A FONDO: NICOLA BULLARD, GEOGRAFA

“El neoliberalismo transfirió el costo de la crisis a los débiles”

Las recetas del FMI. Corea, Tailandia e Indonesia, los líderes del modelo neoliberal de rápido desarrollo industrial y apertura exportadora, cayeron en las garras de la deuda y siguieron al FMI. Sólo Malasia se libró del recetario clásico del Fondo y conduce con cierto éxito una estrategia autónoma.

 

Mabel Thwaites Rey. De la redacción de Clarín.10 November 2002

Para Nicola Bullard, experta en economía internacional, la Argentina debería analizar muy bien estos ejemplos antes de fijar su propio rumbo. Esta australiana residente en Tailandia es activista de “Focus o­n the global south”, uno de los centros de investigación más serios sobre economía y procesos de cambio del movimiento antiglobal, con sede en Bangkok. Vino a la Argentina invitada por CLACSO.

La debacle argentina nos ha llevado a mirar con más atención la crisis asiática de 1997. ¿Cuál es su evaluación de esa etapa?

—A partir de la crisis financiera de 1997, Asia fue catapultada al debate sobre el neoliberalismo y la naturaleza del sistema capitalista mundial. De hecho, la crisis financiera produjo una gran conmoción, porque países como Corea, Tailandia, Indonesia, habían sido los niños mimados del modelo de desarrollo orientado a la exportación, con años de un fantástico crecimiento. Pero, por debajo de todo esto, durante los 80 y los 90 se iba gestando una enérgica crítica. No todos se creían esta historia ni les parecía maravillosa. Había muchos grupos en la sociedad, como organizaciones de agricultores y las vinculadas a temas de subsistencia (bosques, agua, alimentos), que vieron que este modelo de industrialización rápida, basada en la producción para la exportación, con sobreexplotación de recursos naturales, era no sólo perjudicial en lo social sino también devastador para el medio ambiente. Por eso, cuando la burbuja financiera estalló en 1997, mucha gente no se sorprendió.

Aunque previsible, la crisis debe haber tenido un fuerte impacto en la población.

—La conmoción psicológica fue tremenda, como lo ha sido en la Argentina. La sociedad que creyó en el sueño neoliberal de modernidad, de una clase media en expansión, cuando ese sueño se desvanece se desconcierta y quiere que las cosas vuelvan a ser como antes. En Tailandia y en Corea hubo un beneficio material muy directo para muchos grupos de la sociedad a partir de esta expansión industrial y exportadora. Por eso, se vieron afectados de un modo muy directo: pérdida de empleos y seguridad y, en la clase media, la desilusión con la idea de que ésta era una marcha inmutable hacia el futuro. Todo esto cambió y las relaciones sociales se vieron profundamente desestabilizadas.

¿Las consecuencias fueron parecidas en todos los países?

—La reacción en los distintos países fue muy variada y se reflejó en las relaciones institucionales, políticas y sociales de cada uno. Es muy difícil formular afirmaciones generales sobre lo que ha pasado desde entonces, pero podemos ver una serie de elementos comunes. En primer lugar, en el nivel económico, ha habido una gigantesca transferencia de la deuda privada a la deuda pública. Indonesia ya tenía una deuda alta, pero en Corea y Tailandia no había sido importante. Ahora estos países están iniciando un proceso de acumulación de una gran deuda externa. Al mismo tiempo, lo que había sido, en realidad, una crisis del sector privado —porque se trataba sobre todo de deuda de instituciones financieras privadas que habían pedido préstamos— luego se socializó, convirtiéndose en deuda pública.

Esta es una situación muy conocida para la Argentina. ¿Y qué papel jugó el FMI?

—La receta del FMI fue la típica: recortar el presupuesto, subir las tasas de interés e incrementar la competitividad exportadora. Así, se deterioró el trabajo, las empresas locales no podían tomar créditos y muchas de las más pequeñas cerraron sus puertas. Mucha gente perdió su empleo y, cuando eventualmente fue recontratada, lo hizo temporariamente y con un sueldo mucho menor. De modo que el neoliberalismo transfirió el costo de la crisis financiera íntegra y sistemáticamente a los más débiles: del acreedor al deudor, del sector privado al público y a los más pobres.

Usted conoce a fondo la situación en Tailandia. ¿Qué balance hace?

