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 Rafael
Correa y el Socialismo del Siglo XXI


por
Gerard Coffey*

Fue
la década de los pueblos indígenas. Los años
noventa fueron testigos de la ola de ira y esperanza que los arrastró
a ellos y a todos los demás, imaginábamos, hacia una
tierra diferente más equitativa. Pero no fue exactamente eso
lo que sucedió. Ahora se levanta nuevamente la espuma
burbujeante de esperanza con la elección de Rafael Correa a la
Presidencia en 2006, cuyo programa radical desafía el poder
económico entronizado en el país y promete guiarnos al
‘Socialismo del Siglo XXI'. La primera gran prueba de Correa será
el 30 de septiembre, cuando se elija una Asamblea Constituyente que
tendrá por mandato cambiar la forma en que funciona esta
pequeña nación andina. Las cosas parecen marchar según
los planes, pero hay crecientes dudas sobre en qué consiste en
realidad el plan.

 

 

Ésta
no es la primera vez en los últimos años que surgen
esperanzas. En enero de 2000 se instaló un gobierno de unidad
nacional después de que una rebelión derrocó al
entonces Presidente Jamil Mahuad. Éste colapsó apenas
tres horas después, cuando los militares le retiraron su apoyo
bajo al presión de los Estados Unidos, que amenazaron con
bloquear al país y "transformarlo en otra Cuba". A muchos
no les pareció demasiado terrible esa amenaza.


Dos
años después, el Coronel Lucio Gutiérrez -el
líder militar de las primeras etapas de la rebelión-entró
en la carrera presidencial de 2002 con el apoyo de la mayoría
de los agrupamientos sociales, incluida la CONAIE, la mayor
organización indígena del país. El ex-militar
dijo lo que había que decir, y en alianza con el brazo
político de la CONAIE, Pachakutik, logró ser el más
votado en la primera ronda y luego salió finalmente electo
Presidente en la segunda ronda.


Pero
entre la taza y la boca se pierde la sopa según dice el dicho,
para resumir en forma por demás generosa la experiencia del
mandato de Gutiérrez. Su dramático cambio de rumbo tomó
a la mayoría por sorpresa y fue quizá inevitable que
muchos (de nosotros), desesperados por creer, hayamos sido renuentes
a reconocer nuestro error: legitimando un régimen neoliberal
cuyo presidente se jactaba de haber firmado un acuerdo con el FMI en
"tiempo record" mientras prometía ser el aliado "más
leal" de Estados Unidos en la región. Esto no era parte del
plan.

 

Duramente
criticados por su papel en el gobierno de Gutiérrez, no fue
sorpresa que los indios, desmoralizados, jugaran un rol tan
insignificante en las manifestaciones inspiradas fundamentalmente por
las clases medias (y el retiro del apoyo de la Embajada
estadounidense), que finalmente obligaron a que el propio Gutiérrez
se fugara en 2004.

Cuando
sonríes

Las
esperanzas surcaron nuevamente la superficie cuando Alfredo Palacio,
el vice-Presidente de Gutiérrez, asumió el poder
declarando su propósito de reestructurar el país. En
retrospectiva, su administración fue bastante decepcionante.
Aunque no fue totalmente inepto, su gobierno se caracterizó
más que por cualquier otra cosa, por un juego de sillas
musicales ministeriales que convocaban a muchos pero retenían
a pocos. Rafael Correa, un profesor de economía relativamente
desconocido, que se transformó en el primer Ministro de
Economía del nuevo gobierno, cayó en esa segunda
categoría. Nacionalista y progresista, e interesado en la
suerte de los más marginados, parecía destinado a
enfrentar resistencias. Así fue, y después de tres
meses fue destituido, entre otras cosas, por negarse a tomar
préstamos del Banco Mundial y proponer, en cambio, reunir
fondos vendiendo bonos a Venezuela. Pero a diferencia de otros
ministros descartables no retornó a las sombras de las que
vino.


Si
la presidencia en sí misma fue siempre su meta no está
claro, pero, una vez fuera del cargo, el ex ministro ciertamente no
perdió tiempo para autodeclararse candidato. Tenía el
perfil adecuado: economista educado en Estados Unidos, nacido y
criado en la ciudad costera de Guayaquil, era un hombre atractivo y
con un fuerte compromiso con la justicia social. Para completar,
tenía buen manejo de la palabra, era buen mozo y conocía
bien el papel y el libreto.

 

Correa
inició temprano su campaña presidencial. Antes que la
mayoría de los demás posibles candidatos de izquierda
siquiera se hubieran declarado como tales, o mientras estaban
luchando contra el Tratado de Libre Comercio y la Occidental
Petroleum, a Correa se lo veía recorriendo el país,
estrechando manos, hablando y sonriendo, siempre sonriendo. Ser un
recién llegado en un momento en que todos los partidos y todos
los políticos estaban siendo etiquetados, con o sin justicia,
como ineptos, le daba una ventaja.

