en primer lugar. La tarea más difícil para la izquierda en Nicaragua consiste en ayudar a garantizar que la causa Sandinista revolucionaria y anti-imperialista que otrora rescatara a Nicaragua de los Marines de EE.UU. y del régimen de Somoza, rescate también al Sandinismo, y quizás al propio FSLN, de Ortega y el Orteguismo.

 


* Alejandro Bendaña es director del Centro de Estudios Internacionales en Managua, Nicaragua. El centro trabaja en la construcción de alternativas de paz y reconciliación y en la temática de la justicia económica. Fue miembro del FSLN entre 1975 y 1998, y Secretario General de Asuntos Internacionales, y Representante ante las Naciones Unidas del anterior gobierno Sandinista en Nicaragua. Es autor de numerosos libros y artículos sobre relaciones internacionales, paz, desarrollo e historia, y es miembro de la Comisión Directiva de Focus on the Global South.