—Se puede ver que la espiral de la deuda se está tragando a muchas familias y hay un verdadero empobrecimiento, especialmente en las zonas rurales. Durante los años del boom, los hogares rurales podían complementar sus ingresos realizando trabajo estacional en la construcción y en los servicios. Pero con el estallido de la burbuja especulativa, muchos de estos trabajos desaparecieron y la gente comenzó a regresar a los pueblos. Por otra parte, en Tailandia ha habido una enorme penetración de capital extranjero que de hecho se ha adueñado de grandes sectores de la industria financiera, de todo tipo de agroindustrias, de los supermercados, etc. La crisis financiera fue utilizada por el FMI y las grandes economías desarrolladas para abrir aún más el mercado tailandés, para acelerar la liberalización de la economía y para abrir todos los sectores a la inversión y a los intereses extranjeros.

¿El caso de Malasia fue similar?

—No. Malasia es un caso interesante, que no es tan simple como parece a primera vista. El primer ministro Mahathir Mohamad es un líder muy nacionalista y autoritario, que gobierna hace 27 años. Públicamente criticó con dureza al FMI y decidió emprender un camino propio. Lo que hizo de inmediato fue imponer controles de capital para detener la fuga. Porque se puede tratar de estabilizar la moneda todo lo po sible, se puede reabastecer de dinero la reserva central, pero, si todavía hay capital en el país, la fuga no terminará hasta que se haya ido el último dólar. Mahathir entonces impuso controles que la detuvieron. Esto fue muy importante en lo que hace a darle al gobierno estabilidad económica interna, porque así podían controlar factores como la tasa de cambio y el flujo de capital que entra y sale del país.

¿Cómo evalúa la estrategia malaya?

—Hay mucho para decir sobre Mahathir, porque es muy represivo y autoritario en lo político. Pero, en lo económico, en mi opinión, se trató de una decisión muy inteligente. Muchos economistas que analizaron minuciosamente lo ocurrido concuerdan en que hubo una recuperación mucho más rápida y sustentable en Malasia que en otros lugares. En Tailandia, en cambio, no hubo controles y la fuga de capitales continuó. Obligado por el FMI, el gobierno decidió fijar tasas de interés muy elevadas para atraer dinero hacia el sistema. Pero eso no funciona, porque si la gente no confía en la economía, el dinero seguirá saliendo. Entonces se produjo esta combinación de fuga de capitales, una moneda continuamente devaluada y tasas de interés muy altas. Esta situación se asemeja a la atravesada por Argentina.

¿Cuáles son los efectos de esa estrategia fondomonetarista?

—Cuando se tienen tasas de interés muy elevadas y el gobierno es presionado para que imponga una política fiscal muy restrictiva, es imposible que haya crédito disponible para las empresas locales. Si las empresas no pueden obtener dinero para seguir operando, cierran las puertas y se profundiza la recesión. Al mismo tiempo, si se obliga al gobierno a recortar su gasto, ni siquiera puede implementar políticas básicas para inyectar fondos para promover la actividad económica. La gran crítica que se les hizo a las políticas del FMI es que profundizaban la crisis en lugar de resolver el problema. Creo que ustedes están viendo exactamente lo mismo en Argentina. El tipo de medidas que reclama siempre el FMI profundiza la crisis y la dependencia del financiamiento externo.

Al FMI no debe haberle entusiasmado mucho la decisión del gobierno malayo.

—Naturalmente, estaban furiosos y atacaron las medidas diciendo que era la respuesta equivocada. Pero no impusieron sanciones. El FMI esperaba que el mercado castigara a Malasia, pero lo que rápidamente se vio fue que, conforme la economía se recuperaba, la inversión regresó muy velozmente. Como han demostrado todos los estudios, la recuperación económica, el retorno de la inversión y de la confianza se produjeron mucho más rápido en Malasia que en cualquier otro país asiático. Creo que ésta es una enseñanza importante para Argentina. Ustedes pueden entrar en default con la deuda, pero, al fin de cuentas, habrá inversores que busquen lugares rentables e irán adonde esté el dinero. Es más, la decisión de Malasia provocó que el FMI, el Banco Mundial y muchos de los principales economistas ahora acepten que liberalizar demasiado rápido los flujos de capital puede ser muy peligroso.

¿Cómo reaccionaron los pueblos de Malasia y de Tailandia?