A
pesar de esto, se vio a otros como los más probables
ganadores. Su evidente extracción de clase media fue una
dificultad para llegarle a los distritos marginales: peleando como
gato entre la leña, se mantuvo estancado en el cuarto lugar de
las encuestas. A la izquierda, Luís Macas, el líder de
la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas
del Ecuador) y una de sus figuras más respetadas, aparecía
como un candidato más sólido, capaz de sacarle votos a
Correa. Hubo incluso alguna sugerencia de que Correa y Macas podían
llegar a unir sus nombres en la misma boleta electoral, pero esto no
se tradujo en ningún diálogo serio entre ambos (apenas
palabras elegantemente formuladas) y lo cierto es que nunca pareció
muy probable que se concretara una unión entre ambas fuerzas.

Correa
aumentó su popularidad radicalizando sus posiciones. Terminó
segundo en la primera vuelta, y primero en la segunda y última
ronda electoral, ganándole por paliza al príncipe
payaso de la política ecuatoriana, el neoliberal Álvaro
Noboa, por otra parte, el hombre más rico del país.
Después de muchísimo tiempo, el paisaje político
de América del Sur estaba cambiando y parecía que el
tipo de cambio que en otras ocasiones había parecido estar tan
cerca, finalmente se podría concretar. En cuanto a la campaña
de Macas, comenzó tarde, complicado por diferencias internas y
logró apenas el 2,5 por ciento de los votos en la primera
ronda.

De
ahí en más la principal interrogante fue hasta dónde
podrá, y querrá, llegar Correa. Las señales
iniciales no fueron alentadoras, el nuevo gabinete difícilmente
pueda ser considerado un grupo de revolucionarios, algunos tenían
antecedentes políticos cuestionables, otros poca o ninguna
experiencia política previa. Varios fueron incluso abucheados
en la ceremonia de inauguración, poniendo en cuestión
la inteligencia política y la agenda del Presidente. Sin
embargo, también hubo notas destacadas. Alberto Acosta,
activista social muy comprometido y economista reconocido
internacionalmente, fue nombrado Ministro de Energía y se
transformó en uno de los puntales políticos del
gobierno. Otro aspecto llamativo del gabinete fue la inclusión
de varias mujeres, incluida la Ministra de Relaciones Exteriores, y
la Ministra de Defensa que perdiera luego la vida al caer el
helicóptero (militar) en el que viajaba en forma inexplicable.
No se incluyó en cambio ningún indígena en el
cuadro ministerial, por lo que quedó claro que no era un
gobierno de unidad nacional.

En
defensa de Correa, digamos que el plan siempre tuvo dos etapas: antes
y después de la Asamblea Constituyente. Lo más difícil
fue pasar de la primera a la segunda etapa, siendo casi siempre más
difícil sortear el antes (y durante) que el después. La
táctica de la campaña presidencial de Correa de
lanzarse sin contar con un partido que lo respaldara en el Congreso,
con el argumento de que el cuerpo legislativo no era adecuado a los
fines, demostró ser efectiva pero también un arma de
doble filo. Incapaz de lograr la aprobación de leyes
fundamentales, su programa se caracterizó por promover la
Asamblea Constituyente y acosar a los oligarcas locales y a la gran
prensa en su poder. Después de un proceso en el que corrió
sangre en la arena política, y del cual Correa no salió
ileso, finalmente se autorizó la realización del
referéndum para la Asamblea, y en abril de este año el
mismo fue aprobado por el 80 por ciento de los votantes. Hoy todo
indica que la lista de candidatos del gobierno ganará sin
problemas.

 

La
oposición, que hoy en forma algo irónica parece estar
cohesionándose en torno a la figura del depuesto Presidente
Gutiérrez, viene dando lucha, sin grandes sorpresas. El
gobierno está enredado por un Congreso hostil, pero su falta
de cooperación puede terminar teniendo un resultado contrario
al deseado, ya que el cuerpo legislativo es una de las instituciones
menos respetada del país, y su reforma es la consigna más
importante y popular de la plataforma política de Correa. Los
frecuentes ataques personales, sobre todo de los medios, a los que
contribuye el estilo a veces erráticamente confrontativo del
Presidente, han sido la estrategia utilizada para intentar mellar su
popularidad. Y si bien la última encuesta indica que el apoyo
a Correa cayó y está hoy en un 70 por ciento, sus
choques con los medios, los banqueros y el Congreso han levantado el
perfil de temas que antes eran discretamente ignorados. El estilo a
menudo polémico de Correa puede incluso haber solidificado el
apoyo a los puntos básicos de su programa. Es evidente que
Correa tiene coraje, incluso cuando se pasa de la raya.


La
Asamblea y el más allá

Que
tiene coraje sí, pero ¿podrá ganar la mayoría
de la Asamblea? Y de ser así, ¿para qué usará
esa mayoría? ¿Cuál es el plan a largo plazo?

