por Walden Bello*

La reciente elección en EE.UU. fue una elección redentora. En un momento en que numerosas personas en todo el mundo consideraban perdido al electorado estadounidense, como arcilla sin vida en las manos de Karl Rov, éste se despertó para darle al Partido Republicano el peor golpe que le hayan asestado en el último cuarto de siglo. No sólo los independientes y los centristas votaron en repudio a los candidatos Republicanos, sino que un tercio de los evangelistas – la base cristiana fundamentalista de Bush- votó a los Demócratas.

Una de las personas gratamente sorprendidas por esta elección fue este autor, quien frente a los resultados de las elecciones presidenciales de 2004, predijo que los Republicanos gobernarían durante los próximos 25 años por causa de la formidable maquinaria de base que habían forjado – un monstruo destructor que estaba anclado a la base fundamentalista de los denominados “estados rojos”.

Dos caminos

Por supuesto, muchos de aquellos que votaron a los Demócratas lo hicieron porque no podían soportar más los escándalos que a diario envolvían a los Republicanos en el Congreso. Pero encuesta tras encuesta demostró que las dos razones clave que motivaban a los votantes eran la Guerra de Iraq y el fuerte sentimiento de que Bush estaba conduciendo al país por el camino equivocado.

En términos de orientación nacional, la opción que estaba en la mente de los votantes el 7 de noviembre fue presentida y articulada por Johathan Schell en su libro de 2003 “El Mundo Inconquistable”.

“Para los americanos, la elección es entre dos Américas, y entre dos futuros para el orden internacional. En una América imperial, el poder estaría concentrado en las manos del presidente; y los controles y equilibrios se perderían; las libertades civiles se debilitarían o desaparecerían; el gasto militar excluiría el gasto social; la brecha entre ricos y pobres seguramente aumentaría; la política electoral, en la medida en que aún contara, estaría crecientemente dominada por el dinero, sobre todo de las grandes empresas cuya influencia     triunfaría por sobre los intereses de la gente; la agenda social, económica y ecológica del país y del mundo sería crecientemente rechazada.”

Contrastando con esta senda de la “América Imperial” estaba la de la “América Republicana”

“…dedicada a la creación de un mundo cooperativo, [donde] se rompería con la inmensa concentración del poder en el ejecutivo; el poder se repartiría entre los tres poderes, que retomarían su responsabilidad de controlarse y garantizar el equilibrio entre unos y otros, tal como lo dispone la Constitución; las libertades civiles permanecerían intactas o serían fortalecidas, el dinero sería expulsado de la política, y la voluntad de la gente sería escuchada nuevamente; la política reviviría, y con ella el poder popular; las agendas sociales, económicas y ecológicas del país y del mundo se convertirían en la principal preocupación del gobierno.”

El  7 de noviembre el electorado estadounidense rechazó claramente la senda imperial.

Pero uno no puede decir con certeza que ellos tuvieran claridad acerca de las señales de la senda alternativa que estaban eligiendo. Iluminar esas señales es la tarea de los líderes, y la gran interrogante en este momento es si los exultantes Demócratas pueden proveer ese liderazgo.

Iraq: todas las opciones son malas

Iraq es el caso de prueba. Como muchos han señalado, los Demócratas no tenían una estrategia unificada en relación a Iraq. Y la razón de ello es que los acontecimientos en torno a Iraq se han deteriorado a tal punto que todas las opciones disponibles son malas.

La estrategia actual de Bush es reforzar militarmente al gobierno dominado por los Chiítas, y eso no está funcionando.

El trasladar más tropas por un tiempo para estabilizar la situación, y luego salir-un plan originalmente apoyado por John Kerry hace algún tiempo– no va a funcionar ya que la guerra civil se ha desarrollado de tal manera que incluso un millón de efectivos no harían ninguna diferencia.

El dividir a Iraq en tres entidades -el centro Sunita, el sur Chiíta y el norte Kurdo– simplemente será un preludio de un conflicto mucho mayor aún, comprometiendo más tropas estadounidenses. Retirarse a las bases o al desierto para evitar las bajas, simplemente generará la siguiente interrogante ¿Por qué mantener las tropas allí después de todo?

Conseguir que Irán, Turquía y Siria se involucren para crear una solución diplomática -la que  algunas personas esperan que proponga el bipartidario “Grupo de Estudios sobre Iraq” presidido por James Baker y Lee Hamilton– no va a funcionar porque ningún arreglo impuesto desde el exterior puede contrarrestar las dinámicas internas mortales de un conflicto sectario que ya ha cruzado la línea en que no se puede volver atrás.

Bush, por supuesto, continúa siendo el jefe en lo que se refiere a la política hacia Iraq, y  seguramente este hombre testarudo y estúpido no ha dejado de creer en la victoria, que reafirmó como su meta en la misma conferencia de prensa en que anunció la renuncia de Donald Rumsfeld. Los estrategas Republicanos más maquiavélicos como Karl Rove probablemente querrán enredar a los Demócratas en una estrategia de salida prolongada bipartidaria que costará más vidas iraquíes y estadounidenses, de manera que para cuando lleguen las elecciones presidenciales de 2008, ellos serán tan responsables como los Republicanos del desastre en Iraq.