—En el caso de Malasia no hubo ningún tipo de presión popular. Fue una decisión económica y política cuidadosamente calibrada de Mahathir, que es una especie de vocero del sentimiento nacionalista, antinorteamericano y antineoliberal, aunque en la economía malaya hay una gran participación de las empresas extranjeras. En Tailandia la situación es más compleja. En la zona rural existe la Asamblea de los Pobres, una confederación muy amplia de diferentes sectores. Son grupos, comunidades y organizaciones ligadas a los agricultores o que han participado en protestas contra megaproyectos de represas o irrigación que han provocado desplazamientos y empobrecido a mucha gente. Pero en las ciudades las cosas son distintas. Hay algunas organizaciones urbanas de trabajadores, de barrios de emergencia, etc, pero como creo que ocurre también en Argentina, hay una enorme brecha entre la realidad de Bangkok y la de las áreas rurales. Muchos miembros de la nueva clase media de Bangkok, que están muy sumergidos en la sociedad de consumo, no ven la relación que existe entre la electricidad que los ilumina y las obras hidroeléctricas de las zonas rurales, que empobrecen y desplazan a mucha gente. Esto hace que sea muy difícil lograr un apoyo político fuerte a las luchas rurales.

¿Y cómo se dio en Corea?

—En Corea hay una realidad muy diferente. Es un país mucho más industrializado y urbanizado, con una historia de mayor igualitarismo. En la posguerra, hubo una enorme redistribución de tierras y un contrato social muy fuerte de compromiso con el empleo, la igualdad social, etc. Por eso, en Corea el desarrollo ha beneficiado a un porcentaje de la población mucho más grande y ha habido un verdadero proceso de redistribución e inversión en salud, educación, seguridad social, infraestructura y todo este tipo de cosas.

Una diferencia que siempre se resalta del caso coreano es el importante papel que ha tenido el Estado en el desarrollo.

—Exacto. El modelo de desarrollo de Corea está basado en una gran intervención estatal en lo que hace a dirigir las inversiones. No es muy distinto del modelo de sustitución de importaciones de los años 60 y 70 en América latina. Por otra parte, debido a los largos años de dictadura militar, hay en Corea una prolongada tradición de oposición militante y con partidos políticos más próximos al estilo europeo. Hay corrientes ideológicas, movimientos obreros y organizaciones estudiantiles muy fuertes y un alto grado de resistencia, movilización y oposición.

¿De qué modo se desencadena la crisis sobre este particular escenario?

—La crisis financiera tuvo un impacto directo y muy duro en los trabajadores y en el sistema de seguridad social. En el nivel psicológico, el efecto en Corea fue muy profundo porque habían tenido más de 50 años de un desarrollo constante e impresionante. Había existido un fuerte contrato social, no necesariamente democrático, entre el Estado y el pueblo, con empleo garantizado de por vida, fuerte seguridad social, acceso a la educación, un sentido de pertenencia a un Estado y un sistema. La consecuencia de la crisis financiera fue que el gobierno impuso duros recortes en el presupuesto, lo que significó que muchas de las garantías de la seguridad social se tornaran más precarias.

¿Qué percepción se tiene en los países asiáticos de la globalización ?

—La gente rechaza el neoliberalismo. Si se miran los movimientos sociales, los sindicatos y las organizaciones de mujeres, se ve que rechazan el neoliberalismo. Al mismo tiempo, rechazan a las elites políticas de sus países y están buscando otra cosa. Por lo tanto, hay un enérgico rechazo común hacia el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, hacia lo que se considera un nuevo imperialismo estadounidense.

¿Este rechazo se expresa de manera homogénea en todos los países de la región?

—Si. Desde Pakistán y Corea hasta Indonesia hay un fuerte sentimiento antinorteamericano, que se debe a lo que la gente percibe como el gran poder del capital estadounidense: las empresas, corporaciones y bancos que ingresan al sistema y controlan la economía. En nombre de la guerra contra el terrorismo, se produjo una nueva ola de intervención de los EE.UU. y la gente lo ve y se resiste. Quiere que los militares estadounidenses se vayan de Asia, que se clausuren estas bases, que se termine el estrecho vínculo que existe entre los intereses del capital norteamericano y los intereses militares de EE.UU. Esto es muy visible en Asia y la gente lo rechaza.