por Walden Bello*

BEIRUT, 14 de agosto de 2006, 6:17 AM. Hace unos minutos me despertaron dos explosiones enormes. Sonaban muy cerca, pero probablemente provenían del sur de Beirut. Estoy en el centro de Beirut. El cese al fuego debe comenzar en menos de una hora y los israelíes están bombardeando hasta el último minuto. Son increíbles. Entonces recuerdo que todavía tengo que registrar lo sucedido ayer 13 de agosto. 

"Podíamos haber estado ahí", me comenta calmado Mujiv Hataman, parlamentario de Mindanao, después de que se confirma que las explosiones que oímos minutos antes eran producto de la caída de proyectiles israelíes en los barrios chiítas del sur de Beirut donde habíamos estado apenas un par de horas antes.  

"Las imágenes de edificios arrasados y escombros todavía humeantes, y de autos  aplastados y cubiertos de polvo todavía están frescas. También recuerdo el oso de peluche, el coche de bebé y los libros que vi al trepar entre las ruinas de un edificio de doce pisos en el barrio de Haret Hreik".

"El día más peligroso"
"Hoy es el día más peligroso de esta guerra",  nos dice el gerente del restaurante cuando los integrantes de la delegación nos sentamos a almorzar, agradecidos por nuestra buena suerte y muy enojados con los israelíes. "Saben que la gente va a bajar la guardia ahora que se acordó el cese del fuego. Pero quieren hacernos sentir inseguros hasta el último minuto".

Nahla Chahal, militante libanesa que coordina la visita de nuestra delegación de doce parlamentarios y organizaciones de la sociedad civil, lo confirma: "No pueden aceptar el hecho de que no lograron derrotar a Hezbollah, y por eso van a aterrorizar a la población civil hasta el final".

Después de recorrer las ruinas del sur de Beirut, nos trasladamos al Hospital General de la Universidad de Beirut. Visitamos brevemente a Firas Chahal, un hombre de 27 años que sufrió heridas internas y externas al ser despedido del minibús en el que viajaba cuando un jet israelí bombardeó el puente en el Casino du Liban, el mismo que debíamos bordear en nuestro camino a Beirut.

En una habitación vecina está confinada Khaleek Mahmoud, una abuela de 68 años. Sus piernas fueron destrozadas cuando el techo de su casa se le cayó encima, mientras los aviones de guerra israelíes reducían a escombros su poblado en el sur del Líbano. "Israel es un estado tiránico", nos dice. "Deberían ir y verlo con sus propios ojos".

Los niños de la guerra
Después de visitar el hospital nos vamos enseguida a la Ecole El Ghoul en el centro de Beirut, que funciona como refugio temporal para 355 personas de 66 familias de la zona sur. Un millón de libaneses fueron desplazados por la guerra, por lo tanto las condiciones en que se encuentran son las típicas de un tercio de la población. "La integración de los refugiados en sus antiguos barrios es un asunto muy problemático", afirma Nahla Chahal. "Hezbollah, sin embargo, está haciendo los máximos esfuerzos por proporcionar los servicios sociales necesarios para apoyar a las personas en esta escuela".

Niños y adolescentes llenan el patio, saludan a nuestra delegación con alegría y aprovechan cada oportunidad de sacarse una foto. Por un momento, al enfrentarnos a este mar de sonrisas, la guerra parece estar muy lejos. Los más jóvenes comienzan de inmediato a gritar vivas cuando Vijaya Chauhan, una de las integrantes de nuestra delegación que ha trabajado con mujeres y niños en India, los saluda y empieza a conversar con ellos. Luego prorrumpen en un canto que invoca el nombre de Hassan Nasrallah, el líder de Hezbollah, cuya traducción aproximada sería: "Nasrallah, estamos contigo /puedes bombardear Tel Aviv".

Un pueblo estoico
Después del almuerzo, en medio de los estruendos de las bombas israelíes que caen sobre el sur de Beirut, pasamos la mayor parte de la tarde con ONG libanesas evaluando la medida del desastre humanitario y ecológico, y planificando la cooperación posterior al cese del fuego.  Dos grandes explosiones interrumpen la discusión, pero nuestros anfitriones libaneses continúan hablando, mientras nos aseguran que se trata de los barcos de la armada israelí que bombardean el sur de Beirut a una pocas millas de allí. 

Durante la cena en un restaurante esa misma noche, los estruendos de las explosiones en el sur de Beirut no impiden que siga el bullicioso festejo de una mesa vecina. Los israelíes están bombardeando hasta el último minuto para aterrorizar a los libaneses. Sin embargo, no está dando resultado. Este pueblo está muy enojado, pero están acostumbrados a la guerra y no están dispuestos a permitir que la guerra les impida vivir a su manera. Son un pueblo valiente y estoico. 

* Walden Bello es catedrático de Sociología en la Universidad de Filipinas y director ejecutivo de Focus on the Global South, un instituto de investigación con sede en Bangkok, Tailandia. Se encuentra en Beirut como parte de una misión internacional de paz de parlamentarios y organizaciones de la sociedad civil.