 

Por el momento, los Demócratas cuentan con el apoyo moral del país y tienen la oportunidad no sólo de cortar con un hito de la política exterior de Bush, sino también de abrir camino a una nueva forma de relación entre Estados Unidos y el resto del mundo, si deciden tomar la ruta de salida de Iraq menos inviable -la que propone el Representante John Murtha, quien entre los demócratas clave es quizás el que mejor conoce la situación militar en el terreno: el retiro inmediato. Con todos sus sentimientos rudimentarios por las vidas estadounidenses sacrificadas, de “responsabilidad hacia los iraquíes”, o el temor de ser vistos como “los que cortan y huyen”, muchas de las personas que votaron a los Demócratas quizás tengan dificultades para aceptar la realidad de que el retiro inmediato es la menos inviable de todas las opciones. Pero finalmente, para eso están los líderes: para presentar la amarga verdad cuando la situación lo reclama.

Probablemente la mayoría de los políticos Demócratas no van a adherirse el retiro inmediato por impulso propio. Sin una presión más sostenida, el camino que seguirán seguramente será el de elaborar un plan que haga concesiones a Bush, lo que significa otra confuso plan impracticable.

 

Los militares de EE,UU.: ¿irán a la huelga?

Una fuente de presión podrían ser los militares. Es bien sabido que los mandos más altos se encuentran en un estado de desafección total con la conducción civil porque sienten que lo que acontece en Iraq está destruyendo la credibilidad de las fuerzas armadas de EE.UU.. Cuando el General de División William Caldwell, el principal vocero militar de EE.UU. en Iraq,  manifestó el 19 de octubre que los resultados de la estrategia del Pentágono de concentrar las tropas en Bagdad para apoyar a los militares iraquíes a contener la violencia disparada,  era “desalentadora”, él sepultó las chances electorales de los Republicanos. Seguramente sus palabras no fueron despejadas por la conducción civil.

Los militares estadounidenses en Iraq no han experimentado aún casos significativos de sublevaciones o amotinamientos, pero el deterioro de la moral se hace evidente en los cada vez más numerosos incidentes de asesinato de civiles, violaciones, y abuso de los prisioneros, por los cuales un número creciente de marines y soldados están siendo procesados o han sido enviados a prisión. A diferencia de lo ocurrido durante la Guerra de Vietnam, las fuerzas armadas de EE.UU. no están integradas por conscriptos. Pero el alto mando sabe que incluso los militares profesionales tienen sus límites y que en determinado momento los soldados rasos van a resistirse a ser enviados a una guerra sin sentido. Nadie quiere morir por un error. Nadie quiere ser el último cuerpo en ser enviado en una bolsa desde Bagdad. Esto es lo que Murtha, un veterano de Vietnam condecorado, quien ha sido generalmente duro en otras cuestiones militares, le ha estado diciendo a sus colegas del Partido Demócrata.

 

No obstante, no es probable que se dé una sublevación militar de facto como la que asoló al ejército de EE.UU. durante los últimos años de la guerra de Vietnam. Lo que probablemente ocurra es que los Demócratas y los Republicanos diseñarán un plan para una “salida honorable”, los mandos posicionarán diligentemente a las unidades de EE.UU. en una postura defensiva de facto para reducir la tasa de bajas, dejando que las fuerzas de seguridad mercenarias iraquíes se arreglen solas. Quizás a las tropas incluso se les ordene   refugiarse en las bases, con patrullas cada vez menos frecuentes, ya no con el objetivo de garantizar la seguridad, sino simplemente de mostrar la bandera. Esto para los militares sería equivalente a entrar en huelga.

El desafío para el movimiento contra la guerra

Entonces depende del movimiento contra la guerra.

 

El movimiento merece ser reconocido por su papel en la titánica lucha por dar vuelta la opinión pública estadounidense en relación a Iraq: el campamento de Cindy Sheehan en el rancho de Bush en Crawford, Texas, los otros muchos actos de protesta y desobediencia civil   en los que participaron otros tantos, las grandes concentraciones y manifestaciones de protestas -todo esto surtió efecto, un gran efecto.

Pero el movimiento no puede siquiera pensar en descansar por un segundo. El momento actual es crítico. Ahora-en el período post eleccionario inmediato– es el momento de aumentar la apuesta. Ahora es tiempo de que el movimiento de EE.UU. contra la guerra intensifique sus esfuerzos -de organizar manifestación tras manifestación– para provocar el retiro inmediato. La opción electoral ha generado un ímpetu que puede traducirse en acciones públicas que a su vez se traduzcan en una fuerte presión sobre los Demócratas para que no apoyen una estrategia de salida prolongada. El movimiento no puede darse el lujo de desperdiciar este ímpetu, porque el precio a pagar por dar un paso atrás y dejar a los Demócratas que elaboren una estrategia, será más vidas iraquíes y estadounidenses sacrificadas por una guerra sin sentido sin un final real a la vista.

 

*Walden Bello es profesor de sociología en la Universidad de Filipinas y Director Ejecutivo del Instituto  Focus on the Global South con sede en Bangkok.