La
primera pregunta parece la más fácil de responder. El
asombroso número de candidatos (más de 3000 para 124
escaños) y la prohibición de las formas más
tradicionales de publicidad, pueden favorecer a los partidos
tradicionales y a los nombres ya conocidos, pero la apabullante
respuesta a favor del Referéndum indica que la lista del
gobierno, encabezada por Alberto Acosta, probablemente logre la
mayoría.


Por
el lado negativo, hay que ver que la experiencia de Bolivia muestra
que la mayoría puede no ser suficiente. Allí, según
lo acordado, se requiere una mayoría de dos tercios para
procesar los cambios constitucionales más importantes, e
implica que Evo Morales deba conseguir aliados para lograr sus
objetivos. El gobierno de Correa bien puede encontrarse con una
situación similar. Aunque obtenga una mayoría absoluta,
y quizá particularmente en ese caso, la táctica de la
derecha en Bolivia demuestra que puede hacer uso de la violencia y
disturbios importantes para desacelerar o incluso ponerle fin al
trabajo de la Asamblea.


Respecto
al largo plazo, hay indicadores del rumbo. Correa es un
integracionista -Latinoamérica para los latinoamericanos,
podríamos decir- y como tal es partidario de una moneda común
para América del Sur. Ha pagado la deuda de Ecuador con el FMI
y ha hecho ingresar al país al Banco del Sur, la alternativa
sostenida por Chávez, que se encuentra actualmente encallada
en los acantilados de la resistencia brasileña. Correa
prometió no renovar el acuerdo que ha permitido la operación
de la base militar estadounidense en el puerto de Manta, cuando
llegue el momento de su renovación en 2009; y ha declarado su
afinidad con el eje Quito-La Paz- Caracas, al mismo tiempo que juega
seguro y refuerza simultáneamente sus lazos con Brasil y su
ofensiva por puertos de salida sobre el Océano Pacífico
para llegar a los mercados del Lejano Oriente.

 

Entre
tanto, hay bastante para hacer en el frente interno. Se rumora que
existen divisiones internas en la administración entre derecha
e izquierda, y se depende totalmente del Presidente y su imagen
pública; también tiene muchos enemigos. La relación
con los militares, cuyos mandos superiores son los mismos del período
de Gutiérrez, es de una cautelosa aceptación mutua, en
tanto que la falta de apoyo de parte de organizaciones de base como
las que sostienen a Morales en Bolivia, es una desventaja importante.
El líder ecuatoriano ha mostrado una clara falta de interés
por lograr la unidad de las fuerzas sociales que podrían
respaldarlo en tiempos difíciles. Parece más interesado
en mantenerlas a cierta distancia por razones políticas,
mientras va generando su propia base de apoyo. Pegarle a la Derecha y
dejar que la Izquierda se distancie y se divida.

 

No
es una estrategia nueva. El juego consiste en mantener un gran apoyo
general de la opinión pública transitando por el camino
del medio. Una diferencia crucial, es que el tipo de legislación
que podría mantener a algunos de los aliados más
tradicionales de su lado, aunque fuera sólo en forma marginal,
no puede ser aprobada mientras esté en funciones este
Congreso.

Esa
táctica puede todavía funcionarle, pero Correa debe ser
cuidadoso de no pasarse de la raya. El uso de la fuerza contra una
manifestación campesina en el Sur del país en contra de
un proyecto de desarrollo minero fue un error grave. Muchas
comunidades están oponiendo resistencia a la minería,
tras haber sentido el filo del pico de los mineros, pero la
legislación actual, que es del tipo "Papá Noel",
fue escrita hace ya algunos años bajo los auspicios del Banco
Mundial, y no se puede cambiar debido a la actitud del Congreso.

Correa
ha declarado que la Asamblea puede resolver el problema, pero el uso
de la violencia contra la gente que intenta defender su territorio ha
sido un golpe para muchos y ha hecho crecer los niveles de
escepticismo entre quienes podrían ser sus partidarios.

Quizás
los escépticos tengan razón, Correa y su Socialismo del
Siglo XXI podría ser cualquier cosa a la postre. No sería
el primero que se aproximara a la Presidencia como a un violín,
y lo levantara con la izquierda para tocarlo luego con la derecha.
Pero muchos (incluido yo mismo) todavía mantenemos
obstinadamente la esperanza de que Correa no va a decepcionar, como
tantos otros antes que él, y que en el peor de los casos
terminará siendo un socialdemócrata capaz de eliminar
aunque sea algunas de las injusticias más flagrantes de este
país donde hay tanta pobreza y desigualdad. Y mientras Alberto
Acosta siga siendo parte de la administración, las señales
positivas y la esperanza seguirán encendidas.


*
Gerard Coffey es periodista independiente. Desde 2002 a 2006 ha
dirigido Tintaji, una revista política quincenal publicada en
Quito Ecuador. Este artículo es una versión ampliada y
actualizada del que apareciera en la edición de septiembre de
Liberation (Reino Unido).
<www.liberation.org.co.uk>